[Reseña] Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce, Barcelona: Anagrama, 2019. 309 págs.
En 2015, Paul B. Preciado decidió asumirse como varón trans, obteniendo la legalidad para su nueva condición de género en 2016. Un apartamento en Urano recoge artículos periodísticos producidos entre 2010 y 2018, en medio de dos prácticas de cruce: la de género y la geográfica. Se trata de una colección de reflexiones escritas “en aeropuertos y en habitaciones de hotel” (28), habitando entre Nueva York, Barcelona o París. Y, también, de reflexiones escritas antes, durante y después del proceso de transición. El libro, compuesto de ensayos breves y a veces punzantes, tal vez menos sistemático que los anteriores, expresa un pensamiento situado desde esta doble condición móvil.
Me atrevería a decir que son los procesos de cruce los que mejor permiten entender la transición política global a la que nos enfrentamos. El cambio de sexo y la migración son las dos prácticas de cruce que, al poner en cuestión la arquitectura política y legal del colonialismo patriarcal, de la diferencia sexual y del Estado-nación, sitúan a un cuerpo humano vivo en los límites de la ciudadanía e incluso de lo que entendemos por humanidad. Lo que caracteriza a ambos viajes, más allá del desplazamiento geográfico, lingüístico o corporal, es la transformación radical no solo del viajero, sino también de la comunidad humana que lo acoge o lo rechaza (29).
Testo yonqui, publicado en 2008, es en parte un diario de la experimentación con la administración autónoma de testosterona, que Preciado comenzó a practicar en 2004. Tematiza una serie de acciones de resistencia al régimen farmacopornográfico (y a los géneros hegemónicos constituidos en su seno), basadas en la refuncionalización irónica de las propias tecnologías del cuerpo dominantes. En el nuevo libro, el biohackeo da lugar a una enunciación explícita como varón trans que, al mismo tiempo, profundiza y altera la línea de experimentación anterior. “No soy un hombre. No soy una mujer. No soy heterosexual. No soy homosexual. No soy tampoco bisexual. Soy un disidente del sistema sexo-género” (26). Esta forma activa de disidencia sexual, sin embargo, se encarna ahora en el pasaje a una identidad nueva que lleva nombre masculino: “renuncié a la fluidez porque deseaba el cambio” (28-29).
Ahora bien, el cruce de género intersecciona con el geográfico, que nos interpela especialmente como latinoamericanxs. Cuando decidió “abandonar la fluidez” y constituirse como varón, Preciado consideró llamarse Marcos en referencia al subcomandante zapatista. Esto generó cuestionamientos desde nuestras latitudes: “mi decisión fue denunciada de inmediato en las redes por los activistas latinoamericanos como un gesto colonial. Afirmaban que, siendo blanco y español, no podía llevar el nombre de Marcos (…) Seguramente tenían razón” (31). Poco tiempo después terminó por adoptar el nombre de Paul B.
El cruce geográfico, el desafío a las fronteras coloniales hoy reforzadas por las derechas nacionalistas y los Estados del centro global, es para Preciado análogo al de género. Así como las categorías dominantes del binarismo varón/mujer son productos de un régimen heterosexual opresivo, también lo son las fronteras nacionales. “El sur no existe. El sur es una ficción política construida por la razón colonial” (275). Las identidades dominantes del capitalismo se articulan en términos de género y raza: “el norte aparece como humano, masculino, adulto, heterosexual, blanco” (277). El capitalismo sostiene la dominación de clase en una articulación constante con el género, la raza y la colonialidad del poder. El pensamiento de Preciado nos sirve, también, para desarmar ciertos esencialismos en los que a veces cae la crítica decolonial desde Latino América. No se trata, después de todo, de reforzar las fronteras que garantizan nuestra subalternidad haciendo de la condición colonial un lugar de privilegio epistemológico para denunciar opresiones. Por el contrario, se trata de desafiar esas fronteras, caminar los umbrales y desarmar los binarismos.
Cruzar las fronteras, migrar, trastocar o impugnar las políticas de cercamiento de los nacionalismos reaccionarios, constituye una práctica de resistencia comparable a la del cruce de género: “el estatuto de la persona trans es en términos político-legales semejante al del migrante, al del exiliado y al del refugiado. Todas ellos se encuentran en un proceso temporal de suspensión de su condición política” (214-215). Habitar el cruce provoca una situación contradictoria de terror y fascinación: “el terror de haber sobrepasado los límites de la inteligibilidad social; la fascinación de observar desde fuera, o mejor desde el umbral, aunque solo sea por un instante, el apararato que nos construye como sujetos” (214).
El título del libro remite a los planteos de Karl Heinrich Urlich, que en 1864 utilizó el término “uranistas” para referirse a los amores no heterosexuales. “Los uranistas no son, dice Ulrichs, ni enfermos ni criminales, sino almas femeninas encerradas en cuerpos masculinos que se sienten atraídas por almas masculinas” (21). El «apartamento en Urano» significa, para Preciado el viajero, la posibilidad de atravesar las fronteras raciales, de género, coloniales y de clase que estructuran la dominación social en nuestro tiempo.
El escritor de ciencia ficción Philip K Dick, en su novela Tiempo desarticulado, retrata una guerra entre dos grupos sociales: lxs lunáticxs y lxs terrícolas. La batalla entre ambos grupos gira en torno a la conquista del espacio. Lxs primerxs, colonxs de la cara oscura de la Luna, bregan por la expansión interplanetaria como una necesidad vital y liberadora. Lxs segundxs, defensores de encerrar a la humanidad en la Tierra como único “mundo feliz” posible para la especie, quieren limitar o prohibir la colonización de otros planetas. En una serie de párrafos inesperadamente aceleracionistas, Dick sueña con el viaje espacial como una experiencia de la libertad absoluta, como una experiencia de migración más allá de lo humano como lo conocimos hasta ahora
Por primera vez abandonaba la tierra. Saliendo al espacio exterior, entre planetas. Libre de gravedad. La más gruesa cadena ya no lo sujetaba (…) La teoría del campo unificado de Heisenberg había conectado toda energía, todo fenómeno en una única experiencia. Ahora, al abandonar su nave la tierra, pasaba de esa experiencia a otra, la experiencia de la pura libertad.
Satisfacía para él una necesidad de la que nunca había tenido consciencia. Un profundo anhelo inquietante bajo la superficie siempre presente en él durante toda su vida, aunque no articulado. La necesidad de viaje constante. De migrar.
Sus antepasados habían migrado. Habían aparecido, nómadas, no granjeros, sino recolectores de alimentos, penetrando en Occidente desde Asia. Cuando llegaron al Mediterráneo, se habían asentado porque se toparon con el borde del mundo, no había otro sitio a donde ir (…)Ninguna migración había sido nunca como ésta. Ninguna especie la había llevado nunca a cabo, ninguna raza. Desde un planeta a otro. ¿Cómo podrìan nunca sobrepasarla? Daban ahora en estas naves el salto final. Cada variedad de vida llevaba a cabo su propia migración, su viaje continuo. Era una necesidad universal, una experiencia universal (Time out of Joint, 162).
A lo mejor, podemos pensar las políticas del cruce de Preciado como una experimentación aceleracionista, posthumana y de potencialidades cósmicas en nuestro presente. El desafío biopolítico a las barreras de género y colonialidad, practicado con el cuerpo y convertido en teoría, anuncia tal vez los prolegómenos de una guerra mayor. Una guerra contra la humanidad como la conocemos, con sus lógicas de exclusión androcéntricas, heterosexuales, destructoras de la naturaleza y capitalistas.