Moonage Daydream y el motor profundo de la belleza

Por Marcelo Simonetti

Marcelo Simonetti vio Moonage Daydream, el documental sobre la vida de David Bowie dirigido por Brett Morgen que se estrenó hace pocas semanas y lo comenta para Sonámbula. Más allá de la esperable emoción y belleza que se descuenta sólo por tratarse de la vida de uno de los artistas más grandes del siglo XX, el tratamiento de su filosofía y de sus obsesiones logra construir una obra conmocionante.

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Es fácil emocionarse con Moonage Daydream, en tanto la película se centra en la persona que, directa o indirectamente, transformó tu vida y la del 80 por ciento de tus seres queridos. Pero, más allá de eso y de que me imaginaba algunas cosas, este documental sobre David Bowie sigue siendo sorprendente en varios aspectos. Y justo. Y por momentos hermoso.

Un primer gran acierto es que haya un ordenador de su historia, con algún contenido filosófico estratégico que recorre su vida. Ese hilo aparece alrededor de toda la película, tanto por la positiva como por la negativa. Es extraordinario el recurso de narrar la historia con la propia voz de Bowie, en un trabajo que imagino insumió una monstruosa cantidad de tiempo, implicó recurrir a viejos videos o al audio extraído de cientos de entrevistas que se van administrando junto con imágenes contemporáneas al relato. Por momentos resulta conmovedor escuchar al propio Duque Blanco contar su historia, lo que además te hace pensar que en verdad no está muerto y que efectivamente es una estrella que no estalló en mil pedazos, que no murió sino que colapsó sobre sí misma, conservando toda la información. Y que ahora te cuenta su vida hasta el momento de su final humano.

Las imágenes de archivo en vivo de las épocas de Ziggy Stardust, del periodo americano y del berlinés son maravillosas. Es impactante ver a un Bowie revoleando su cuerpo esquelético, al borde de quebrarse, encarnar a Ziggy con semejante nitidez. También impactan los rescates de su periplo de cocainómano febril en Los Ángeles. Aún quienes conocemos su vida tenemos que mirar dos veces para aceptar que es él quien aparece en Berlín, junto a Brian Eno en una lección maestra y relámpago de lo que es el arte de la experimentación.

La restauración del sonido de los 70 y los 80 es tan magistral como impecable la compaginación de imágenes que combinan sus pinturas y las películas en las que actuó, algunos clásicos del cine y sus films favoritos. Aunque algunas de las letras de las canciones están mal traducidas en el subtitulado, en general se entienden, y la elección de las mismas permite que cobren un valor mayor cuando se las ve hilvanadas y en perspectiva.

Volviendo al hilo conductor de la película, ese gran acierto, Bowie siempre fue un pesimista de enorme vitalismo. Es genial lo claro que queda su amor inconmensurable por la vida, junto con su angustia reflexiva y pasional hacia la finitud y el sufrimiento humano. El documental pone en evidencia que ambos polos son los motores que lo hicieron vivir creando con una compulsividad asombrosa, al tiempo que lo hicieron tener ese hambre voraz por conocer todas las culturas posibles. Para Bowie, la vida era inevitablemente breve. El tiempo, efímero. Todo era urgente. Y nada tenía remedio.

Todo ese hilo, también se expresa por la negativa en la película cuando el mismo David relata su periodo de los ochenta. Porque para un tipo con semejante racionalismo estratégico para crear más allá de la frescura, allí hubo una pérdida de brújula. En las entrevistas de esa época reniega de todo lo que hizo antes, reivindica un optimismo previamente desconocido y dice que le interesa lo que el público quiere escuchar, divertir a la gente y entretenerla porque no tiene nada interesante para decir más allá de eso. Lógicamente, con éste cambio rotundo aparecen Pepsi, los contratos millonarios, los músicos abonados al mainstream que no tienen ninguna aspiración artística y las giras faraónicas e hipermasivas.

En el corolario de las imágenes en vivo y de las entrevistas de entonces, la voz en off de Bowie suena un poco avergonzada, incómoda respecto de ese período, En los noventa se autocrítica duramente de la década anterior y reafirma su intención histórica de la creación artística con la búsqueda y el caos como combustible.

En el debe, si bien aparecen canciones del tópico, me quedó el tratamiento de su obsesión a lo largo de toda su vida con la vida en otros mundos. Y más importante, me pareció poco el tiempo que le dedicaron al período más lúcido y melancólico, que se inicia promediando los noventa. Aunque lo poco que seleccionaron musical y discursivamente es contundente.

En definitiva, ya sabía que me iba a emocionar, porque la de Bowie fue la primera muerte que lloré compulsivamente, con un dolor ingobernable. Lo lloré mucho más que a mi padre. Preveía una colección de imágenes de shows con canciones mejor o peor elegidas, algunas referencias a su costado más estético y su visión progresiva y liberal en las relaciones humanas y afectivas. Lo que no esperaba es que el documental fuera a apuntar de manera tan precisa al tronco de su arte y su razón de ser, a esa belleza que residía en su pasión y su urgencia.