Enna Osorio Montejo abre el cofre del armario

Por Lourdes Cabrera Ruiz*

Lourdes Cabrera Ruiz leyó el poemario La edad terrible (Ediciones Hasta Trilce, 2025), destacando para Sonámbula el primer libro de la poeta oaxaqueña Enna Ossorio Montejo, quien transita cuestiones de interés político y social con un abordaje atravesado por la mirada despiadada respecto de las formas de crianza y los vínculos familiares durante la infancia, en un alquímico ejercicio de la memoria en el que la palabra precisa se regodea y exhibe únicamente lo que importa.

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La edad terrible (Universidad Autónoma de Sinaloa, 2024) de la oaxaqueña Enna Osorio representa un paso importante en su trayectoria, pues como primer libro suyo, consolida su participación previa en diversas antologías y marca un después en el camino de su promoción. La temática viene a tono con la literatura de estos tiempos, que se desliza entre la autoficción, la biografía y la microhistoria. Como también ocurre con muchas autoras de hoy, Enna ha colocado la mira en temas de interés social y va nutriendo aquellos asuntos políticos en los que hemos logrado resonancia, sea desde el ecofeminismo, las corporalidades o, como en este caso, las formas de crianza. De esta manera, nos ubicamos en la recreación de significativos vínculos de parentesco durante la infancia, y desde una perspectiva adulta, en gran parte.

Con el trabajo previo de seleccionar y recrear vivencias, la poeta ha amoldado el conjunto a un solo tono y deja testimonio más o menos aproximado sobre las maneras de convivir, educar y cuidarse en el hogar. Su objetivo abarca más de una generación y está enfocado en contextos culturales y geográficos que podrían ser familiares para lectores del sureste mexicano.

Lo terrible extiende de esta manera sus raíces para hacer notar que toda etapa de la vida puede ser vulnerada. Incluso después de fallecidos, algunos personajes parecen prolongar hasta la eternidad el peso de su desgraciada historia. No es tan solo abril el signo temporal de la crueldad y la carencia afectiva, también los matrimonios de muchos años y las mujeres con habitación propia cargan con altas dosis de veneno en el cuerpo. Se dibuja en el trasfondo una herida abierta que ninguna voz intenta procesar: el dolor no requiere de adjetivos, es el que es.

Pero si bien el ejercicio de la memoria pudiera dolerle a quien la escribe, resulta una alquimia exquisita el proceso de detenerse a elegir cómo y hasta dónde elevar el volumen. Tan solo con ir olfateando el cuidadoso repertorio verbal que atrajo espacios diametralmente opuestos, mar y armario, una se queda imaginando a la autora que desnuda al recuerdo para que actúe de esta o de otra manera, ya sea en una playa o en la densidad oculta en un ropero. Mientras el recuerdo sabe que tiene que gemir, la palabra precisa se regodea y exhibe únicamente lo que importa para lograr el escenario: «mi boca tiene la perla que depura el habla». Es así como el imán estético advierte que jamás ha intentado ser fiel a la llamada verdad, por más que el abuelo materno, en efecto, haya sido almirante o que la autora haya tenido que pedirle perdón a las heridas por el hecho de pincharse un dedo, es decir, por disfrutar con las figuras y deleitarse eróticamente bajo el ritmo.

Entre el mar y la playa de arena, el mensaje se va escurriendo y no está precisamente donde el paisaje acontece; con meditada precisión el tiempo de la enunciación nos jala al presente. Así rompe el escenario creado para cantar desde el escritorio: «no quedó cerca el mundo mientras esperaba un abrazo». Por todas partes la sequedad del maltrato hace brotar salitre. “La memoria de Eko” alude a formas de violencia familiar, y marca una distancia. Sutiles, atinados planteamientos críticos se generan por causa del silencio, justamente por lo que no se muestra o por la forma como cierran los textos.

Mientras que algunos fragmentos son narrados desde la infancia, la mayoría de los textos bordean el mundo desde otros ángulos y otras voces. Los recursos técnicos para acercarse al pasado son la fotografía, una colección de objetos antiguos, la indumentaria que ha permanecido bajo resguardo en el closet, entre otros, que bien pudieran no existir realmente pero que constituyen el ancla más efectiva para engancharnos al efecto biográfico, histórico. La ficción termina siempre haciendo de las suyas para recapitular o reinventar la historia, pero los lectores vamos recolectando conchas y caracoles en esta playa, para llevarnos un poco más de la autora real y reconocernos desde y a través de su contexto. Sin duda, vale la pena escucharla en las varias entrevistas que han difundido su trabajo, pero nada como la propia voz lírica para confrontar maneras tradicionales de crianza. Si utiliza alusiones, y una templada manera de soltar la sopa sin juicio alguno, es porque trata asuntos reprochables que no fueron exclusivos de su linaje y que, por ello, significan más que el mero ejercicio de estar mirándose el ombligo.

Dado que el abordaje de la infancia permite modelar escenarios de juego y fantasía, resulta acertado incluir un texto como “El derrumbe”, que funciona como recurso metatextual para mostrarnos el drama de estar narrando en todo momento lo terrible, y sostener la ficción en su unidad. Es así que un muñeco de trapo es el bebé enfermo y tiene que agravarse. Hay urgencias, las niñas que juegan a la casita se activan y las resuelven. Pero «cuando llega la calma ensordece el juego. Procuramos otro problema y el hogar se derrumba. Empezamos otra vez. La casa nunca vuelve a ser la misma». En efecto, el proceso creativo jamás nos devuelve las versiones previas y a cada revisión la obra empieza de nuevo a ser ella misma. A pesar de los tallereos y las recomendaciones, y a veces gracias a ellos, queda para los lectores aquello que sobrevivió a la calma de sabernos demasiado seguros como escritores. En este sentido, cabe mencionar que Enna Osorio hace suyo el camino literario desde muy joven, y que su persistencia revela disciplina y talento.

Esto puede constatarse a lo largo del libro, aunque nos detendremos al azar en las páginas donde realiza la exploración del armario. Nos llega desde una mirada atenta, cuidadosa, como la de un médico forense. «Huesos, dagas apuntando la salida del sol. Ningún objeto ocupa lugar arbitrario. El ropero es parte de la secuencia. La ropa abrigadora está cerca de la osamenta: lo más temido era el invierno». Y viene muy a tono, porque no solo se hablará del silencioso asesino y del recuento de los daños, sino del aprendizaje destilado en una voz que afirma: «−La clave es estar dispuesta a perderlo todo en cualquier momento. Es lo que va a suceder». Para quienes miramos el mundo desde una óptica mitológica, encontramos aquí el rosto de Plutón, que implacable desolla, desmiembra y aniquila para que la transformación se haga presente.

El libro también nos muestra incurable la herida de Quirón, el gran maestro. Quienes conocemos un poco la vida de Enna sabemos que más de una vez ha experimentado situaciones radicales, por ello, al analizar su trabajo, si bien no me extraña reconocer la fuerza y determinación que bordean los límites de lo confesable, también me cautivó la construcción del silencio como contrapeso efectivo, en ese mundo detallado y repleto de significados. Antes de lograr esta obra, la experiencia era un mundo para que Enna pudiera mirarse a solas. Ahora, quién podría desprenderse de esas niñas y mujeres puestas en papel, que han renovado la comprensión de nuestra historia reciente. Son la memoria, ese cofre abierto que no estamos dispuestas a perder, pues no deseamos que otra vez lo narrado suceda. Por ello se confirma que hay una gran labor detrás de la ruptura con lo genealógico y años de procesamiento alquímico. Por eso nos complace que Enna logre ese tránsito difícil mediante el arte de la palabra sabiamente compartida.

 

 

*Lourdes Cabrera Ruiz es miembro fundador de la Asociación Literaria y Cultural de Yucatán, docente. Coordinadora de talleres literarios en contextos educativos, sociales y culturales. Contacto: ccultivamente@gmail.com