Ladrones de medio pelo
Por Marcelo Simonetti
Marcelo Simonetti vio la serie de Ariel Winograd sobre el ascenso a la presidencia y el primer mandato del riojano Carlos Menem. Pero, más allá de la soberbia caracterización de Leonardo Sbaraglia y otros aspectos técnicos impecables, parece tratarse de una oportunidad perdida que no contribuye en nada a una necesaria reflexión crítica sobre esa década clave de la historia nacional argentina.
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Vi la serie de Menem, dirigida por Ariel Winograd por recomendación. Y la verdad es que desde el punto de vista artístico es impecable. Acá todo se destaca. Las actuaciones, la dirección, la fotografía. La ambientación de época es excelente. Los actores que hacen personajes centrales de la serie, Leonardo Sbaraglia y Griselda Siciliani, la descosen (la verdad es que no me acuerdo de cuanto lo vi a Sbaraglia trabajar mal, o siquiera “cumpliendo”). Pero así y todo es impactante. Es verdad que la caracterización del ex presidente ayuda mucho para que uno los vea tan parecidos. Pero los gestos, los ademanes, la voz y los recursos que tenía el riojano en público son calcados. Esos momentos en los que el tipo mira callado, son extraordinarios. Sbaraglia construye un personaje que es encantador y aterrador al mismo tiempo. Y en el caso de la Zulema Yoma de Siciliani también es extraordinaria, porque no había tanto material para construir al personaje, más allá de algunas pistas. Pero por momentos uno no sabe si es la actriz o una imagen de archivo.
Esto es de lo primero de lo que hay que hablar, ya que no se trata de un documental ni de una declaración política. Pero claro, siendo una serie de ficción basada en hechos reales hay que tener en cuenta que esos hechos implicaron la destrucción de un país a manos del presidente más determinante de los últimos cien años. Y justamente estamos en un momento donde ese período histórico está siendo reivindicado por el gobierno actual. Por lo tanto, más allá de que el director esté acostumbrado a hacer otro tipo de productos y de que no esté interesado en la política de manera abierta, era necesario que la de Menem fuera una serie eminentemente política. Y aquí empiezan los problemas, porque la serie esboza una posición política en un momento como el actual, en el que es menester discutir en profundidad eso que nos pasó como pueblo.
Un problema que encuentro es objetivo, y tiene que ver con la verosimilitud. Cuando la serie empieza Menem se lanza a la interna con Cafiero, e inmediatamente me hizo acordar a una extraordinaria película de Woody Allen, Small Time Crooks (aquí titulada como Ladrones de medio pelo). La serie parece querer dar la sensación de que el tipo tenía a dos lúmpenes al lado y que aspiraba a llevarse todo, partiendo de cero. Pero la verdad es otra. Menem ya había sido gobernador de su provincia antes de la dictadura. Y en democracia había vuelto a ganar. ¿Qué político en el país retuvo el aparato para volver a ser gobernador después de la dictadura? Menem no era un lumpen cualquiera incursionando en política. Y el final de los ochenta era un momento de alta credibilidad en las instituciones de la democracia burguesa. Los partidos políticos existían como tales y eran fuertes. No estamos hablando del 2023, donde ya nadie cree que la democracia con sus instituciones vaya a resolver sus problemas, un contexto en el que puede aparecer un extraviado hablando contra las instituciones para apoderarse del Estado. Entonces Menem no podía llegar nunca a ser presidente con un aparato inexistente, como pasó con Milei.
Es muy gracioso el armado del «menemóvil», la improvisación permanente, la cosa artesanal y sentimental de ir tocando el timbre casa por casa, la ambición y la convicción del personaje principal, su total falta de ideas y posiciones políticas. Funciona muy bien como divertimento. Pero no se trata de una ficción sin más, sino que es una serie basada en el proceso que llevó a Menem a la presidencia y en su primer mandato. Y la verdad es que Menem era un cuadro en cargos ejecutivos desde hace años, en una continuidad sólo interrumpida por los siete años de dictadura. Así que no es verosímil esa presentación de un grupo de “ladrones de medio pelo”, que se plantea con fuerza al comienzo de la serie y que luego se mantiene básicamente a lo largo de todos los capítulos. Sí es verdad, para ser justos, que la enorme mayoría del aparato peronista estaba con Cafiero. Y sí está bien mostrar que la plata que en ese momento sostenía a Menem y lo proyectaba, provenía en gran medida de sus conexiones sirias, es decir, de los Yoma. Pero, así como a fines de los 80 la situación de los partidos políticos y del régimen de conjunto no es como la de hoy, tampoco Menem puede equipararse a Milei. Menem era un cuadro del peronismo a cargo de una provincia y no había llegado a la política hacía quince minutos.
El otro aspecto que incluye problemas objetivos indiscutibles, así como cuestiones subjetivas, es más complejo, ya que con el correr de los capítulos hay que responder a la hipótesis inicial: llega al poder un grupo de “ladrones de medio pelo” y una vez allí buscan sostenerse y juntar toda la guita posible, de cualquier manera y a cualquier costo. Para sustanciar esta hipótesis, desde el guion se construyen algunos personajes ficticios que serían los asesores, los allegados al presidente: un fotógrafo riojano que de tan tibio en su republicanismo bien podría ser radical, un lumpen de la misma provincia, amigote del gobernador y luego presidente, y un tipo que parece no tener ideología (como el resto de la banda), que no es del mismo pueblo que el resto y que se pinta como no demasiado corrupto. El guión nunca explica bien que hace ahí ni cómo llegó a la banda un tipo escrupuloso, sin partido o ideología, al que no le interesa demasiado robar. Es como si fuera el empleado administrativo de un banco, pero es el asesor presidencial de un lumpen que hizo volar a un pueblo por el aire y que destrozó a un país.
Una vez llegado a la presidencia, este Menem ficcional no tiene la menor idea de qué hacer, mucho menos en esa crisis económica galopante que le dejaron los radicales. Y escucha ofertas. Así comienza a rifar el patrimonio nacional al mejor postor. Según el discurso de la serie, para esto va a buscar a la UCeDe (Unión de Centro Democrático), el partido liberal que venía bregando por la liquidación de nuestro patrimonio nacional desde hacía décadas y que operó como la usina ideológica del plan económico de Martínez de Hoz durante la dictadura. Entonces se hace foco en el rol de la ingeniera María Julia Alsogaray como intermediaria entre los “ladrones de medio pelo” y el capital internacional que viene con todos los números de las rifas nacionales, aunque sin haberlos comprado siquiera. Para demostrar la sumisión al capital, y al yanqui en particular, que se plantea como necesaria para lograr la estabilidad económica, el presidente termina nombrando a Domingo Cavallo como ministro de Economía.
El desarrollo de la trama guarda una coherencia esquemática: el eje de la historia son estos cuatro lúmpenes que, cuando llegan a la presidencia necesitan guita y buscan un nexo con quienes la tienen, los capitales franceses, españoles y yanquis, lo que les permite llevar adelante la misión de mantenerse y llenarse los bolsillos. Pero la política no se maneja así, un país no se maneja así. La coherencia y la verosimilitud de un guion no son la misma cosa.
Repasemos a algunos de los más conocidos integrantes del equipo que acompañó a Menem:
–Carlos Corach. Militante peronista desde 1967. En 1981 fue nombrado apoderado del PJ. Menem lo nombra secretario de Legal y Técnica de la Presidencia en 1992. Y En el 95 pasa a ser ministro del Interior.
-Guido Di Tella. Ingresa al Partido Justicialista en 1972. Entre 1975 y 1976 es secretario de Programación y Coordinación Económica, durante el gobierno peronista previo a la dictadura. Con Menem es nombrado embajador en Estados Unidos y luego ministro de Defensa, para finalmente quedar como ministro de Relaciones Exteriores y Comercio Internacional durante ocho años.
-Ítalo Luder. Es el primer ministro de Defensa que elige Menem. Peronista desde 1946. Convencional constituyente en 1949, abogado defensor de Perón en el juicio por “Traición a la patria” que le hicieron los milicos en 1955, cuando lo derrocaron. Reemplazó a Isabelita como presidente durante un par de meses, cuando ésta se ausentó del cargo por motivos de salud.
-Carlos Ruckauf. Arrancó como sindicalista del peronismo en los 60. Fue ministro de Trabajo peronista en 1975. Menem lo nombra como ministro del Interior en 1993. Y luego lo lleva como candidato a vicepresidente en 1995.
-Eduardo Duhalde. Militante peronista desde su adolescencia. Concejal de Lomas de Zamora por el PJ desde el 74 hasta el golpe. Elegido como vice por Menem en el 89. Luego gobernador de la Provincia durante el segundo mandato menemista.
–Antonio Cafiero. El rival de Carlos Menem en las internas, quien ostentaba el apoyo de la mayoría del aparato partidario, fue senador por el PJ acompañando todas las políticas de Estado entre 1992 y hasta el fin del mandato del riojano.
–Eduardo Bauzá. Empresario peronista desde la década del 60. Secretario de Desarrollo de Menem durante su gobernación de La Rioja entre 1973 y 1976. En 1982 crea junto a Menem la corriente interna “Federalismo y Liberación”. Por esta corriente el riojano vuelve a la gobernación en 1983. Ministro del interior desde 1989, después corrido a ministro de Salud hasta septiembre del 90. Finalmente es secretario General de la Presidencia.
–Julio Mera Figueroa. Peronista desde principios de los 70. Asesor de Saadi en Catamarca a la vuelta de la dictadura. Interventor del PJ en el 86 y luego en Córdoba. Impulsor de la candidatura de Menem desde 1987. En 1990 Menem lo nombra ministro del Interior.
-José Luis Manzano. Arranca como diputado por el PJ en 1983. Menem lo nombra ministro del interior entre el 91 y el 92. Autor de la famosa frase “yo robo para la corona”.
-Gustavo Beliz. Era muy joven a mediados de los 80 cuando ingresa a la actividad política en el peronismo y automáticamente en 1989 es nombrado por Menem como secretario de la Función Pública. Entre el 92 y el 93 es ministro del Interior. Luego va a cargos legislativos hasta que Néstor Kirchner lo nombra en 2003 ministro de Justicia y Derechos Humanos.
-Jorge Domínguez. Peronista desde su juventud. Apoyó a Menem en 1989. En 1994 es elegido como intendente de la Ciudad de Buenos Aires por el PJ, como síntoma del apoyo de los porteños al gobierno menemista. En 1996 es elegido por Menem como ministro de Defensa.
Si miramos los niveles locales, casi todas las provincias estaban gobernadas por el peronismo (incluyendo a algunas muy importantes, como Mendoza, Córdoba y Santa Fe). Como todos sabemos, esos gobernadores acompañaron y ejecutaron la misma política que el gobierno central. Incluso el mismísimo Néstor Kirchner, gobernador de Santa Cruz, se refiere a Menem como “el mejor presidente de la historia”, tras rifar el petróleo junto al mandatario nacional.
Las cúpulas sindicales, que maneja el peronismo desde la década del 40 (aún con las modificaciones y rupturas sucesivas con el correr del tiempo), no sólo acompañaron de conjunto durante el primer mandato sino que, aún con sus diferencias, durante buena parte del segundo siguieron boicoteando la enorme cantidad de paros que hubo de cada empresa que rifaba el gobierno. Estos sectores fueron el as de espada y garante en la introducción de las AFJP y de los sistemas de salud del país, destruyendo el ANSES, las Cajas Provinciales, y el PAMI y resto de las obras sociales, a cambio del cogobierno de sus cajas, además de que muchos se volvieron «empresarios», fundando y dirigiendo empresas que le brindaban servicios a las privatizadas de su sector.
Nada de todo esto aparece en la serie. Se trata de la historia de unos “small time crooks” (ficcionales en su mayor parte), que se apoyan en una funcionaria nombrada de la UCeDe y en un economista puesto por Estados Unidos y validado por nadie, ya que en ningún momento se incorpora a la trama a los actores políticos y sociales que manejan el Estado nacional y los provinciales. Por cierto, los dirigentes sindicales del PJ no es que no aparezcan, sino que aparecen embellecidos: se resumen en un sindicalista solitario gritando como un quijote y tratando de traidor a un presidente Menem que se limita a ignorarlo. No hace falta hurgar mucho para enterarse de que hubo un gran proceso de luchas de laburantes, la enorme mayoría de ellas en contra de las intenciones de sus dirigentes gremiales, que ya habían arreglado con el gobierno.
La impresión es que Winograd y sus guionistas se hacen eco de un relato muy extendido, instigado por muchos que fueron gobierno primero junto a Menem y luego otra vez: que ese gobierno peronista no fue peronista. Más bien se trató de un grupo de gente que habría usurpado el poder pacíficamente, sin que se logre entender muy bien cómo estos outsiders pudieron desmembrar tan dramáticamente al país. Pero la realidad fue muy distinta, como vimos más arriba.
Es más, en la serie aparece el Pacto de Olivos llevado adelante entre Menem y el ex presidente Raúl Alfonsín, que acordaron la reforma constitucional que habilitó la reelección. De algún modo, se da a entender que Menem necesitaba de ese pacto y del apoyo radical para volver a ser presidente. Sin embargo, el peronismo, que efectivamente ocupaba más del 90% de los cargos ejecutivos y funcionariales del país, no aparece. Sólo los cuatro “ladrones de medio pelo” sin partido.
Aunque hay algo que la serie retrata muy bien, y que se deposita completamente en la figura de Menem. Pero sabemos que no fue exclusivo del riojano. Se trata de la cuestión sentimental, piedra fundamental del peronismo. No por nada Leonardo Favio filmó su Sinfonía de un sentimiento, relatando la historia del peronismo desde su punto de vista. Ese sentimiento, eso que no se explica y que también tiene su boomerang con otro sentimiento de coordenadas contrarias e inexplicables de parte de los gorilas, es también una clave para explicar el despliegue del gobierno de Menem. Esa apelación es fundamental. Y yo lo puedo decir muy bien. Lloraba de angustia viendo los primeros capítulos. Yo me hice adolescente durante el gobierno de Menem y en esa época me inicié a la vida política. Cuando era chico, mi padre (peronista con el imaginario de la izquierda setentista) me explicaba lo que había sido la dictadura, me mostraba las cosas que estaba haciendo “el gorila de Alfonsín”. Y yo entendía. Adhería. Me decía, por ejemplo, que Alfonsín cedía a las presiones del capital financiero. Y que era típico de los radicales. Me decía que había pactado con los milicos después del levantamiento. Que, en vez de fortalecerse con el repudio popular a los milicos, cedía y dictaba las leyes del Punto Final y de Obediencia Debida. Y yo veía, y veo, que tenía razón en esos planteos. Pero después, con Menem presidente, mi viejo celebró el fin de la hiper. Calló las primeras privatizaciones. Explicó los indultos como una “gran jugada» de Menem para “desarmar” a los militares. Un cachito después, mi viejo se murió. No vio todo el curso de gobierno menemista, llegó hasta el 93. Pero a mí me alcanza para entender lo que atravesó el pecho de la enorme mayoría del pueblo argentino durante décadas y que aún sigue latiendo en una buena parte: la sinfonía del sentimiento. Es esa identificación de la política con un sentimiento la que te permite decir hoy que A está mal y que B está bien. Y mañana que B está mal y A está bien. Y pasado que cualquiera de las dos puede estar bien y después mal. Ser gorila es lo mismo, pero al revés: cuando para el peronista está bien A, para el gorila está mal. Y viceversa.
Con esto no quiero decir que el desastroso gobierno de Alfonsín y la hiperinflación no hayan implicado un enorme desencanto y una derrota popular, tras la aniquilación física de más de treinta mil personas, y que ésta no sea la clave para que después el peronismo haya podido hacer lo que hizo en los 90. Pero sí digo que en esa época no podría haberlo hecho nadie que no hiciera uso de ese sentimiento, que no supiera apelar a él de manera abstracta, construirlo para sí y luego usufructuarlo para llevar adelante lo que fuera necesario para sus planes. Winograd muestra que Menem construye y usufructúa ese sentimiento para sí, y luego da a entender que Cavallo es la gran figura que lo sostiene, y que por momentos llega a ser más popular y a tener más apoyo que el presidente. Sin embargo, la misma serie reconoce que Cavallo se presenta como candidato a presidente en 1999 y que saca el 10% de los votos. Y que el ex vicepresidente de Menem por el PJ, en ese momento gobernador de la Provincia de Buenos Aires, llega al 38%. Ni con el relato de Winograd ni de ningún otro modo hay forma de explicar ese resultado si no se considera al PJ y a la “sinfonía del sentimiento”. Ese casi 40% de los votos de 1999 explican una buena parte de las condiciones de posibilidad de lo que pasó en los 90. Y con la apelación al sentimiento, cuando aparece, Winograd termina invisibilizando el rol clave del partido político.
Durante todo su relato, el problema parece ser la corrupción. Es un guion crítico del peronismo de los 90 pero hecho desde una óptica progresista republicana al estilo Lilita Carrió y la “Alianza” de principios de siglo. El problema no sería tanto el plan económico ni la devastación industrial y la sumisión a los Estados Unidos, ni la destrucción del sistema de salud o del sistema jubilatorio, ni la desocupación volando por las nubes o la entrega del territorio (el desguace de la red ferroviaria, la cesión del petróleo, la energía eléctrica y el gas, etcétera). El problema sería que eran cuatro “ladrones de medio pelo” que contrabandeaban cosas y se quedaban con un vuelto. Peor aún, los corruptos parecen ser los que rodean a Menem, mientras que él solo sería un provinciano con ambición al que le gusta la joda. Esto queda explícito en que este es el tema central de la serie, mientras que la política que se llevó adelante apenas es mencionada cuando el riojano asume, con la aparición de María Julia y alguna otra escena. De hecho, está mucho más presente la crítica al estilo revista de chimentos sobre la cantidad de mujeres que habrían pasado por su cama o sobre la cuestión de si se llevaba mal o bien con su ex y con sus hijos, que la política llevada a cabo por su gobierno. Hasta aparece una bruja cuyos poderes parecen incidir más que los del pueblo argentino, en una subtrama que se extiende innecesariamente. Inaudito.
Para terminar, otro problema importante tiene que ver con la proporcionalidad. Entiendo que la voladura de la AMIA fue un hecho aberrante para el país. Y que en su momento fue un cimbronazo importante. Lo que me parece desproporcionado es que dicho atentado terrorista ocupe casi la mitad del tiempo dedicado a los primeros seis años de mandato, teniendo en cuenta que los primeros capítulos se enfocan en las internas del PJ y la campaña electoral. Es en ese plan que este asesor desideologizado que mencioné al inicio, ese que no parece ser de ningún partido y ni siquiera es mostrado como un coimero, termina siendo parte de la comunidad judía. Y, por supuesto, tras el atentado entra en crisis con lo que está haciendo su patrón y se aleja de la banda por un conflicto moral. Así este personaje ficticio, más allá de su rol en el gobierno, es presentado como parte del colectivo de víctimas. En la serie de Winograd, las únicas víctimas sin contradicciones del gobierno de Menem, a las que se les pone un rostro, son las del atentado a la AMIA. Los únicos que se defienden de Menem son parte de la comunidad judía, operando como contracara buena y valiente de unos sirios desalmados e inescrupulosos, todos ligados al contrabando, capaces de amenazar de muerte a Menem y a su familia, mediante códigos mafiosos, para exigir que continúe garantizándoles vía libre para el desfalco y el contrabando.
Respecto al rol de los medios de comunicación, parece ser que el conductor Bernardo Neustadt hubiera sido el único que prestó su micrófono para ponerlo al servicio de los planes de gobierno. No sé si será o no una ironía del destino, pero tres de los actores de la serie (uno de ellos, Campi, en una gran personificación de Cavallo) empezaron sus carreras justamente durante el menemismo y en los programas menemistas por excelencia: los de Tinelli. Claro, la “respuesta” política a los noventa fueron los 2000, con políticos que en su momento habían sido parte del menemismo. Ahora, la respuesta cultural que “critica” a Menem, lleva a tres actores que fueron parte del programa televisivo central de la cultura menemista.
En fin, Winograd es alguien acostumbrado a la comedia liviana y familiar. Algo que no está mal. Y también está bueno que haya tenido la idea de pegar un salto hacia otro lugar. Lo que sí creo es que o bien le faltaron algunos escalones, limitándose a repetir clichés, o que el problema es que vive y vivió en un país distinto al de la enorme mayoría de nosotros.
Hacer una serie o algún otro artefacto cultural de masas que permita discutir con claridad lo que pasó con nuestra historia reciente sería una herramienta de gran utilidad para pensar el pasado, problematizar el presente y aspirar a alguna clase de futuro que sea distinto al horror en el que estamos inmersos. Lamentablemente, ésta es una oportunidad que no solo fue desperdiciada, sino que contribuye al esnobismo, la superficialidad y la confusión generales.