Saccomanno despide a Dal Masetto
«Antonio»es el libro que Guillermo Saccomanno escribe a Dal Masseto, que muere en el 2015. Publicado este año por Seix Barral, el libro es un cruce entre narración, poesía y duelo.
Dos detectives comparten la patrulla, que es como compartir un mundo. Uno muere a causa de un disparo. El compañero que queda vivo investiga, busca al asesino, orientado por un gran ayudante: su propio compañero muerto. Habla con él, acuerda, discute. Mientras más se acerca a la verdad, más se aleja de esa presencia. El dilema consiste en que resolver el caso es, también, despedirse. Ahora para siempre. Del amigo muerto y de su fantasma.
Es el argumento de la serie británica River que Netflix estrenó en 2015. Pero también podría leerse como una metáfora de la escritura del último libro de Guillermo Saccomanno, Antonio. Un dulce requiem para Dal Masseto. El texto atraviesa en cada página esa paradoja: resolver el caso -el libro- es terminar de despedirse. Y Antonio es una conversación pendiente que habilita la ausencia del amigo y que es al mismo tiempo su profunda presencia . Qué hacer mientras eso pasa, cómo preparar el llanto final, el grito de la última página, la postrera palabra de amor.
Porque si hay algo de lo que hay que hablar, es del amor. ¿Cuántas formas puede tomar? Un gesto, un acercamiento, una distancia, un diálogo, una confesión. Una manera de recordar. Un modo de hacer presente lo más genuino de un pasado común. De eso se trata, quizás, esta relación nueva que Saccomanno ensaya con Dal Masseto, o con su ausencia inexorable. Antonio es eso: más que una biografía, un encuentro. Fragmentario, bello desesperado. Destellos, pedacitos de amor viril desparramados en más de cien páginas. Un duelo que se convierte en evocación, una despedida dulce y dolorosa.
¿Y de qué hablar con un muerto si no de la vida misma? Una clave, aparece, como dándose aliento. La presencia del poeta italiano – italiano, como Antonio- Cesar Pavese y su libro El oficio de vivir. Pavese y sus diarios, y su vida apasionada, y su literatura. Pavese que da, entonces, dos coordenadas: la del oficio, la de vivir.
Empezar por algún lado: el oficio. Escribir para qué. Qué puede hacer la literatura contra la injusticia del mundo; se contestan que poco, que quizás nada. Son respuestas parciales que engendran más preguntas. Antonio dice en la voz de Guillermo que piensa: la función como escritores quizás sea la de ser testigos y trasmitir esas preguntas. Y eso es tan fundamental que Dal Masetto pasa sus últimos días desvinculado de su muerte próxima, porque es su novela lo que le atarea el pensamiento. El diagnóstico, sin cuidado. La novela, lo importante: hay que terminarla porque hay una pregunta que decir.
Sigamos por el vivir. Acá, la infancia en Italia. La guerra. El recuerdo, de niño, de los 42 paisanos fusilados por el fascismo. La inmigración. El desarraigo. La infancia pobre en un pueblo. La adolescencia pobre en Buenos Aires. Ganarse la vida, retrasar la muerte. El alcohol, siempre la escritura y el alcohol. La pregunta diaria: ¿chupaste hoy? Y a veces el logro y la respuesta que es un triunfo y a veces la mentira piadosa, cotidiana, que intenta no reconocer la derrota. Los finales que llegan; la muerte de Soriano, de Briante; la certeza de ser el último.
Terminar por dónde. Por dónde sino es por esa conversación pendiente, esa confesión en la que lo que más se escucha es el silencio de Dal Masseto. Fue para ambos conocerse en el bajo, en los años 80, cuando el bajo todavía era una zona rea, de piringundines. Fue la amistad y la enseñanza, el oficio, también sus riesgos. Aprendizajes: como Ulises, tapones en las orejas ante los cacareos literarios; apartarse un poco, atesorar la soledad. Discusiones: cuando para Guillermo atardece, para Antonio anochece. Certezas: si la ficción inventa, la realidad exagera.
Y de entre los autores que se recorren, que se nombran como amigos o como maestros, una pregunta final. Qué esperaba Kafka de la literatura cuando anotó “la literatura es mi religión”. Quizás piensan, los dos, que si algo de Dios existe está en aquel silencio. O en este ensayo de amor diferido, de nostalgia de qué. De freno de un impulso, discar el teléfono, escuchar la voz de aquel Antonio que ya no. De búsqueda, de bella búsqueda. Inagotable. Algo parecido a Dios. En tiempos canallas: la amistad, la literatura.