Reseña: El Hombre Primordial

Por Jeremías Suárez

Entre 1883 y 1885, el filósofo Aleman Friedrich Nietzsche escribió la obra Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, en donde exhorta a la sociedad a orientar sus esfuerzos a superar la línea evolutiva que existe entre el animal y el superhombre o Übermensch, quien está ligado a sus pasiones y sentimientos pero no busca el placer. Contradiciendo la línea más clásica de la filosofía de Platón (que postulaba que la felicidad es el bien máximo), pero también en las antípodas de la iglesia y la religión católica, acuñando la famosa frase «Dios está muerto». Solo en una sociedad sin los designios del Dios judeocristiano el Übermensch podrá surgir.

Desde 1938, en el Action Comics #1, Jerry Siegel y Joe Shuster quedaron en la posteridad como los creadores del súper hombre de las historietas presentando a Superman. Este Übermensch vino de otra tierra a salvar al pueblo americano en plena crisis y atestado de crimen organizado en las calles. En 1987, en la revista inglesa Warrior, Alan Moore y Alan Davis reformulan al superhombre al crear a Marvelman (luego rebautizado como Miracleman). Este nuevo superhéroe no solo venía a salvarnos del villano de turno, sino también a cambiar la humanidad desde sus bases.

Casi veinte años después, en 2005, Mauro Mantella y Germán Erramuspe publicaron El Hombre Primordial, probablemente una reconciliación entre el superhombre de Nietzsche y Dios.

En 2005 la industria de la historieta nacional pasaba por su peor momento (como toda industria). Pero había un pequeño oasis, una revista de antologías llamada Bastión, que combinaba historias cortas de famosos escritores internacionales como Frank Miller y Mark Millar, con autores locales nóveles cómo Salvador Sanz (Angela della Morte) y la que más me atrajo en ese entonces: El Hombre Primordial.

La obra en cuestión fue publicada en seis partes y, como todas las historietas de esa antología, era en blanco y negro. Esa decisión no solo se debió a razones económicas, sino también estéticas. Todas las historias tenían un contraste entre la luz y la oscuridad. El Hombre Primordial es el mejor ejemplo de ello.

Max Redland, un joven con síndrome de Down y que sufre todo tipo de vejaciones, es diagnosticado con HIV. En el mismo consultorio donde le dan esa terrible noticia, la frecuencia de una falla en el motor del refrigerador de muestra de sangre activa una transformación en Max, otorgándole poderes más allá de la imaginación. Esto es apenas un resumen que no hace para nada justicia al excelente relato que Mauro Mantella nos propone cargado de simbolismos (el Aleph, la rajadura, los símbolos bíblicos) y detalles en cada viñeta; ni tampoco a los geniales dibujos de Germán Erramuspe, que en el blanco y negro se puede apreciar al 100%.

Pero para poder hacer un mejor análisis de la obra es fundamental trazar un paralelismo con el superhombre de Nietzsche, y sobre todo de sus etapas.

El camello, el León y el Niño.

«El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre —una cuerda tendida sobre un abismo. Un peligroso caminar, un peligroso mirar hacia atrás, un peligroso estremecerse y detener el paso».

Así es como define Nietzsche el paso de la humanidad, ¿Pero qué se necesita para que un hombre sea un superhombre? Básicamente hacen falta tres pasos: la etapa inicial -o del camello- en la que el individuo sigue la moral tradicional​​soportando grandes cargas; la etapa intermedia -también conocida como la del león- en la cual el individuo se revela a la moral tradicional; y finalmente la etapa del niño, donde se libera de la moral y tiene la capacidad de crear a su voluntad. Un estado de pureza que permite establecer nuevos valores.

A lo largo de toda la obra, Max Redlands pasa por las tres etapas ya mencionadas. En el inicio soporta la carga de la discriminación y el bullyng sufrido por su condición, al adquirir poderes empieza a revelarse a lo impuesto, enfrentando al mal más grande que podamos imaginar. Finalmente nuestro héroe renace y comprende su verdadera naturaleza, y es en ese reconocimiento cuando se libera de cualquier restricción imaginable, incluso la del género de superhéroes.

Desde el inicio, la obra toma como concepto simbólico o leitmotiv (dicho por el propio Mantella en las anotaciones) una rajadura. Este concepto está presente en toda la obra y tiene al menos cuatro significados distintos: La fragilidad humana ante lo divino e incierto, el inicio de una ruptura, una falla, una bifurcación o algo que estaba destinado a tomar un rumbo sin embargo tomó otro diferente, y la forma que elige lo divino para hacerse presente (Dios está́ en los detalles).

Esta rajadura, está presente en casi todas las viñetas, ya sea en forma de cable pelado, de letra «Y» o puede estar presente en detalles más sutiles como una bifurcación del humo del cigarro de un antagonista, o incluso como una lágrima.

También tiene un fuerte simbolismo la letra «A» o Aleph, considerado como el sonido más natural de los humanos (la pueden pronunciar hasta los mudos). Dicha letra simbolizaba antiguamente la cabeza de un buey o un hombre con un brazo apuntando al suelo y otro al firmamento (detalle clave para entender el concepto de la obra).

Todos esos símbolos no fueron colocados de manera aleatoria, son detalles y pistas que Mantella nos deja para anticiparnos a los giros de la trama, que lejos de ser inverosímiles para quien leé, dan la chance de disfrutar una relectura, situación muy poco común en obras nacionales.

Además de todo lo ya expuesto, cabe aclarar que El Hombre Primordial es una historieta que, como toda buena obra, puede ser fácilmente leída. No hace falta saber demasiado de filosofía ni de religión judeocristiana (con conocer el primer libro de la Biblia basta), y tampoco es necesario saber de superhéroes. Pero si el lector conoce de ambos, la historia, al igual que la rajadura, va a exponer lo frágil que puede ser el género ante lo divino, cómo la religión se bifurcó tomando un rumbo que no era el correcto. Y que Dios (en el sentido de Neil Gaiman) elige las rajaduras para hacerse presente.

Recomiendo para su lectura la edición de Rabdomantes (2017), que posee un apartado con anotaciones que enriquecen mucho la obra, además de tener un cuidado estético superlativo