// Por Lucía Vazquez
Lucía Vazquez comparte una crónica sobre sus visitas a la Feria de Editorxs (FED) de este año, que se llevó adelante durante tres días en el barrio de Once. Un evento por el que pasaron miles de personas en un necesario reencuentro en vivo de librerxs, editorxs, escritorxs y lectorxs para una fiesta de la edición de literatura independiente que en nuestro país requiere de una mezcla voluntad, fe y algo de épica.
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Conocí la FED en 2017, cuando se hizo en un teatro de Chacarita, Santos 4040. El lugar era grande pero afuera había que hacer cola. Odio hacer cola, pero para comprar libros –que intuía no iba a encontrar tan fácilmente en otros lugares– esperé. El crush fue instantáneo, autorxs, editorxs, librerxs ahí en los puestos para charlar con una y recomendar y guiar en la búsqueda. Porque todxs lxs lectores tenemos nuestras búsquedas y la FED es un gran lugar para encontrar. Y descubrir.
Cuatro años después, con una pandemia encima, también hice cola para ingresar. Aunque era al aire libre, los protocolos indicaban que no entrase todo el mundo a la vez (sabia decisión dada la cantidad de gente). Cada minuto en la calle Gallo, a esa hora por suerte al sol, valió la pena cuando pude pasar esa valla casi imaginaria y meterme de lleno en el corredor de puestos. Más o menos dos cuadras de largo de espacios de editoriales independientes de cada lado. Fue necesario planificar un recorrido para no zigzaguear, pero inmediatamente los encuentros con conocidxs comenzaron a modificar las estrategias de tránsito.
A diferencia de la última –que se había hecho, presencial, en 2019– esta vez se podía circular más libremente y, si bien la apuesta de “al aire libre” puede fallar, fue bastante más disfrutable de ese modo. Por suerte, el clima acompañó y solo el sábado se tomó la decisión de retrasar la apertura, de 14 a 15, por las lluvias. Uno de los tantos saltos de fe que la gente que llenó los puestos ha dado los últimos años. Y hablo de lxs editores, pero también de lxs librerxs, lxs lectores y lxs escritores. La FED, en ese sentido, pareciera el sitio donde nos juntamos a compartir algo de esperanza.
Una de las maravillas de la FED es la variedad. Poesía, narrativa, historia, filosofía. Libros tapa dura, tapa blanda, ediciones ilustradas, literatura infantil, fanzines, hasta pines. Podés ir sabiendo lo que querés encontrar o con dispuestx a perderte para hallar por el lado de la sorpresa. Por lo general, lo que querías ahí está pero también lo que no sabías que querías. Autorxs muy conocidxs y otrxs que no tanto, ediciones que privilegian lo estético, catálogos más o menos cerrados. Cada vez que me encontraba con un libro publicado este año o el pasado me invadía la alegría. La literatura de género, el policial, el weird, la ciencia ficción y el fantástico fueron protagonistas en muchos puestos, reafirmando una presencia de la que todavía algunxs dudan.
Si bien la primera impresión marcaba una mayor presencia de puestos que en 2019, los números lo desmentían. Y, si lo pensamos dos segundos, resultaría muy extraño que después de los efectos devastadores del 2020 hubiera crecido la cantidad de pequeñas editoriales. Aproximadamente un cuarto de editoriales de la edición de 2019 no estuvieron presentes en esta (se pasó de 260 a 210). Sin meterme a analizar números, sabiendo lo que todxs sabemos sobre el año pasado, me parece que en ese contexto la actual edición sigue siendo un éxito. Según algunos medios, esta décima FED tuvo nada menos que 16 mil visitantes, superando en ventas y público a la de hace dos años. Es que la distancia que el 2020 puso entre este tipo de eventos y quienes los amamos, pareciera solo haber intensificado los efectos del esperado reencuentro.
La gracia está no solo la feria en sí sino la presencia: esa alegría de tener un cuerpo se podía ver a pesar de los barbijos, la mayoría debidamente puestos para tranquilidad de quienes todavía sentimos la pandemia respirando en la nuca. Reencontrarse con la posibilidad de tocar los libros, charlar con editores y librerxs, también escritorxs, coleccionar bolsas, señaladores, postales, pequeñas reliquias de la travesía por la feria. Según estadísticas, también las librerías pequeñas aumentaron sus ventas durante la cuarentena. Pero, más allá de las cifras, es verdad que en los días de angustia del confinamiento muchxs solo podíamos leer. La modalidad de compra online de cosas en general también favoreció seguramente el consumo de libros y suscripciones como Bukku guiaron esa práctica hacia la literatura nacional y las ediciones independientes.
Porque la FED tiene el aura indiscutible de lo indie, de lo que se está escribiendo y editando, de lxs autores que todavía nadie conoce y que sabemos que no son impulsados por intereses de mercado. Amor a la literatura, gustos personales, deseos e incluso caprichos hacen parte de la aventura de la edición de literatura independiente en nuestro país, que requiera buenas dosis de voluntad, fe y hasta algo de épica.
Decir que fue una fiesta es del todo cliché pero no sé si se me ocurre una expresión mejor. Las voces, el papel, los ojos achinados que dan cuenta de la sonrisa debajo del barbijo. La materialidad que indica lo posible cuando resulta difícil a veces pensar en esos términos. La FED no solo tuvo la fuerza para sobrevivir un año de virtualidad sino que volvió llena de promesas de presente y, por supuesto, de futuro.