
Marcelo Acevedo recorre las alucinaciones mesiánicas de Philip K. Dick en esta nueva Pastilla Roja. Un viaje por las realidades aparentes y los tiempos históricos superpuestos.
// Por Marcelo Acevedo – Ilustración de Juanma Dinosaur
Un sueño recurrente persiguió al escritor Philip Dick desde que era un niño: el escenario onírico era una habitación atestada de libros donde buscaba con desesperación un raro ejemplar de la revista pulp Astounding que contenía un cuento titulado El imperio nunca terminó, pero cada vez que estaba a punto de hallarlo, despertaba. Dick creía de que si leía El imperio nunca terminó todos los secretos del universo le serían revelados, aunque también presentía que ese conocimiento era muy peligroso porque, como dijo Lovecraft, “Si lo conociéramos todo, el terror nos haría enloquecer.”
Muchos años después, cuando ya era un escritor premiado por sus novelas de ciencia ficción, llegó a la conclusión de que el Imperio Romano aún existía, que en verdad nunca había terminado y lo que vemos a diario es un decorado falso, una alucinación colectiva, un holograma que esconde el verdadero aspecto de la realidad y nos hace creer que vivimos distintas épocas cuando en verdad estamos encerrados en lo que él llamaba la Prisión de Hierro Negro, donde somos esclavos del Imperio. Para Nick Land la Prisión de Hierro Negro es el tiempo, la fuente de nuestra angustia. Para Dick, el tiempo es ortogonal.
Este descubrimiento fue un punto de giro en su vida, una anagnórisis a partir de una anamnesis provocada por la visión de un objeto sagrado –un colgante con forma de Vesica Piscis- y la influencia del pentotal sódico que, durante un breve momento, le mostraron “los contornos como una negra prisión de la odiosa Roma”. A partir de ese momento Dick entendió que, como decía Heráclito “la trama (la armonía) oculta es más fuerte que la visible”. Este extraño evento de recuperación de un recuerdo perdido ocurrió sólo una semana después de la publicación de su novela Fluyan mis lagrimas, dijo el policía (1974).
Dick afirmaba que, de forma inconsciente, había deslizado algunos secretos y profecías en Fluyan mis lágrimas, dijo el policía. Se sentía perseguido por la CIA y el FBI a causa de los mensajes secretos que había colocado –encriptados- en la novela, mensajes que habían sido comprendidos por unos pocos, pero que de todos modos “hubo inmediata respuesta”. “Es una experiencia espeluznante escribir algo en una novela, creyendo que es pura ficción, y aprender más tarde -quizá años después- que es cierto”, escribió en una conferencia que nunca hizo pública.
¿Cómo era posible que escenas y personajes de su novela se replicaran con exactitud en el mundo real, o que varios fragmentos fueran tan similares a los de un libro de la Biblia que nunca había leído (Hechos)? ¿Cómo era posible que tuviera precogniciones que le salvaron la vida a su hijo, que hablara en idiomas que no conocía –latín, koiné-, que su mente sea invadida por la de Tomás el Esenio –uno de los primeros cristianos, que había sido ejecutado por estrangulación en un sótano del Coliseo- o que viera con claridad los contornos de la Prisión de Hierro Negro?
Para Dick, la respuesta tenía que ver con el tiempo: “En cierto sentido importante, el tiempo no es real. O quizá es real, pero no tal como lo experimentamos o imaginamos que es. Tenía la certitud aguda, irrefrenable (y aún la tengo) de que a pesar del cambio que vemos, un paisaje específico permanente subyace al mundo del cambio: y que este paisaje invisible que subyace es el de la Biblia; específicamente, es el periodo que sigue inmediatamente a la muerte y resurrección de Cristo; el periodo de tiempo de los Hechos.” P.K. Dick, Cómo construir un universo que no se derrumbe dos días después
Philip Dick decía que ninguna de sus novelas tenía sentido por sí sola, sino que debía ser tomada como parte de una inmensa meta-novela que abarcaba todo su corpus literario. Existen al menos tres novelas de Dick que se supone nunca fueron escritas: Joe Protagoras is alive and living on Earth, To Scare the Death y The Owl in the daylight. Muchos cazadores de libros y manuscritos las buscan desde hace años, porque se rumorea que contienen secretos y profecías mucho más peligrosas que las de Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, y por esa razón están escondidas y se dice que nunca llegó a escribirlas.
El 17 de febrero de 1981, Dick dio una última entrevista donde reafirmaba que Fluyan mis lágrimas, dijo el policía contenía mensajes ocultos proféticos, y dijo que si Maitreya no se manifestaba el año próximo, como estaba anunciado, él mismo derrocaría al gobierno norteamericano y al ruso. Lamentablemente nunca pudo llevar adelante su revolución mesiánica porque la mañana siguiente sufrió un ataque cardíaco que lo dejó en estado de “semivida” -como un personaje de Ubik-, hasta que el 2 de marzo de 1982 los médicos decretaron su deceso, al no registrar ninguna actividad cerebral.
Existen cultos de estudiosos que se dedican a (re)leer Fluyan mis lágrimas, dijo el policía en busca de mensajes ocultos. Otros grupos ocultos buscan los manuscritos faltantes para completar su obra literaria, y así formar la meta-novela dickiana final que revelará todos los secretos. Nosotros creemos que en uno de los sueños de sus últimos días en estado de semivida, Philip K. Dick finalmente pudo encontrar El imperio nunca terminó, y al leerlo escapó de La Prisión de Hierro Negra, esta matrix en la que todos nosotros seguimos encerrados.
Bibliografía consultada:
–Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (Emmanuel Carrère, 2002)
–Idios Kosmos. Claves para una biografía de Philip K. Dick (Pablo Capanna, 2006)
–Philip Dick con Jacques Lacan. Clínica psicoanalítica como ciencia-ficción (Fabián Schejtman, 2018)
– P.K. Dick, Cómo construir un universo que no se derrumbe dos días después (Philip Dick. Ensayos Completos, 2016)