
// por Lucía Vazquez
Julieta y Julieta (Liberoamérica, 2021), la segunda novela de David Muchnik, profundiza en la escritura al límite que había ensayado en Las Rotas (Baltasara editora, 2019), creando un mundo bidimensional en el que los límites se quiebran constantemente.
Julieta y Julieta lleva un subtítulo que, luego de leer la novela, podemos intuir algo engañoso: “una historia de amor imaginario”. Como señala Bruno Petroni en la contratapa, sí es una historia de amor, pero lo imaginario, que podría denotar una distancia de lo real, no lo es tanto. Julieta es una preadolescente con algunos problemas de atención y socialización que se vincula casi exclusivamente con su amiga imaginaria, también llamada Julieta. Esta otra niña, imaginaria en principio, resulta especular por un lado pero por otro encarna la realización de los deseos más reales de Julieta. La relación a simple vista es la de dos amiguitas que hacen travesuras, se pelean con su madre, desobedecen o no prestan atención en la escuela. Todo indica que estamos leyendo una novela de iniciación hasta que el primer quiebre genérico ocurre: la Julieta imaginaria tiene agencia en el mundo material. Primero, interactuando con otrxs amigxs invisibles y, luego con personas “reales”. El mundo ficcional, que parecía mimético, se transforma con nuevas reglas: todxs tienen amigxs imaginarixs y estxs no solo pueden interactuar entre ellxs sino con la realidad material. La voz narrativa en este sentido se resignifica: toda la historia está contada desde la primera persona de la Julieta imaginada. Después, la entrada del personaje del calesitero quiebra definitivamente la bisagra que distingue y separaría esos mundos, y la historia de amor -completamente inadecuada entre una niña y un hombre adulto- concreta en lo material lo siniestro.

No es un mundo feliz el de lxs amigxs imaginarios, su existencia es trabajosa y riesgosa en cuanto quienes lxs imaginan podrían dejar de hacerlo y entonces desaparecerlxs. La incomodidad gana terreno en la lectura esencialmente en la falta de límites que atravesamos en toda la novela. Lo imaginario y lo real es la dualidad principal que se rompe pero que contiene un montón de otros mundos que deberían estar separados y no lo están. La escritura de Muchnik, en apariencia juguetona e inocente, quiebra, mutila los límites de la comodidad una y otra vez y lo siniestro se instala como el corazón de un mundo esencialmente weird.
Qué se puede y qué no se puede contar en una novela es algo que no importa a Julieta y Julieta, que con entusiasmo infantil va complejizando su propio mundo sin mirar atrás los restos que va dejando de lo políticamente correcto. Sin abandonar nunca del todo el registro de la novela juvenil los hechos que se narran pueden tomar la forma del gore, de la literatura erótica, de lo maravilloso, del terror, hasta de lo policial. No hay género porque no hay límite, solo borde y desborde. La lectura se vuelve inquieta y por momentos lx lector se encuentra fascinado en contra de su voluntad. El terror y la ternura se mezclan como el barro en el que las niñas se encuentran y juegan, otro planeta en el que las reglas no importan en lo más mínimo.
Al filo del género, de lo políticamente correcto, del registro, Julieta y Julieta es una novela parecida a nada en la que podemos rastrear muchas otras lecturas y formas de contar una historia de amor. El crecimiento como la entrada a un mundo horrible y fascinante, lo doméstico vuelto siniestro, y la persistencia de lo maravilloso en el mundo real, también dejan lugar al tratamiento de temáticas sociales y coyunturales. Julieta y Julieta es un mundo en el que vale la pena meterse, un barro lleno de preguntas que generan la incomodidad que a veces la literatura no se anima a provocar. A la vez lúdica y repleta de hermosas imágenes, esta novela es, como la ilustración de la tapa, algo así como un carrusel demencial que nos deja girando entre fantasías e incendios hasta que nos podamos, o no, bajar.
Julieta y Julieta, David Muchnik, Liberoamérica, 2021