Mariana Enriquez: «El terror o el fantástico son géneros cuyas limitaciones no impiden el desborde»

Parafraseamos y recuperamos algunas de las más interesantes reflexiones que compartió Mariana Enríquez con Lucía Vazquez, Laura Ponce y Mallory Craig-Kuhn en la VI charla de Derivas de la ciencia ficción y el fantástico latinoamericanos que hicimos el pasado 26 de noviembre de 2021

-¿Hay un fantástico latinoamericano?

-Hay, se empezó a armar y, es generacional, una constelación de fantástico latinoamericano y también de España, que tiene más que ver con ciertas influencias como lo audiovisual, lo rockero, la lectura de bestsellers como King. Lo que se leyó, se escuchó, se vio, con muchísimo menos prejuicio que la generación anterior sobre lo que era “correcto”.

-¿Desde dónde escribir fantástico acá?

-Hay muchísimas mujeres y disidencias escribiendo en el terreno fantástico, se comparte ahí una sensibilidad en común. Vieron y se impresionaron por las mismas cosas, aunque sus escrituras sean bien distintas, como en el caso de la de Samanta Schweblin y la propia Enríquez. Si escribieron es porque nunca sintieron que no podía escribirse sobre “eso”, y porque incorporaron de manera efectiva la tradición de mujeres del gótico, como las hermanas Brontë. Sin embargo todavía hay ciertas dificultades, que tiene que ver con no haber incorporado partes de la tradición del género durante mucho tiempo.

-¿Hay una forma de escribir fantástico acá?

-No hay una sola forma de hacer terror o ficción no realista en Latinoamérica. Hay quien no incorpora elementos de realismo o política, que gusta de otras estéticas más cercanas a Poe, Lovecraft, Ligotti, pero sí puede hacerlo con el pasado mítico, como sucede en México. Dioses antiguos y cosmología lovecraftiana pueden ir de la mano pero la actualidad, con su nivel de violencia, no puede competir con el terror. En la literatura local pueden incorporarse elementos de la crónica diaria, el horror de la violencia, que ocurre en todas partes, son “aprovechables” para la ficción. En muchos casos hay cierta parálisis con la dificultad de la incorporación del realismo. Pero puede tomarse, hacer ese tipo de traducción de lo social y lo político y funciona. Aún si no hay “invención” el efecto del trabajo literario lo muestra más horroroso. Hay en este sentido una división y quizá tres formas de hacer terror: una que incorpora más lo folclórico, un folk horror que está creciendo, por ejemplo en Mónica Ojeda o Liliana Colanzi. El más cercano a la violencia y a lo cotidiano, y el terror más tradicional que es un poco más literario. Pero en definitiva son traducciones, hay que “enseñarse a escriir terror”.

Una pregunta es qué hacer con los tropos del terror. Puede escribirse sobre una casa embrujada si se leyó pero cómo es una casa embrujada en Argentina, en Latinoamérica, qué la embrujó. Ni siquiera es el mismo verbo, haunt (en inglés casa embrujada se dice haunted house) no es lo mismo que embrujar. Preguntarse sobre la especificidad de ese tropo en cada lugar es lo que lleva a escribir terror local.

El terror contemporáneo pasa mucho por el cuerpo. No todos los cuerpos latinoamericanos son iguales, más bien son muy distintos. La heterogeneidad de nuestras culturas es algo que hay que defender.

El terror o el fantástico son géneros cuyas limitaciones que no impiden el desborde. Esos límites, esos parámetros ayudan a enfocarse. Las obsesiones pueden ser en este sentido un poco distractivas.

-¿Qué diferencias te parece que hay al momento de escribir cuentos, novelas o no ficción?

-La novela es como escalar una montaña, el cuento es un formato más “cómodo”, hace rato es algo más híbrido, más deshilachado. Hay algo de tensión dramática que en el cuento es más fácil de resolver. Una novela de terror es más difícil. La novela es sobre los personajes, el cuento es una idea. Un cuento como “Bajo el agua negra” empieza con una investigación a la Walsh y luego va a terminar en algo a lo Lovecraft, que va a hablar un poco de violencia institucional y va a ser un poco un ecoterror, los personajes ahí son representaciones de otra cosa, agentes. En la novela puede no tenerse en claro todo eso sino “un papá, un hijo y la secta” y por ahí la geografía, pero no mucho más. No es a ciegas pero vas en la neblina definiendo los personajes. Es un tipo de obsesión diferente. Al fantástico le queda muy bien el formato cuento, pero cuando una novela de género es extraordinaria, es extraordinaria. La no ficción en este sentido da una especie de antena de saber cuál es una historia que impacta. El periodista tiene esa especie de intuición, toca cuestiones muy particulares del momento y eso puede incorporarse a la ficción.

-Estamos hablando un poco en torno a tus obsesiones. ¿Cuáles dirías que son las más recurrentes?

-El cuerpo sano, enfermo, vulnerado, vulnerable, el daño, son obsesiones que aparecen en mi literatura. La juventud, el sexo, la belleza, la violencia, sobre todo la institucional. El género de terror en sí es una de las obsesiones a la hora de escribir. El lugar como personaje, al modo de la psicogeografía, o una idea del gótico sureño. Las casas son una obsesión fuertísima: un lugar que te protege y te daña. También con personas, no reales, actores, músicos, el rock es una de las más obvias en la literatura.

-¿Cuáles serían las condiciones particulares de producción de género en nuestra región?

-Lo que ocurre acá es que no hay un mercado. Es cierto que para mí publicar en una colección generalista como es la de Anagrama una novela de terror me da mucha satisfacción pero al mismo tiempo no me gusta que me digan que es una novela de terror que trasciende el terror, yo no creo en eso. Hay escritores que están más enmarcados en eso y que quizá les gustaría estar en otro lugar. A mí me preocupa un poco que no haya un mercado de lectores, no solamente de ventas, porque creo que eso jerarquiza al tipo que escribe, te saca del gheto. Me parece que es tiempo y que en nuestros países no se puede pedir ciertas segmentaciones que tienen otros países con muchísima más plata. Hay escritores que están incómodos con eso y otros que no. Creo que el problema acá es de cierta escasez de traducciones, de información, una notable ausencia de lecturas de género en la academia y como un rechazo incluso de los que lo escriben a veces. La literatura de género es eminentemente popular y muchas veces se guetifica. El púbico lector se construye, se educa, hay que leer.

-¿Qué pensás de la polémica del concurso de FNA 2020?

-Me sorprendió. Pensé que era una discusión saldada el tema del género. Hay que explicar las cosas, es un organismo público, y creo que quizá no comunicamos muy bien en un momento que era general de mucha confusión. Pero para mí era súper obvio. Veía concursos mucho más “locos”, mujeres que escriben sobre mujeres, pero un escribir un cuento de ciencia ficción es una cosa muy codificada. Me sorprendió porque pensé que no había una persona que pensara que eso era menor ya. O que no podía haber no ficción o poesía de género. Cómo no va a haber poesía sobre temas fantásticos. Me sorprendió qué corto, y no lo digo con desprecio, pensar en que hay algo esencial en eso. Cierta falta de juego, lo que tienen los géneros es que a las tres horas de haber leído el libro te das cuenta de que acabás de leer algo re profundo, como el jump scare del cine. Podría haber elegido no ficción para el concurso y no hubiera sido tan escandaloso, o narrativa literaria, pero ese recorte, que yo pensé que era de los años sesenta, resulta que no.

Link a la charla completa

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