Batman, el capitalismo y la historia

// Por Juan Mattio

Juan Mattio presenta, con el prólogo que aquí compartimos, la irrupción de Kike Ferrari en el mundo del comic. Y nada menos que con una versión «alternativa» (Elseworld, se podría decir) del encapotado más famoso del mundo. La historia, con lápices de Cristian David Navarro, se enfoca el mito de origen de Batman y la personalidad secreta de Bruce Wayne (que, a diferencia de otros superhéroes, sólo cuenta con el «superpoder» de sus millones) con una reveladora perspectiva. «Este movimiento, que parece simple, reintroduce la lucha de clases a la escena mítica y Gotham se convierte en una ciudad contemporánea con sus tensiones sociales y sus conflictos políticos», explica Juan. Además de este prólogo, la cuidada edición de Perro Gris viene con comentarios de Juan Sasturain, Nicanor Loreti y Flor Canosa, una entrevista a Ariel Avilez y material extra.

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Los personajes de cómic funcionan distinto a los personajes de la literatura convencional. Se parecen, más bien, a los de la épica o a los de la tragedia griega. Un autor toma a uno de ellos –Superman o Aquiles– y trabaja en su propia versión. Suelen ser episodios, pequeñas gestas, porque los autores del cómic –como los griegos– respetan la tradición, lo que otros, antes, hicieron con ese mismo personaje que ahora heredan. No se empieza de cero. Un escritor de novelas puede fundar a Madame Bovary o a Stephen Dedalus. Territorios inexplorados, campo abierto para la imaginación. Pero un autor que decide trabajar sobre Batman está entrando en diálogo –y en polémica– con una larga serie de personas que lo antecedieron y, al contar un episodio, imprimieron sobre el personaje su propia lectura.

En este sentido, la escritura de cómic es un ejercicio borgeano. Sabemos que Borges toma a Fierro y lo lleva a la muerte en El fin, por ejemplo. Este procedimiento también atraviesa buena parte de la literatura de Kike Ferrari y no inicia en esta historia de Batman. Me animaría a decir que es uno de sus procedimientos centrales. Escribir es, para Kike, un acto de lectura.

¿Qué lee Kike, entonces, en la larga tradición de Batman? Como nos enseñó Ricardo Piglia en sus hipótesis sobre el género negro, su lectura advierte que “la cadena del delito es siempre económica”, que no hay crimen que no sea, al mismo tiempo, una pequeña maqueta del funcionamiento del capital que tiene su origen, como sabemos, en el mecanismo del robo que es la plusvalía. Y entonces su relectura pone en evidencia lo que es obvio: Bruce Wayne es, antes que nada, un empresario, heredero de una fortuna familiar, hijo de un multimillonario. Ese es, digamos, su superpoder.

Me permito algunas digresiones que, tal vez, nos ayude entender la magnitud de la transformación que propone Kike Ferrari en esta historia. Siempre me pareció tentadora la idea de pensar a Batman como una figura cercana a Hamlet. Ambos herederos que enfrentan el fantasma de un padre asesinado que los instiga a la venganza. Pero Claudio, el tío, el asesino, está repartido en Gotham entre muchos villanos (Joker, Two Faces, Riddler, Catwoman, Pinguin, etc.) y eso arma una diferencia: si Hamlet es un vengador, Batman es un justiciero. Bruce Wayne se convierte en instrumento de una justicia general y no particular. No persigue al asesino sino al delito, así, en abstracto. Y eso lo hace defensor de un orden, de una forma particular de las relaciones sociales. En ese sentido, Batman se debilita ante la figura más noble de Hamlet que, en definitiva, sólo quiere poner orden en el tiempo roto, desquiciado, que abrió el homicidio de su padre, el rey.

También hay una similitud en los escenarios: Gotham y la corte de Dinamarca. En ambas el tiempo histórico está detenido y, como decía Walter Benjamin al pensar el Trauerspiel, hay cambio pero no trasformación. Pasan los reyes, los papas, los príncipes, los villanos, pero el orden social permanece intacto. Son escenarios míticos, quietos, lo que favorece la estructura lineal del relato: los héroes y los antagonistas no intercambian nunca posiciones, son blanco y negro. Extremos morales que, por lo general, abren su conflicto con un intento de usurpación y lo cierran con la restitución del equilibrio social.

Por último, Hamlet y Batman se parecen en que ambos bordean la locura, sus memorias traumadas por el crimen, su pasado feroz que los acecha, sus fantasmas reclamando justicia, su rabia contenida, todo eso los convierte en material inestable, neurótico, peligroso. Esta faceta ha sido explorada de forma extraordinaria por Alan Moore en The Killing Joke y  por Grant Morrison en Arkham Asylum.

Me gustaría preguntarme qué hizo Kike Ferrari con estos elementos. Por un lado, al introducir la lógica económica, construyó en el padre de Bruce Wayne un empresario que, como cualquier otro, es capaz de dejar seiscientos obreros en la calle si los números no cierran. Ese es el verdadero mito de origen de Batman y no el posterior asesinato de Thomas Wayne. Y encontró en esa lógica que los villanos, bien mirados, podían ser los trabajadores que pasan a la acción y resisten. Este movimiento, que parece simple, reintroduce la lucha de clases a la escena mítica y Gotham se convierte en una ciudad contemporánea con sus tensiones sociales y sus conflictos políticos. Gotham vuelve a estar en la Historia y, por lo tanto, el mundo ya no está fijado en esa especie de capitalismo eterno que propone la saga. Las raíces de la locura de Bruce se disipan en la lógica del dinero y la ganancia. La ley vuelve a ser instrumento del capital y Batman, entonces, uno de sus subordinados.

Uno de los murciélagos es una intervención rabiosa sobre la herencia y, aunque no me siento capacitado para alegar, el trabajo de Cristian Navarro hace que el golpe sea demoledor. La sensibilidad de las imágenes, su expresión y su solidez, construyen un Batman que, al mismo tiempo, se aleja y se acerca de la figura que conocemos. Que indican su presencia sin imitarlo. La alianza entre el texto de Ferrari y las ilustraciones de Navarro abren una nueva perspectiva para uno de los grandes mitos de la cultura de masas.


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