La trilogía del agua

Lucía Vazquez construye una lectura de las tres novelas que Claudia Aboaf que componen la trilogía del agua. La contigüidad entre el derrumbe ecológico y nuevas formas de vínculos que ponen en tensión el imaginario distópico y la pulsión de utopía.

// Por Lucía Vazquez

En 2014 Claudia Aboaf publicaba Pichonas en Notanpuan, la primera de sus tres novelas dedicadas a rastrear los cimientos y derrumbes del vínculo entre Juana y Andrea, las dos hermanas protagonistas. Desconozco si fue pensada como trilogía, me gusta pensar que no, y que el mundo de estas dos mujeres en constante lucha con el adentro y el afuera (cuerpo-familia-mundo) se fue expandiendo por su misma riqueza.

Ya en el primer texto, Aboaf planta todos los elementos que florecerán caóticamente en los otros dos libros. Leí con desobediencia, un poco como la que intentan las hermanas con el mundo, la familia y el cuerpo que les fue dado. Empecé por el final, El ojo y la flor (2019, Alfaguara), pasé por El rey del agua (2016, Alfaguara) y terminé en el origen de Pichonas. Si la autora no concibió la trilogía como un orden mi lectura está habilitada por los propios textos. Así como el agua lo llena todo y luego retrocede hasta secarse, ir de adelante hacia atrás permite en esa contracorriente hacer una arqueología textual del universo de Aboaf, original y fresco en la escena literaria argentina. Sobre el Delta se ha escrito bastante, sin embargo, la perspectiva de la autora, quien ha contado que la historia se le ocurrió mientras nadaba en el río, es de una particularidad brillante.

Aboaf aborda el Delta como tiempo-espacio desde los cuerpos de sus personajes, en un viaje constante entre el ojo y el objeto observado. Las tres novelas son ese movimiento de quien mira y lo que es mirado, en una simbiosis imposible de desarmar. Su trabajo con la lengua es minucioso, rítmico y paciente. La voz narrativa se toma el tiempo, los años, para andar y desandar el camino de un tramo de vida de las hermanas: su reencuentro, su separación y el reencuentro final.

Los paisajes distópicos en general y su representación local no escapan a la tendencia de presentarse como páramos, baldíos, tierra arrasada, desierta. Aboaf pone a traccionar el poder del agua y del Delta del Paraná en el apocalipsis personal de Juana y Andrea y de una sociedad que se fue volviendo parodia de sí misma a medida la historia avanza en el tiempo. Ese avance disloca el eje temporal mimético, más claro en Pichonas, con la referencia a los desaparecidos de la última dictadura, y pasa a ser uno alternativo, posible, en el que un Mundo sin agua corona a un intendente corrupto y menudo como el Mago de Oz como su rey indiscutible, dueño de las tierras –y el agua– del Delta.

Las ondas retornan y, de a uno, los rostros aparecen y desaparecen al igual que los peces que nadan debajo de la lancha (p. 41 El rey del agua). El movimiento narrativo que hace Aboaf es el de un cuerpo que va a sumergirse en lo profundo, buscando rastros y restos de lo que estuvo vivo, permanece vivo, se hundió y puede salir a flote. La historia comienza en la casa de Escobar de Andrea, la hermana mayor, amenazada de muerte por su violento marido, que espera a Juana para comer un asado. Todo lo que se cuenta en este primer momento ocurre en tierra, el Delta, y la casa a la que ella iba con su padre, son solo recuerdos que aparecen un tanto confusos en la aterrorizada mente de Andrea. Cuando Juana llega a la quinta se encuentra con su propia amenaza, el hombre que trabaja para su hermana y su cuñado es quien la abusó, mientras esperaba a su madre en el camarín de un teatro, siendo una niña pequeña. El problema queda claro, la unión de las hermanas parece imposible, enquistada en una decisión familiar de división y fronteras vinculares. Andrea vive la vida diurna con su padre, cuyas acciones empiezan a teñirse de una luz especial a medida la memoria escarba. Juana vive de noche con su madre, en camarines teatrales, nunca se cruza con su hermana, que a veces la mira dormir. Físicamente la distancia también parece insalvable: mientras que Andrea es fuerte y grande, “poco femenina” y de pelo corto, Juana es frágil, delgada, hermosa y su cabello es uno de los tantos motivos de envidia de la otra. ¡Por qué a vos y a mí no..! (p. 113 Pichonas) se gritan las hermanas una vez que el asado terminó y los hombres se alejaron, volviéndose todavía más amenazantes. Una quiere lo que tuvo la otra, se siente en falta por ese vacío, cree que la hermana es la afortunada y ella es la que perdió…de pronto quiso matarla para terminar con el dolor de las diferencias (p. ídem): hermanadas pero indefectiblemente distantes, las mujeres parecen no poder soportar la distancia de los cuerpos, las diferencias.

En El rey del agua la historia avanza y a Andrea le llega una carta del intendente, Tempe, quien da su nombre a la segunda novela y cumplió con otro augurio del antiguo Presidente, el loco Sarmiento, dando inicio a una exportación épica, en este caso de agua cruda (p. 14 El rey del agua). De la inestabilidad de la tierra pasamos a un escenario de abundancia líquida, al menos con respecto al resto del mundo. El interés ecológico toma fuerza y el afuera de las hermanas ya es un mundo en sequía, desértico, que necesita agua para vivir, y Tempe la tiene. Por supuesto, la malgasta. Así como el agua cobra protagonismo, también lo hace el escenario político. La trama aquí es la manipulación estatal de la indemnización de las dos hermanas por la desaparición de su padre. No “se fue” sino que lo mataron y quisieron desaparecer su cuerpo en el agua, cuerpo que se disolvió y ahora es parte del líquido vital. El padre vuelve pero está muerto, sus restos terminaron en el agua (p. 114 El rey del agua) y mientras Andrea se sumerge en la historia paterna, e intenta develar el pasado que con ojos de niña no pudo ver con claridad (el padre ofrecía su casa en el Delta para refugiar perseguidos políticos), Juana se sumergirá en la web profunda, perdiendo el lazo que une su mente con su cuerpo. Andrea deseaba ser madre pero no puede, Juana queda embarazada y su mente se pierde en el territorio líquido que también es internet. Durante todo este segundo momento de la historia las hermanas permanecen separadas, cada una buceando en su propio universo, con el “agua hasta el cuello” no pueden ver nada más allá de la propia búsqueda. No se ven, no se hablan, no se enteran de lo que le pasa a la otra.

En El ojo y la flor hay un cambio estructural, la distancia entre las hermanas se ha intensificado de tal manera que no es ni siquiera posible unir sus relatos, por lo tanto tenemos “El libro de Juana” y “El libro de Andrea” como capítulos bien separados. El tercero, la síntesis, tendrá el mismo título de la novela. En la primera parte la voz ida de Juana se encuentra con el horror y la fascinación que le produjo el abuso sexual que sufrió de niña, distanciada por completo de su cuerpo, la mente ha quedado suspendida para “vaciarse de su pasado” (p. 61 El ojo y la flor). Es tan fuerte, tan desgarradora la experiencia de Juana que ni siquiera puede usar su propia voz, otra le habla durante todo el capítulo en segunda persona ¿un anticipo de la voz de la hermana, del tercer capítulo, el final? Por otro lado, Andrea, ya separada del marido violento, será puro movimiento. Resuelta a avanzar (p. 121 El ojo y la flor) la hermana más fuerte hará frente al “síndrome de la sequía”, porque a la abundancia utópica de la novela anterior (enturbiada por el cuerpo del padre desintegrado en el agua vital) aquí se le opone una sequía desesperanzadora. Pero es ahí, en ese escenario de retroceso del agua, de barro y dificultad, que Andrea avanzará hasta llegar a su hermana y mirarla, por primera vez no desde la distancia sino desde la cercanía vital que establecen objeto observado y ojo observador. La flor no existe sin el ojo que la mire. Y la arquitectura del ojo nació con las flores (p. 252 El ojo y la flor), en el abrazo final de las hermanas también hay palabras pero sobre todo hay consciencia, existencia, corporalidad en la mirada mutua que las constituye, que les da finalmente una entidad no disgregada. Los tres puntos del final nos dicen que esa no será la conclusión, porque el movimiento de avance y retroceso, de pasado y futuro, de inundación y sequía es interminable, pero hay ahí un aprendizaje, una fusión que no será fácil de desarmar. Es un camino largo el que han recorrido las hermanas y sin embargo la distancia no ha sido tanto espacial como temporal o existencial, Aboaf en este sentido traza su propia ontología de los elementos y los vínculos, explora con la minuciosidad de ojo que de tanto mirar, de tanto observar, se funde con el objeto observado. La utopía es esa, la verdadera ecotopía es la de los vínculos, la fusión de lo orgánico desde la empatía, atravesadas las diferencias, las distancias de incognoscibilidad, mirar a lx otrx es un ejercicio de entrega, de (auto)exploración. El elemento del agua, el líquido, es el espacio-tiempo (de la Historia también) que permite permearlo todo, ir y venir al ojo hasta poder ver realmente a la flor, y el movimiento no es siempre hacia adelante.