Marcos Herrera: “Siempre me gustó mirar los zócalos del sistema”

Entrevista de Jorge Hardmeier

Jorge Hardmeier sobrellevó para Sonámbula una tortuosa entrevista en cuatro partes con Marcos Herrera para hablar sobre Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan. De bar a bar, un recorrido accidentado por lo siniestro, las historias de perdedores, los contrabandos oníricos y las grietas del lenguaje, siempre desde el odio a eterno a los clasificadores de la literatura.

Camino por Corrientes ingresando a las librerías vacías de clientes. Hurgo en las mesas para que el tiempo se disipe. Me topo con un libro. Me llaman la atención su tapa y el título: Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan. Lo compro. En un bar pido una cerveza. El libro es de 2024 publicado por Ediciones del Camino. Observo la solapa: un tipo con un sombrero fumando un habano. Me resulta algo ridículo y leo el texto que la acompaña: “Marcos Herrera (Buenos Aires, 1966) publicó poesía y narrativa. El libro de relatos Cacerías, (1997), del cual Ricardo Piglia seleccionó el cuento que le da título al volumen para incluirlo en Las fieras, antología del género policial en la Argentina, las novelas Ropa de fuego (Lengua de trapo, España, 2001), La mitad mejor (Farenheit 451, España, 2009), Polígono Buenos Aires (Edhasa, 2013), La escuela de Satán (Edhasa, 2017) y El núcleo de la soledad (Caleta Olivia, poesía). Ricardo Piglia dijo sobre su literatura: «Por momentos la literatura argentina es toda muy parecida, hay una especie de registro retórico más o menos establecido de lo que se considera literatura, mientras que Marcos Herrera es alguien que ya tiene un campo y una voz que deslumbran por su originalidad”. Tomo lo que queda de mi cerveza con la seguridad de que lo de Piglia es un invento marketinero.

De todos modos contacto por redes a Herrera. Acordamos un encuentro en el Bar Británico, frente a Parque Lezama. Me siento a una de las mesas. La última vez que estuve allí entrevisté a Enrique Symns. El lugar perdió cierta mística. Entra un tipo con sombrero y reconozco a Marcos. Pedimos dos gin tonics. Hablamos sobre nimiedades y le comento: “Leí tu libro: recorre cierta cotidianeidad en el cual se producen ‘hechos extraordinarios’ que se dan, justamente, en la vida real. Eso es interesante. ¿Qué diferencia ambas formas de abordar la narrativa?”

“A mí me parece que desde que Freud explicó el concepto de ‘lo siniestro’ como algo familiar que se vuelve amenazante, ominoso, nos vino a explicar cómo trabajar el registro de lo fantástico o de lo extraordinario. Me interesa más eso que lo segundo. No me gusta El señor de los anillos, aunque sea virtuoso y demás. Prefiero Misery, de Stephen King o El hombre de arena, de Hoffman, en el que se basó Freud para desarrollar su rap de lo siniestro, o A la deriva, de nuestro Quiroga (aunque tenemos por lo menos dos: Facundo y Horacio)”.

Da un sorbo final a su bebida y me dice que lo vuelva a llamar: se olvidó que tenía un compromiso. Lo veo abrir la puerta del Británico. Releo lo que garabateé, sin sentido pienso, en mi cuaderno: “El título de este libro de relatos no es inocente: Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan. Los camioneros traspasan ciertos lugares y también, inevitablemente, sus límites. Marcos Herrera aborda e interroga diversos territorios y especialmente los bordes y fronteras de una diversidad de mapas: el geográfico en su multiplicidad de paisajes y sus entramados de héroes y antihéroes anónimos, el mental que oscila entre la realidad y lo onírico y, principalmente, ahonda en ese espacio que es el lenguaje, sus grietas, su lado zen en ciertos diálogos y la búsqueda de esa isla imposible que convoca a la escritura”. Termino mi gin y pago los tragos.

Luego de unos días sugiero a Herrera continuar la entrevista. En 36 billares, me propone. Voy el día y en el horario indicados al bar de Avenida de Mayo. Llego y ya está sentado tomando una cerveza. Se saca el sombrero, me estrecha la mano y me pide disculpas por su actitud en el anterior encuentro. No hay problemas, continuemos con la entrevista. Le muestro mi anotación realizada en el cuaderno. Se ríe a carcajadas. Pide otra cerveza y le aclaro que esta vez compartimos el gasto. «Quedate tranquilo, invito», me dice.

En este libro en particular hay muchos personajes rurales, historias mínimas, perdedores, buscas. Pregunto por esta postura estética y también, por llamarla de algún modo, política. “Claro, si leemos en clave autobiográfica los textos, te puedo decir que está todo bien con las autopistas, pero prefiero las rutas alternativas, los caminos de tierra o ripio. Si me das a elegir entre el Sheraton y una casa operativa, me quedo con la segunda opción. Cuando dejé la facultad de letras para estudiar saxo, decidí apartarme de la vida entre algodones. Siempre me parece mejor el riesgo que el exceso de señalización. Siempre me gustó mirar los zócalos del sistema y no esa capital de la razón a la que conocemos como cerebro. Siempre estuve en contra de la estética Tinelli de lo que podríamos llamar el «sentido común TN». Siempre prefiero los lugares como el Parakultural antes que el Malba”.

«Hay, por otro lado una investigación, más allá de los hechos narrados, en el lenguaje. Contanos de tus investigaciones con el trabajo arduo con la palabra», propongo.

“Yo empecé escribiendo poesía. Luego, empecé con los cuentos, y después llegué a la novela. Pero me di cuenta de que, en realidad, nunca había dejado de escribir poesía. Por otra parte: ¿Faulkner no es, en cierto sentido, un poeta? Y Borges, acaso ¿no es mejor poeta cuando escribe cuentos que cuando escribe versos? ¿Por qué vamos a tener que compartimentar la literatura? Eso es trabajo de los aduaneros de la literatura, que por supuesto existen. Los clasificadores. Pero de ese tipo de patologías no me interesa hablar”.

Comienza a sonar el teléfono celular de Herrera. Espero. Pasan los minutos. Ríe a carcajadas con su interlocutor. Eso me genera cierto fastidio. Decido levantarme e irme. Que pague él. Veo, ya en la vereda, tras las ventanas, como el tipo sigue charlando como si el contexto no existiera. Me detengo y lo observo: Sigue hablando como si nada hubiera ocurrido. No me registra. Voy hacia la boca del subte.

Miro por Youtube las clases de Ricardo Pigla. Me topo con una en la cual presenta a dos escritores renovadores de la literatura argentina, uno es Germán Maggiori, el otro es Herrera. Me sorprendo y detesto mis prejuicios. Llamo a Herrera a los dos o tres días. Me reprocha haber pagado toda la cuenta del segundo encuentro. Mandame mensajes de audio y te contesto, me dice, impostando cierto enojo. Acepto: Cito una parte del libro: “Los seres humanos, desde tiempos inmemoriales, miran el cielo estrellado, como si ahí estuvieran las respuestas”. Es un tema que atraviesa la humanidad que al fin me remite al dibujo de las constelaciones y al título de un disco de Spinetta: Los niños que escriben en el cielo. ¿Qué ve Herrara en ese cielo? Responde, escueto: “Lo veo al flaco que me guiña un ojo y me dice: pibe, vas bien, es por ahí. Pero también escucho a Charly que me canta al oído: y si trabajás al pedo y estás haciendo algo nuevo ¡adelante!”

Me envía un nuevo audio: le gustan las entrevistas presenciales. Me armo de paciencia y acordamos una cita para finalizar la entrevista en el bar El viejo Buzón, Neuquén al 1100. Caballito. Espero en una mesa. Vereda. Se acerca con sonrisa y sombrero. Esta vez pagás vos, anuncia sin dejar de sonreír. Sí, yo invito digo dispuesto a terminar con la entrevista tortuosa. Existe en Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan una cierta mixtura entre Realidad y sueño / memoria y olvido. Un mundo real y un mundo tan real como ese que es llamado onírico. Eso me remite a Piglia y, hurgando en antepasados de alta estirpe, a Macedonio Fernández. Bueno, explayate sobre el tema.

“Comerciamos a uno y otro lado. Vigilia y sueño. En el sueño, en general, se consiguen más ofertas y además está permitido el contrabando. Macedonio es genial. Y me parece que Cortázar le choreó bastante (que viene a cuento porque dijo que no todo era vigilia la de los ojos abiertos, ¿no). Piglia me parece que es otra cosa: sus delirios tienen algo tan diáfano que sale de los pantanos del sueño, esa es mi sensación. Pero el delirio es fundamental para no volverse loco. Porque si no, el sueño llega tan mal que te condena. Así que: vamos las bandas / rajen del cielo”.

Un concepto sin pregunta: los juego de la mente. Diga.

Minds games: un temazo de Lennon. Este reportaje se está poniendo monotemático. Estamos siempre hablando de la libertad. La verdadera, no la de la publicidad política actual que usa esa palabra para asesinar. Porque no dar de comer es matar, no dar recursos a los hospitales es matar, etcétera. Yo pienso que, si hay que pasar al otro lado y no hay puerta, hay que agarrar una buena maza y tirar abajo la puta pared”.

Llamo al mozo, pago la cuenta, estrecho la mano de Herrera y parto. Desde su silla me pregunta: ¿Escuchaste a Tom Waits?

Algunas cosas.

«Organicemos un asado, viejo».

Cuando llego a casa, escucho Alice.