El libro “Los Nuevos Apócrifos. Guía de ciencias extrañas y creencias ocultistas”, publicado en 1973 por el escritor estadounidense de ciencia ficción John Sladek, marcó a fuego a una generación de lectores ávidos de discusiones sobre la ciencia y sus márgenes. En nuestro país fue publicado en ocho extensas entregas, entre 1981 y 1982, en la extraordinaria revista de ciencia ficción argentina El Péndulo, que ahora puede consultarse íntegramente en PDF gracias al impagable trabajo del Archivo Histórico de Revistas Argentinas (Ahira).
Desde el blog Factor 302.4, del periodista Alejandro Agostinelli, habían comenzado a recuperar este imprescindible aporte de Sladek, publicando en tres partes la primera entrega del libro aparecida en el número 3 de El Péndulo en septiembre de 1981. Desde Proyecto Synco decidimos sumarnos al rescate, por lo que a partir de la segunda entrega comenzaremos a publicar en simultáneo el resto del libro, que se completará en 24 entregas de periodicidad semanal (con cada uno de los extensos capítulos editados en El Péndulo dividido en tres partes para facilitar su lectura online).
En esta primera entrega, Sladek expone el concepto del libro y aborda varios temas de interés recurrente: la Tierra Hueca, la Tierra Plana (medio siglo antes de la tan actual como lamentable moda terraplanista), y revisa los aportes de dos escritores clásicos del siglo XX: Immanuil Velikovsky y Charles Fort. Como introducción al tema, compartimos la introducción con la que Agostinelli dio inicio a estas publicaciones, buscando poner la serie en cierto contexto, presentando a los autores cuyas contribuciones precedieron a este trabajo, a la revista que publicó por primera vez su traducción castellana y a las personas que participaron en las diferentes etapas de la publicación.
INTRODUCCIÓN
La primera edición de The New Apocrypha. A Guide to Strange Sciences and Occult Beliefs, de John Sladek (“Los Nuevos Apócrifos. Guía de ciencias extrañas y creencias ocultistas”) se remonta a 1973. El libro fue publicado por la editorial inglesa Hart-David MacGibbon. En sus 376 páginas, la obra abarcó infinidad de temas conexos con el ocultismo y las pseudociencias: continentes perdidos, ovnis, numerología, homeopatía, Percepción Extrasensorial, astrología, rumores, monstruos olvidados, profecías y hasta una novedosa serie de reflexiones sobre psicología de la percepción.
Junto con los precoces Martin Gardner e Isaac Asimov (y pocos autores más, de aquellos años entre nosotros podríamos citar a Mario Bunge y Eduardo Goligorsky), Sladek fue parte de la tímida avanzada que se alistó para desmontar los mecanismos de la pseudociencia usando un lenguaje asequible y entretenido. En la Segunda Época de la revista mensual El Péndulo, Los Nuevos Apócrifos tuvo su primera encarnación en castellano gracias a la traducción de otro notable escritor del género, Carlos Gardini. La obra fue publicada completa, en letra apretada. Los primeros capítulos salieron en el Nro 3, en septiembre de 1981, y los últimos en el Nro 9, en junio de 1982. Sí, el mismo mes que la dictadura militar se rendía en las islas Malvinas (y el autor de estas líneas ingresaba en el servicio militar obligatorio). El Péndulo, publicada por Ediciones La Urraca (Buenos Aires), empresa fundada dos años antes por Andrés Cascioli (1936-2009), se diferenció de sus antecesoras argentinas –escribió Soledad Quereilhac– “no solo por la literatura que se incluyó en sus páginas, sino también gracias a los artículos críticos, las reseñas, los ensayos, las entrevistas, las ilustraciones, las historietas y los intercambios con los lectores”.
Cascioli compartía el proyecto con Marcial Souto. El escritor comenzó como asesor literario para asumir muy pronto su rol de Secretario de Redacción, todo un acto de justicia, ya que desde el inicio él seleccionó, editó y tradujo con Gardini los textos que la revista publicaba.
En septiembre de 2006, Julián Catino comenzó a publicar la serie en el finado sitio brasileño la Sociedad de la Tierra Redonda. La web se hundió en el ciberespacio con todos sus textos. Habiendo tomado la precaución de preservar varios capítulos de aquel ensayo de Sladek, por años abrigué la ilusión de republicarlos.
De la web brasileña también conservé el texto con que Catino presentó a Sladek. Escribió: “Nació en 1937 en Minnesota; en su juventud se mudó a Inglaterra donde escribió la mayoría de sus libros, y retornó a Minnesota en 1986. Falleció en el 2000. Escritor de ciencia ficción con cierto vuelo satírico y pasión por las matemáticas, publicó relatos como ‘The Reproductive System’ y ‘Tik-Tok’, un robot sin moral ni escrúpulos. Fue un precursor en relatos de no ficción sobre escepticismo, entre ellos ‘Arachne Rising’ con el pseudónimo de James Vogh, relato donde descubre un signo del zodíaco ‘olvidado’ que se hizo famoso entre los astrólogos.” Aquella intro, concisa e informativa, tenía otro mérito: no existía una Wikipedia que permitiera ejercer el casi naturalizado oficio del refrito y muchas consultas todavía se hacían en libros de papel.
Hace cinco o seis años, al finalizar la presentación de un libro de Pablo Capanna donde fue acompañado por Souto, aproveché para expresarle mi interés por reeditar la serie y ofrecí ocuparme de eso en mi blog, por entonces Magia Crítica (parte la edición digital del diario Crítica de la Argentina) .Agradeció el convite pero desistió.
Ahora que el Archivo Histórico de Revistas Argentinas subió a la nube la colección íntegra de El Péndulo, consideramos que la discusión sobre los derechos ya no será un obstáculo. Así, nos quisimos dar el gusto de republicar –con las maravillosas ilustraciones de Alfredo Grondona White (1938-2015)– la serie que tanto hizo por nuestra vocación por estudiar fenómenos, experiencias y creencias a la luz del conocimiento científico en los tempranos ochenta.
Desde Los Nuevos Apócrifos hasta hoy, la profusión de artículos y libros de gran calidad (y, desde luego, más actualizados) han abordado estos temas. Pero la afilada pluma de Sladek y su proverbial originalidad transformaron al libro en una referencia ineludible. Nuestro entusiasmo no solo descansa en esta constatación, también nos anima mantener viva la memoria de Sladek entre las nuevas generaciones y gratificar a nuestra propia cofradía, la cada día más decrépita comparsa de nostálgicos de los gloriosos ochenta.
Por John Sladek. Traducción: Carlos Gardini Ilustraciones: Alfredo Grondona White
LA CIENCIA COMO ESAU
La ciencia vino al mundo hace un par de siglos, con una gemela, la pseudociencia, asida del talón. Desde entonces, ambas han estado maniobrando para conseguir nuestra bendición: la ciencia ofreciéndonos sus dones, y su gemela mediante una taimada impostura.
Como el ciego Isaac, titubeamos, tratando de tomar una decisión. El periódico que en primera plana publica fotos tomadas en la Luna también publica el horóscopo diario. Los trasplantes de corazón y el curanderismo son tratados con igual seriedad por todos los diarios, salvo los más responsables, y ni siquiera éstos pueden resistirse a una suculenta nota sobre Loch Ness.
Los otros medios no son más alentadores. Las ventas de libros sobre ocultismo nunca han ido mejor. Los productores de TV mezclan películas de investigaciones cerebrales serias con películas de aficionados que juguetean con sus ondas cerebrales. Siguiendo a la prensa underground, las revistas sofisticadas presentan a menudo artículos sobre percepción extrasensorial, dietas de moda y espiritismo.
Hay varias razones para titubear. Primero, cualquier cosa que parezca ciencia luce como una impecable fuente de verdad. Damos una significación terrible a la menor insinuación de un laboratorio. Si un doctor indica la posibilidad de una relación entre el colesterol y las afecciones cardíacas, corremos a comprar margarina vegetal. “Cualquier científico le dirá…” y “la ciencia dice” se han vuelto maneras habituales de endilgarnos cualquier argumento. Además está el misterio de la ciencia. Las entidades de la física –quark, bosón, máser– son tan incomprensibles para la mayoría de nosotros como cualquier cosa producida en el gabinete de un médium espiritista, y el nombre completo del virus mosaico del tabaco, especie Dahlemense, que contiene 1.185 letras (“Acetilserií-tirosilserilisoleucil…”), bien podría ser glosolalia.
La galopante ciencia ficción aporta su grano de arena para fertilizar nuestras fantasías. El viaje espacial, los rayos de la muerte y los cerebros cibernéticos fueron una vez mera utilería del género. Ahora podemos ver inventos similares en la televisión, que es también un sueño de la ciencia ficción. ¿Por qué el resto de la parafernalia de la ciencia ficción no podría volverse real? ¿Por qué no el viaje por el tiempo, los universos paralelos, los escudos gravitatorios, los monstruos de ojos saltones, la invisibilidad y la comunicación con los muertos? Nuestra imaginación está embriagada del Futuro Ya, y –al contrario de los científicos– nosotros no vemos ningún obstáculo.
Por último, la ciencia no las tiene todas consigo. La atacan por no haber resuelto todos nuestros problemas, por no haber siquiera intentado resolver muchos de ellos. La llaman herramienta de la dominación tecnocrática:
La tecnocracia [es] aquella sociedad en la cual quienes gobiernan se justifican a sí mismos apelando a los expertos técnicos, quienes a su vez se justifican a sí mismos apelando a las formas científicas de conocimiento. Y más allá de la autoridad de la ciencia, no hay ninguna apelación. (1)
Se dice que la ciencia es desalmada o, más bien, indiferente a las necesidades de la psique. Si un hombre tiene empleo, coche, casa, esposa y un número estadístico de hijos, si goza de comodidades como el psicoanálisis, el seguro y un encendedor electrónico, ¿qué más (pregunta la tecnocracia) puede necesitar?
Bien, aún es posible que la ciencia desarrolle una conciencia, y aún es posible que los científicos adviertan que su lealtad última no se deba a la compañía X ni al gobierno Y, sino a todos. Es posible que los reproches surtan efecto. Fuera de la ciencia, el mensaje de que la ciencia no las tiene todas consigo ha llegado al ignorante como un farfulleo confuso: la ciencia está muerta. Algunos aplauden la noticia como una justificación para la pseudociencia en la que siempre han creído de un modo u otro.
Otros, liderados por Colin Wilson, la reciben como excusa para una zambullida entusiasta en el ocultismo. ¿La ciencia ignora al hombre como espíritu? Pues convirtámonos a la teosofía, con su evolución del alma. ¿La ciencia no puede pesar y medir el amor? Pues allí está Wilhelm Reich, con sus cuidadosas mediciones de los rayos azules emitidos durante el orgasmo. ¿La ciencia dice que no podemos superar la velocidad de la luz? Lobsang Rampa la supera todo el tiempo. ¿La ciencia no puede curar el cáncer? Aparecen mil curas instantáneas. Si las Escrituras modernas parecen proponer como mandamiento científico “no harás tal cosa”, los nuevos Evangelios apócrifos dicen “lo harás y tienes que hacerlo”.
Los capítulos que siguen se proponen brindar una muestra representativa de estos nuevos apócrifos. Trato de describirlos sin ensañarme demasiado, aunque debo confesar de antemano mi propia parcialidad contra muchas creencias ocultistas y pseudocientíficas. No obstante, hago lo posible por distinguir entre ideas descarriadas e ideas simplemente descarriladas.
Trato de incluir ejemplos de casi todo. Para nombrar unas pocas piezas selectas: la Atlántida, las claves bacónianas en las obras de Shakespeare, la cuadratura del círculo, la busca de agua con varas bifurcadas, la percepción extrasensorial, la Tierra plana, la Gran Pirámide, la homeopatía, el I Ching, los mitos de segunda mano, la koreshanidad, Loch Ness, los médiums, Nostradamus, la comida orgánica, el movimiento perpetuo, los códigos de los cuasares, la radiestesia, la cientología, Ted Serios, los OVNIs, Velikovsky, Wilhelm Reich, la visión de rayos X, el yeti y la macrobiótica zen.
No incluyo la brujería, el satanismo y algunos sistemas religiosos o filosóficos como los del doctor Oupensky y Aleister Crowley, pues tienen poco que ver con la causalidad física. Por diferentes motivos omito las supersticiones cotidianas sobre los gatos negros y los números afortunados, las martingalas y otros sistemas de apuestas, y los actos compulsivos privados con que muchas personas ornamentan sus vidas. Son demasiados y demasiado tediosos, aún para compilarlos, fuera de un trabajo de índole psicológica. Por último, omito la alquimia, que por cierto es una pseudociencia. Pero la mayor parte de la literatura alquímica parece ser histórica (semblanzas de Paracelso o Alberto Magno) o bien, en fin, algo así:
Hallándose aquí los gigantescos carámbanos talármicos que empiezan a derretirse, mas ahora Fuente Prototípica del Fiero Goteo, de la Nueva Virgen Espermatizando Gracia Atómica. Los Tálamos unificados dando ahora una visión concentrada, dirigiendo todos los nervios Craneanos con su eterno renacer.
Por lo tanto la preambulación positiva de la grávida compasión aspirante, nace ahora de la concepción Atómica conciente, preambulatoria y clasificada.
Pues habiendo sido llevado por tan ricos caudales a través del Tiempo, y la unificación de Merope a través de la molecularización en la Relatividad, el dios habíase transformado en poderoso Átomo de Atómica plenitud de sacraproclividad. (2)
Estas perlas son de un artículo del Occult Gazette titulado “La focalización de los yods como la corriente divina de la realeza timpánica”. Ojalá pudiera citar algún otro ejemplo de los espléndidos fragmentos ultravioletas de Gladys I. Spearman-Cook, pero ya es tiempo de descender del Fiero Goteo a la buena y vieja y plana tierra firme.
MIRE ESTE ESPACIO
1 – Antes de la invasión
LA TIERRA PLANA
Tal vez un día colonicemos Marte. En tal caso, uno de los primeros indicios de que nuestra colonia se está civilizando de veras será la formación de una Sociedad de Marte Plano. En realidad, quizá ése sea el objetivo principal de nuestra civilización: exportar la chatura a las estrellas.
En nuestro propio planeta, la civilización va muy bien encaminada. Los defensores de la Tierra plana ni se mosquean ante los flagrantes camelos de la NASA, así como nunca se mosquearon ante esos barcos que fingían hundirse en el horizonte. Alrededor de 1890, John Alexander Dowie fundó la comunidad de la Tierra plana de Zion, Illinois. Se declaró a sí mismo Elias III y financió su Iglesia Cristiana Católica Apostólica con fraudes bursátiles. Wilbur Glenn Voliva lo sucedió a su muerte en 1905, y dirigió Zion sobre los principios de la chatura, el curanderismo y el fundamentalismo hasta 1942.
Era a todas luces razonable que el Creador no pondría al hombre en una pelota que giraba en el espacio negro. El sentido común indica que El creó un mundo plano y sólido, con el Infierno en el sótano y el Cielo en el primer piso. Como la única función del Sol era dar luz de día, Voliva razonó que debía estar al alcance de la mano, como la lámpara del dormitorio. Juzgó que debía tener unos cincuenta kilómetros de diámetro y estar a unos cinco mil kilómetros del globo, perdón, del planisferio.
El planisferio de Voliva era un círculo, con el Polo Norte en el centro y una muralla de hielo alrededor del borde. Cuando alguien le señalaba que de ese modo la línea costera de la Antártida sería varias veces más larga de lo que indicaban las mediciones, cambiaba de conversación.
Los argumentos a favor de la Tierra plana se originan normalmente en lecturas literales e ingenuas de la Biblia. En este sentido, existe un gran antecedente cristiano. Aunque los hombres del siglo cuarto antes de Cristo entendían que la Tierra era redonda, San Agustín, siete siglos después, pensó lo contrario. Era imposible que hubiera personas en la parte inferior de la Tierra, pues no podrían ver a Cristo descendiendo del Cielo el Día del Juicio. San Lactancio razonó que la gente no puede andar paseando con los pies por encima de las cabezas ni la lluvia puede caer hacia arriba. Los acólitos recientes del culto han añadido pocos argumentos nuevos, pero mucho fervor, a esta controversia. Aparentemente Voliva circunnavegó el globo varias veces en el curso de sus giras de divulgación sin perder la fe. Apostó 5.000 dólares a que nadie le probaría nunca que la Tierra era redonda, y nadie se lo probó.
En Gran Bretaña, John Hampden había hecho una oferta similar en 1870: 500 libras a que la Tierra era plana. Alfred Russel Wallace, el naturalista que compartió con Darwin el descubrimiento de la evolución, recogió el guante. Un experimento en una extensión de diez kilómetros en el canal Old Bedford demostró que la superficie del agua no era un plano sino una curva convexa, y Wallace embolsó el dinero. Hampden y sus amigos objetaron la decisión. Repitieron el experimento en privado con resultados más satisfactorios, y escribieron una serie de panfletos, incluyendo “El fraude del canal Bedford detectado y expuesto. John Hampden, 1870”, y “¡John Hampden triunfante! Desde siempre y para siempre. Por él mismo, 1871”.
Hay dos clases de teorías populares sobre la Tierra hueca. En la primera, la Tierra es una esfera hueca con agujeros de acceso en los Polos. Contiene otro Sol adentro, evidentemente para brindar luz diurna a la raza de enanos, atlántidas u otros habitantes del interior. En 1818 John Cleaves Symmes; un oficial retirado del ejército norteamericano, trató de organizar una expedición al agujero del Polo Norte. Symmes decidió que la Tierra contenía una serie de esferas huecas concéntricas, todas habitables.
Declaró que era ley natural que todo fuera hueco, según lo testimonian los huesos de los animales y las aves, los pelos de nuestras cabezas, los tallos del trigo y otras hierbas… por lo tanto los planetas también debían ser huecos.(1)
Su hijo, Americus Symmes, sospechó que las tribus perdidas de Israel simplemente habían caído por el borde y estaban viviendo en el interior. De acuerdo con otro norteamericano del siglo diecinueve, Cyrus (“Koresh”) Teed, nosotros vivimos adentro. Si tiene que haber teorías de lo plano y lo convexo, parece lógico tener una teoría de lo concavo, y Koresh la pergeñó: no hay nada afuera. La Tierra es sólo una especie de burbuja de roca que nos contiene a nosotros, el Sol, la Luna y las estrellas, y flota en un universo de nada. La gravedad presumiblemente no es más que fuerza centrífuga. Las salidas y puestas del Sol son sólo apariencia Siempre se queda en el medio, girando para mostrarnos su lado brillante de día y su lado oscuro de noche. Las salidas y las puestas son causadas por un conjunto de leyes ópticas especiales inventadas por Koresh. Otras leyes semejantes explican las ilusiones ópticas que denominamos Luna y estrellas, y otras leyes más explican cómo la luz se curva de manera que nunca podemos ver por encima dd horizonte aparente. Todo esto se te reveló a Koresh una noche en una visión que no parece contar con ninguna explicación óptica especial.
Las ideas de Teed tuvieron bastante arraigo. Formó la Unidad Koreshana de Chicago. Los Universologistas Koreshanos se pusieron a medir la curvatura de la Tierra con reglas de cálculos, y la encontraron cóncava, tal como los amigos de Harnpden la habían encontrado plana. Criticado por los científicos. Koresh se comparó con Harvey y Galileo. Negar la concavidad de la Tierra, dijo, era negar a Dios. Los opositores de la koresharúdad eran el Anticristo.
Esas nociones mesiánicas encontraron adeptos, años después, en la Alemania nazi, donde inspiraron la Hohlweltlehre, o Teoría del Mundo Hueco. Esta teoría también explicaba por qué un berlinés no podía ver a París colgada en lo alto cuando miraba el cielo: óptica koreshana. La luz viaja formando una curva cerrada, volviendo a la superficie pocos kilómetros después y creando la impresión de un horizonte. Pero las diferentes longitudes de onda de la luz tienen curvas más o menos cerradas. Esto inspiró una magnífica idea al almirantazgo alemán. Si estas curiosas leyes ópticas eran ciertas, sería posible, usando luz infrarroja, ver por encima del horizonte: ¡ver la flota británica en los puertos británicos!
Una decena de hombres fue despachada de Berlín a la isla de Rügen [en el Báltico] para que fotografiara la flota británica con un equipo de rayos infrarrojos en un ángulo de unos cuarenta y cinco grados hacia arriba. (2)
Pero en Alemania también cundía la Welteislehre, o Teoría del Mundo de Hielo, de Hans Hörbiger, un proyecto mucho más ambicioso. Hörbiger creía que la Luna estaba por caérsenos encima. O sea que no estaba girando en órbita alrededor de la Tierra, sino en una espiral descendente. Una noción básica de la Teoría del Mundo de Hielo es que el espacio en verdad no está vacío, sino lleno de un fluido viscoso. Cualquier cuerpo que atraviesa esta melaza naturalmente está perdiendo energía a causa de la fricción. Por lo tanto, cualquier cuerpo en órbita está bajando gradualmente en espiral. La Tierra está cayendo lentamente hacia el Sol (como todos los planetas) y la Luna está cayendo lentamente hacia la Tierra. La luna actual era en un tiempo un cuerpo errante, y la capturaron la melaza más la gravedad. Antes de eso, teníamos otra luna, pero se derrumbó, causando grandes terremotos y el Diluvio. Antes de eso, teníamos otra luna, y así sucesivamente. De hecho, lo más normal en la Tierra es sufrir impactos lunares. ¡Cúbranse!
Volviendo al hielo. Hörbiger afirmó que todos los cuerpos del sistema solar, excepto la Tierra y el Sol, tienen una gruesa capa de hielo. Siempre cae hielo en el Sol, provocando las manchas solares. Por último, la Vía Láctea no es más que un enorme conglomerado de cubos de hielo. Esta teoría se tomó muy en serio en Gran Bretaña y Alemania. Los nazis la recibieron como alternativa para las teorías convencionales de la “ciencia judía”. Más tarde volveremos a la ciencia nazi. Desde luego, es posible que la Tierra haya capturado una luna errante. Pero entre las teorías de captura en circulación la más probable requiere que la Luna se aproxime a la Tierra moviéndose más despacio que ahora, y que su trayectoria pase muy cerca de la Tierra, tan cerca que casi seguramente entraría dentro del “límite de Roche” de la Tierra. Dentro de la distancia del límite de Roche, la gravedad de la Tierra la despedazaría.
Una noticia peor para los discípulos de Hörbiger es el descubrimiento de que la Luna no tiene un movimiento espiralado y descendente. En realidad, tiene un movimiento espiralado hacia afuera, pues su órbita aumenta cerca de una pulgada por año. (3)
Estos hechos, más la ausencia de hielo en las zonas de alunizaje, probablemente causarán crisis en el culto Hörbiger, pero sin duda no le pondrán fin. La gente del Mundo de Hielo negará categóricamente los hechos, negará otros principios físicos, o bien alterará la teoría lo suficiente para mantenerla en marcha. Nunca renunciarán a ella, sin embargo, pues la atmósfera de Gottcrdammerung de las lunas en colisión es demasiado efectista para perdérsela.
EL ATAQUE DE LAS ALIMAÑAS DE VENUS
Las más populares teorías de la pseudoastronomía predicen catástrofes equivalentes a las colisiones lunares de Hörbiger. Algunos han explicado los prodigios del Antiguo Testamento como cometas precipitándose a la Tierra, colisiones con otros planetas o la repentina irrupción de la Luna desde abajo del ex continente de Atlántida.
Entre éstos, el doctor Immanuil Velikovsky es por cierto el rey de las catástrofes. En su teoría, la Tierra es el punching-ball del sistema solar, sujeta a terremotos e inundaciones descomunales, lluvias de fuego y azufre, meteoritos, electrocución y mucho más. Hasta los títulos de los tres libros de Velikovsky evocan la violencia cósmica:
¡MUNDOS EN COLISIÓN!
¡ERAS DE CAOS!
¡LA TIERRA ESTREMECIDA!
He añadido signos de admiración a esos títulos, que parecen tomados de films de ciencia ficción de los años 50 (compárenlos con Invasion from Space, “Invasión del espacio”, y Panic in the Year Zero, “Pánico en el año cero”). Mundos en colisión explica que entre el 1500 y el 700 a.C. la Tierra sufrió una serie de catástrofes provocadas por cometas, para los que Velikovsky diseñó esta coreografía: Júpiter choca con Saturno, perdiendo un fragmento que se transforma en cometa. El cometa choca varias veces con la Tierra (provocando terremotos, inundaciones, lluvias de meteoritos, etc.). Luego choca con Marte, arrancándolo de la órbita. Marte se nos aproxima (más terremotos, etc.). Por último, Marte y el cometa chocan de nuevo, muy cerca de la Tierra. Cometas pequeños se desprenden de la cola del cometa: se transforman en el cinturón de asteroides, mientras el impacto devuelve a Marte a su órbita, y el cometa sienta cabeza para transformarse en el planeta Venus.
Aquí en la Tierra esas colisiones parecen haber causado todos los grandes milagros del Antiguo Testamento. Cuando, por ejemplo, el faraón se negó a autorizar la partida del pueblo de Moisés, el cometa Venus provocó el descenso de diez plagas: polvo rojo cayó de la cola del cometa, tiñendo los nos de color sangre (nro. 1) causando sarpullido en los hombres (nro. 2) y peste en el ganado (nro. 3). También pudieron haber caído de la cola ranas, piojos, moscas y langostas (nros. 4, 5, 6, 7). El “granizo” fue en verdad una lluvia de meteoritos de la cola, acompañada por una precipitación de aceite ardiente (nro. 8), y la oscuridad (nro. 9) fue causada por los efectos de la gravedad del cometa y el electromagnetismo en nuestro planeta, que lo obligaron a detenerse o bien le cambiaron el eje de rotación. Por último, como el faraón era testarudo, el cometa decidió liquidar a los primogénitos egipcios con un terremoto.
Como si ya no hubiera hecho suficiente, el cometa luego abrió el Mar Rojo para que cruzaran los hebreos El maná que los alimentó en el desierto es fácil de explicar como “un precipitado de carbohidratos” de nuestra vieja amiga, la cola del cometa. Por qué se le ocurrió precipitarse como un manjar limpio y sabroso, libre de piojos, ranas y polvo, seis días por semana durante cuarenta años, Velikovsky no lo explica. Dos meses después de abrir el Mar Rojo, el cometa estaba de vuelta, esta vez sobre el monte Sinaí. Moisés confundió el terremoto resultante con la voz de Dios.
Parece que [… ] el sonido que “se oyó largo tiempo” se elevó diez veces; en este rugido los hebreos oyeron el Decálogo. “No matarás” (Lo tirzah): “No cometerás adulterio” (Lo tin´af)… (4)
Velikovsky aplica los mismos argumentos a la destrucción de Jericó, a la detención del sol sobre Gabaón, al exterminio del ejército de Senaquerib, y demás. De hecho, se pasea por las mitologías de muchas naciones, encontrando en sus inundaciones, incendios, sismos y milagros evidencias del cometa de Velikovsky. Por ejemplo, esta lluvia de aceite:
Una lluvia de agua ardiente aumentó la reserva de petróleo de la Tierra; el aceite de roca del suelo parece ser, al menos en parte, “aceite estelar” caído al final de las edades del mundo, curiosamente en la edad que culminó en el segundo milenio antes de nuestra era. (5)
Su evidencia para este hallazgo desconcertante (¿por qué el aceite se hundió miles de metros bajo la tierra y el mar?) se encuentra en Plutarco, San Agustín, el Éxodo, la mitología siberiana, los mitos aborígenes de la India oriental, el Ragnarok nórdico, un papiro egipcio y varios documentos de América Central, todos los cuales mencionan el fuego o la lluvia. Pero Plutarco no hizo más que preguntarse de dónde vendría el aceite y Agustín se limitó a opinar que Prometeo y Moisés eran contemporáneos. Y por lo menos uno de los documentos de América Central es una traducción espuria de un manuscrito que en realidad no dice nada del fuego o la lluvia (el traductor es el abate Brasseur, sobre quien volveremos).
Cuando apareció en 1960, y periódicamente desde entonces, Mundos en colisión recibió seria atención por parte del público. Los astrónomos y físicos, irritados por esa popularidad, rebatieron a Velikovsky en público y por escrito. Lo que debió haber sido la olvidable publicación de las especulaciones de un tramoyista se convirtió en cambio en el “caso Velikosvky”; sus detractores empezaron a quedar en ridículo en su afán por desenmascararlo. Humeaban como los obispos del juicio de Juana de Arco, mientras el buen doctor, como la santa, conservaba la calma y desechaba todas las objeciones
Damon Knight (6), entre otros, parece encontrar una especie de justificación moral, ya que no científica, para las teorías de Velikovsky en este cuadro herejía-juicio. Pero sería instructiva una comparación con una escena descrita por el autor de Santa Juana, donde un defensor de la Tierra plana interpelaba a su audiencia. Shaw dice que el conferenciante permaneció absolutamente calmo en medio de la “furia chispeante” de sus interlocutores y “respondió” serenamente a sus objeciones más fuertes. Cuando alguien preguntó si el conferenciante nunca había visto un barco hundiéndose en el horizonte a través de un telescopio, “él inquirió benignamente si quien lo interrogaba alguna vez había usado un telescopio de esa manera”. No lo había usado.
El conferenciante continuó: “Yo también he presenciado esa interesante ilusión. Quien me interrogó […] sin duda se ha parado con frecuencia en un puente ferroviario y ha visto los dos rieles paralelos convergir y encontrarse en la distancia. Puedo preguntarle si cree que las dos líneas de veras convergen y se encuentran como aparentemente lo hacen?” (7).
Nadie debería sorprenderse demasiado cuando los científicos pierden los estribos debatiendo con un aficionado que se propone dar por tierra con todas sus teorías sobre geología, astronomía, historia y evolución biológica con una extravagancia como los cometas en colisión. Y nadie debería sorprenderse de que Velikovsky se quedara los más campante: a fin de cuentas es psiquiatra.
Velikovsky encara su tarea como la de quien pone a toda la humanidad en el diván del psicoanalista y saca a luz sus experiencias traumáticas ocultas (colisión de mundos) estudiando sus sueños (mitos). De esa manera, ignora todos los problemas en la interpretación de mitos de culturas extrañas. Da por sentado que los hombres de todas partes son psicológicamente equivalentes (todos hacen mitos que él puede interpretar en forma correcta) pero nunca pueden dar saltos imaginativos equivalentes. Si dos mitos hablan de una inundación, debe tratarse de una sola, la misma y real.
Su teoría es un lecho de Procusto al cual todas las mitologías son invitadas a probar su tamaño. Por ejemplo, los cometas pueden lucir velludos, femeninos, viperinos, angélicos, llameantes, emplumados o con forma de buey, de modo que cualquier mito que aluda a cualquiera de esas características se toma y se usa. Las mitologías que carecen de tales referencias debieron de “reprimirlas”; él habla de “amnesia colectiva”.
No es difícil ver que en base a datos tan escurridizos se puede inferir cualquier cosa. ¿Qué hay de la evidencia física de Velikovsky? Damon Knight menciona el descubrimiento (después de 1950) de que el Sol y los planetas tienen campos electromagnéticos. Esto, dice, es “evidencia que confirma” la teoría del desastre. Lamentablemente, Knight confirma así mi sospecha de que ignora qué es una evidencia.
Los campos electromagnéticos son necesarios para explicar las teorías de Velikovsky, pero no suficientes; daría lo mismo decir que haber descubierto que la Tierra no es una esfera perfecta (sino que se parece más a una pera) “confirma” la teoría de que es chata como una mesa de billar. En una edición de 1967 de su libro, Velikovsky cita otra evidencia que presuntamente lo respalda:
un gigantesco cañón submarino que rodea al globo casi dos veces, indicio de una torsión planetaria; una capa de cenizas de origen extraterrestre en el lecho de todos los océanos; evidencia paleomagnética de que los polos magnéticos se invirtieron repentina y reiteradamente y, se afirma, el eje terrestre con ellos. (8)
El cañón submarino no es indicio de una torsión planetaria, sino parte de una situación harto más complicada. Se cree que todo el globo está cubierto de placas vastas y rígidas que gradualmente son resquebrajadas por brotes de lava en el lecho oceánico. El borde principal de cada placa se abalanza sobre el próximo, montándolo o bien hundiéndose en el horno de abajo. Este proceso se ha realizado durante millones de años; no lo inició el cometa de Moisés. (9)
La “capa de ceniza” puede referirse a sedimentos de origen continental (10) o a polvo cósmico, que cae en la Tierra a razón de unas dos mil toneladas diarias. Han habido inversiones de los polos magnéticos terrestres, pero nunca “repentinas”. Cada inversión tarda varios miles de años, y los intervalos entre una y otra han oscilado entre cincuenta mil y veinte millones de años. (11)
Algunos de estos hechos parecen argumentos de peso contra la noción de que la Tierra se ha detenido, torcido, quemado, inundado, tumbado y llenado de aceite de Venus; pero los seguidores de Velikovsky, aceptando la Gestalt de su teoría, tal vez quitan importancia a los detalles. Tiene que quedar un baluarte de credulidad en esta teoría catastrófica, pues implica que puede haber otro Fin Espectacular A Mano. Y esa idea seguirá prosperando mucho después que se frustren las tentativas de encontrar alimañas en Venus 12 o maná en Marte. (13)
UNA CALAMIDAD TRAS OTRA
Velikovsky, como tantos bichos raros, se considera un científico de pies a cabeza. Ha buscado el reconocimiento científico de su genio con tanto tesón como un devoto de la cuadratura del círculo.
Charles Fort fue más audaz y declaró que la ciencia misma era defectuosa, un “pulpo mutilado. Si tuviera tentáculos en vez de muñones, tantearía hasta llegar a contactos perturbadores” (14). No deseaba unirse a la “clase sacerdotal científica”, y si alguna vez propuso una teoría seria era la de que todas las teorías son ridículas.
Fue su amigo Theodore Dreiser quien persuadió a un editor de tomar El libro de los malditos de Fort en 1919. Los “malditos” eran datos que la ciencia había omitido, ignorado o excluido por cualquier otro medio del paraíso científico: ítems cuidadosamente eliminados de los diarios y las revistas científicas: lo inexplicado. Las piedras flotaban en el aire. Se veían ruedas de luz en las profundidades oceánicas. Un hombre dio la vuelta alrededor de su caballo y desapareció. Se vio un caballo nadando en el cielo. Aparecieron luces en la Luna, y los anillos de Saturno (que aparentemente giran a gran velocidad) tenían manchas fijas. Aquí y allá, misteriosos estampidos, luces, explosiones.
Del cielo caían cosas que según los científicos no podían estar allá arriba: sangre, nieve roja, maná, hojas de otoño en primavera, abono, manteca, cenizas, seda y azufre (por nombrar una pocas sustancias); bichos, ranas, peces, gusanos, lagartos y tortugas (por nombrar unas pocas especies). Fort continuo con esa serie digna de Ripley en tres libros posteriores. Murió en 1932, tras pasar los veintiséis años previos compilando estos papelones para la ciencia.
Compilando pero no analizando, pues eso significaría pretender que la compilación tenía algún sentido. Damon Knight, en su biografía de Fort, dice:
Rechazaba explícitamente los métodos estadísticos, tal vez porque eran la herramienta de su enemigo, la ciencia organizada; nunca preparó cuadros ni trazó diagramas con sus datos. (15)
Y creo que hizo bien. Los capítulos posteriores mostrarán lo que sucede cuando los datos azarosos e infundados se transforman en base de una teoría sistemática.
En el mejor de los casos, Fort consideraba a los científicos “sonámbulos” en el sentido de Arthur Koestler, hipnotizados por sus propias deducciones y cálculos e indiferentes a todo lo demás; en el peor de los casos, eran charlatanes. A los astrónomos los comparaba con los astrólogos, quienes “peleaban por el prestigio y los emolumentos tirando al blanco, olvidando los yerros, y registrando los aciertos con una publicidad desproporcionada” (16). Los astrónomos predecían que habla un planeta más allá de Urano, o bien dos, o bien ninguno. Se descubrió Neptuno. Como todas las apuestas estaban cubiertas, la astronomía ganó de nuevo.
Fort creía, o fingía creer que todas las hipótesis científicas eran igualmente verdaderas, y todas igualmente falsas. Se oponía al pensamiento categórico de cualquier especie, y sugería términos medios. Así, concedía que la Tierra podía rotar un poco, digamos solo una vez por año. Sus discípulos se aficionaron a expresiones como “verdadero/falso” y “bueno/malo”, dando a entender que habían desechado el pensamiento categórico.
Todo esto es maravillosamente simétrico y hegeliano en abstracto, pero no siempre práctico. No perdemos demasiado prescindiendo de los “buenos” efectos de entidades “buenas/malas” como los campos de concentración, y generalmente optamos por considerar la Luna como mucha piedra y muy poco queso verde. Algunas verdades/falsedades son más probables que otras.
Fort no era muy amigo de proponer hipótesis propias. Parece haberlas acuñado, como epigramas, sólo para el ejercicio intelectual, renunciando de antemano a todo compromiso con ellas. Dijo, por ejemplo, que:
1. Las estrellas son agujeros en una cavidad gelatinosa que rota. Como la gelatina tiembla, ellas titilan.*
2. Hay vastas islas o naves bogando invisibles sobre nosotros en un Super-Mar de los Sargazos, llamado Genesistrino, Azuriano, Elvera o Monstrator. De ellas caen sustancias, animales, artefactos.
3. Alguien es nuestro dueño.
4. El hombre no evolucionó a partir de animales inferiores, sino que llegó a la Tierra (de alguna otra parte) en el pasado distante. Varias especies lo tomaron por modelo, y evolucionaron emulándolo. “Aunque los gorilas […] son sólo caricaturas, algunos de nosotros somos imitaciones aceptables de seres humanos”. (17)
5. Alguien quiere pescarnos.
6. Un Egipto más antiguó estuvo poblado por esfinges.
7. Las caídas de objetos extraños pueden ser poesía amorosa: “Algún otro mundo conociendo esta Tierra, saqueando una sólida imaginación y profiriendo sus metáforas vivientes: cantando un caudal de mastodontes, ronroneando mariposas, bramando un ardor de búfalos…” (18)
Fort no daba más fe a sus cosmologías que a las de otras personas. Le deleitaba descubrir tautologías en las declaraciones de los encambrados. Así señaló que la noción darwiniana de la supervivencia del más apto dependía de una definición de los más aptos como supervivientes; mientras que la línea recta de Euclides, “la distancia más corta entre dos puntos”, requería que la distancia se midiera a lo largo de una línea recta. Parece improbable que Fort se propusiera seriamente desacreditar el trabajo de Darwin o Euclides con esos “descubrimientos”.
Sus seguidores, sin embargo, tomaron mucho más en serio los epigramas de Fort. La Sociedad Forteana –en la cual Fort típicamente se negó a inscribirse– trató de continuar su obra después que él falleció. La revista Doubt, fundada para imprimir las notas inéditas del maestro, pronto se dispersó en todas direcciones. Promovió la “Constante Cósmica” (también conocida como la Medida Áurea, comentada más adelante), las creencias en la Tierra plana, las teorías de la Luna como un cubo de hielo en expansión, junto con la fluorización y vacunación, y cien excentricidades más. Mientras Doubt juntaba datos sobre platos voladores, el director de la revista concluía que eran una invención de los militares, para apartar a la gente de sus verdaderos problemas (como la vacunación).
¿Cómo habría explicado Fort los platos voladores? ¿Cacharros arrojados en una titánica riña de cocina? ¿Planetas sin inflar? ¿Pantagruélicos botones perdidos? ¿Corpúsculos rojos de gran tamaño circulando por una galaxia arterial?
De un modo u otro, al margen de las hipótesis desdeñosas que hubiera elaborado, podemos estar seguros de que Fort no habría llegado a una decisión final. Como un verdadero científico, era capaz de contentarse con registrar hechos inciertos –misteriosas naves aéreas, medusas voladoras, torpedos celestiales, discos con colas y círculos luminosos– suspendiendo el juicio eternamente.
Fuente: “Los Nuevos Apócrifos” (R) John Sladek. En El Péndulo Nro 3. Segunda Época. Septiembre 1981. pp. 73-96.
PRÓXIMA ENTREGA: INVOcando OVNIS
* En Los sonámbulos, Arthur Koestler describe un universo similar concebido por Anaximandro alrededor del 580 a.C. La Tierra es cilíndrica, y el universo, que rota alrededor, está formado por capas de corteza vegetal llenas de fuego. Las estrellas son ojos de alfiler, y el fuego chispea a través de ellas. Esto parece concordar con la teoría de “Doc” Sam H. Smith (inédita) de que lo que consideramos vulgares alfileres son en verdad agujeros estelares.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
LA CIENCIA COMO ESAU
1 Theodore Roszak, The Making of a Counter Culture (Londres. Faber, 1970), pp. 7-8
2 Gladys I. Spearman-Cook, “The Focalisation of the Yods as the Divine Stream of Tytinpanic Royalty”, Occult Gazette, mayo 1971.
MIRE ESTE ESPACIO
Capítulo 1: ANTES DE LA INVASIÓN
1 L. Sprague de Camp y Willy Ley, Lands Beyond, p. 296.
2 Ibid., p. 310.
3 Peter Goldreich, “Tides and the Earth-Moon System”, Scientific American, abril 1972, p. 51.
4 Immanuel Velikovsky, Worlds in Collision (New York, Dell, 1967), p. 112.
5 Ibid., p. 73.
6 Damon Knlght, Charles Fort, Prophet of the Unexplained (Londres, Gollancz, 1971), pp. 133-7.
7 George Bernard Shaw, Every-body’s Political What’s What (Londres. Constable, 1945), pp. 360-1.
8 Velikovsky, p. 6.
9 Sir Edwin Bullard, “The Origin of the Oceans”, Scientific American, setiembre 1969, p. 73. (Volver al texto)
10 HW Menard, “The Deep Ocean Floor”, Scientific American, setiembre 1969, pp. 130-1.
11 Buliard. p. 69
12 Velikovsky. p. 37
13 Ibtd, p. 368
14 Knigbt, p. vi.
15 Ibid, p. 106
16 Charles Fort, New Lands (New York, Ace Books, sin fecha), p 9
17 Knight, p. vii
18 Fort, p. 209
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