
Por Facundo Nahuel Martín
Solemos decir que vivimos en una era de “realismo capitalista”, por utilizar la expresión de Mark Fisher. Se habría cerrado la imaginación histórica de la izquierda y no seríamos capaces de pensar alternativas al capitalismo. Frente a la incapacidad para pensar proyectos de futuro alternativos, deseables y creíbles, parece que nos replegamos sobre la resistencia sin horizonte, muchas veces plasmada en la acción local y las demandas sectoriales sin un proyecto de sociedad global. Sin embargo, en los últimos años ha reaparecido una preocupación social, teórica y política por el futuro, que se expande desde los estudios académicos hasta la cultura de masas y la ciencia ficción. Nuestro mundo sueña con inquietudes distópicas, engendrxs posthumanxs, inteligencias artificiales que desafían a sus creadorxs, etc. En términos más inmediatamente políticos, la nueva preocupación por el futuro ha implicado también un retorno al pensamiento estratégico de izquierdas, en una serie de intentos por construir formas de acción orientadas a producir el cambio que den cuenta de tendencias sociales objetivas. Entre estos intentos de retorno del pensamiento estratégico orientado al futuro, encontramos el nuevo debate sobre el fin del trabajo, la automatización de la producción, la economía de la información y el “postcapitalismo”. Con sus dificultades y discrepancias internas, estas discusiones articulan una perspectiva política que recoge dinámicas económicas y técnicas en curso, para articularlas en un proyecto de izquierdas que se pretende superador del capitalismo.
El vaticinio, sombrío o celebratorio, según el cual la dinámica capitalista destruye más puestos de trabajo de los que crea no es novedoso. Esta tesis ha sido ampliamente debatida y cuestionada en términos empíricos y, sencillamente, no parece estar cumpliéndose. Sin embargo, hoy el debate sobre el fin del trabajo parece reabrirse, especialmente en los medios de la izquierda británica y el corbynismo, con una inflexión especial: más que de describir las dinámicas en curso como algo inevitable, se trataría de proponer el fin del trabajo como horizonte emancipatorio y demanda transicional para una sociedad postcapitalista. A contrapelo de los sueños progresistas en torno al pleno empleo, los teóricos del postcapitalismo nos proponen abrazar las automatización de la producción y, fundamentalmente, cuestionar la integración social mediante el salario. A continuación presentamos una breve reseña de este nuevo-viejo debate, comentando a sus exponentes principales: Nick Srnicek, Alex Williams, Paul Mason y Aaron Bastani. Una marca común atraviesa a estos autores: la búsqueda por volver a tener proyectos fuertes de futuro desde la izquierda, con una agenda tecnológicamente activa que pueda imaginar una modernidad alternativa a la capitalista. En la conclusión volveré sobre algunos debates y dificultades de estas perspectivas.
Aceleracionismo1
En 2013, Alex Williams y Nick Srnicek publicaron el Manifiesto por una política aceleracionista, proponiendo una política postcapitalista basada en la automatización de la producción y el pensamiento político abstracto, capaz de superar (no abandonar) la política centrada en las iniciativas locales y la experiencia inmediata. En 2015 recuperaron el hilo de la discusión con el aclamado Inventing the Future, abandonando la expresión “aceleracionismo” y al mismo tiempo precisando y desarrollando sus argumentos (reseñamos este trabajo en un artículo anterior, Martín, 2018). Su posición tiene cuatro ejes: la crítica de las políticas folk, la recuperación de la modernidad, la construcción de una fuerza hegemónica o populista y la apuesta por un mundo sin trabajo.
Srnicek y Williams consideran que la política folk delimita un sustrato de sentidos comunes compartidos por la izquierda mundial (o al menos occidental) de las últimas décadas, que resultan paralizantes para la acción. Frustrada por sus propios fracasos y abrumada por un capitalismo global incontrolable, la izquierda ingresó al siglo XXI desprovista de toda idea de futuro que pudiera movilizar la acción. Su política se reorienta hacia una resistencia sin proyecto social alternativo, buscando demorar, refrenar o desacelerar la modernización capitalista, que aparece como la única forma de modernización posible. Esto produjo, también, un viraje hacia lo local y lo inmediato: si no tenemos un proyecto global y radical de sociedad, parece que deberíamos concentrarnos en lo pequeño, privilegiando los espacios de encuentro inmediato entre las personas por sobre las abstracciones y las grandes imaginaciones de futuro. Esta forma de hacer política, que tuvo sus expresiones más emblemáticas en Occupy Wall Street y el 2001 argentino, dice que “lo pequeño es hermoso, lo local es ético, lo más simple es mejor, la permanencia es opresiva, el progreso ha terminado” (Srnicek y Williams, 2015: 46). Si bien toda acción pasa, en algún momento, por la instancia de movilización por abajo y encuentro presencial entre personas que sufren opresión, para estos autores es necesario superar ese momento folk hacia una constelación de prácticas organizativas capaces de vérselas con la abstracción, la universalidad, la gran escala y el diseño de futuros no tangibles inmediatamente.
Superar las políticas folk exige construir una fuerza hegemónica y populista. Retomando las tesis de Ernesto Laclau en una original lectura anticapitalista, nos instan a construir una experiencia política capaz de aunar movimientos sociales, demandas y sensibilidades políticas diversas. El capitalismo avanzado se caracteriza por la fragmentación de las fuerzas sociales, la segmentación de la clase trabajadora y la emergencia de múltiples movimientos sociales con agendas diversas, centradas en el género, la etnicidad, la colonialidad del poder, el cuidado de la naturaleza, etc. Frente a esta multiplicidad, es indispensable construir una fuerza política amplia de miras, expansiva y universalizante, que pueda producir a nivel político una síntesis de fuerzas que no se dará espontáneamente en la dinámica social.
Finalmente, Srnicek y Williams piensan la búsqueda de un mundo sin trabajo, ligada a la automatización plena de la producción, como la demanda hegemónica capaz de articular la multiplicidad de expresiones de conflicto social en un proyecto común de sociedad postcapitalista. “Nuestra primera demanda es una economía completamente automatizada” (Srnicek y Williams, 2015: 109). Su propuesta es construir un mundo donde obtener un salario a cambio de trabajar para el capital no constituya la forma fundamental de integración social de las personas y donde se reduzca sustancialmente la duración de la jornada laboral. Esto implica una disputa por el sentido del ingreso básico universal, una demanda que podríamos pensar como flotante, “sujeta a fuerzas hegemónicas en competencia” (Srnicek y Williams, 2015: 119), que puede articularse en una distopía neoliberal recargada o en un escenario de post-trabajo emancipador que encamine a la ruptura con el capitalismo. En efecto, la idea de ingreso básico universal, por sí misma, no es necesariamente anti-capitalista y bien puede ser lo contrario. Sin embargo, articulada con un conjunto de otras medidas y propuestas, la idea de un mundo sin trabajo podría conducir a un escenario postcapitalista, donde las personas conquistaran el tiempo de ocio, se liberaran de la compulsión a trabajar, modificando la “asimetría de poder entre el capital y el trabajo” (Srnicek y Williams, 2015: 120), haciendo posibles nuevas luchas, desestructurando la disciplina laboral y augurando transformaciones más radicales. Liberar a las personas del trabajo, sugieren los autores, haría posible un encadenamiento de luchas y demandas mayores capaces de poner en cuestión al capitalismo como tal. Se trata, en su perspectiva, de una demanda capaz de aglutinar al conjunto de las aspiraciones críticas del momento, que al mismo tiempo produciría escenarios de crisis y ruptura con la dinámica capitalista, permitiendo una espiral de transformaciones de mayor envergadura.2
Una guía para el futuro
Paul Mason publicó en 2015 Postcapitalism. A Guide to Our Future, un best-seller ampliamente debatido que también participa del debate sobre el fin del trabajo y el postcapitalismo. En su juventud militó en el trotskismo, pero hoy Mason se define como un “socialdemócrata radical”, es un simpatizante del Labor Party de Jeremy Corbyn y un opositor del Brexit. Lejos de la revolución social, pero no resignado a la eternidad del capitalismo, piensa una política que combine las economías colaborativas y la acción dirigida desde el Estado para producir un mundo ya no socialista, sino postcapitalista.
Ante la inestabilidad social y económica desencadenada desde 2008, Mason propone una salida anticapitalista: “primero, salvamos la globalización abandonando el neoliberalismo; luego salvamos el planeta, y nos rescatamos de la agitación y la desigualdad, yendo más allá del propio capitalismo” (Mason, 2015: 9). Su idea de transición postcapitalista se basa en una lectura heterodoxa del fragmento de las máquinas de Marx, retomando las ondas largas de Kondratiev, las teorías de Schumpeter, algunas tesis postoperaistas, entre otras cosas.
Para Mason el capitalismo recorrió cuatro ondas largas (1790-1848; 1848-1890; 1890-1945; 1945-2008), dadas por fases de innovación tecnológica, reorganización de la producción y crecimiento basado en la productividad elevada, seguidas de fases de declinación que llevan a crisis, propulsando a su vez nuevas ondas expansivas, y así sucesivamente. En cada caso, los saltos tecnológicos hacia adelante son exigidos por la lucha de clases, en la medida en que la clase trabajadora organizada resiste la presión a la baja de los salarios y obliga a la burguesía a buscar transformaciones técnicas que incrementen la productividad. “Si la clase trabajadora resiste el ataque, el sistema es forzado a una mutación más fundamental, permitiendo emerger al nuevo paradigma” (2015: 89). El problema es que el ciclo expansivo abierto en 1945 entró en crisis en los años setenta, pero no hubo, al parecer, un salto tecnológico hacia adelante. La causa: la burguesía impuso el neoliberalismo, logrando relanzar la acumulación mediante la derrota social y política de la clase obrera sin necesidad de construir un nuevo paradigma tecnológico.
A la vez (lo que parece contradictorio con lo anterior) Mason considera que las nuevas tecnologías de la información, desarrolladas en las últimas décadas, implican una ruptura tecnológica importante y tienen efectos potencialmente revolucionarios sobre la producción y la sociedad en general. Estas tecnologías tienden a reducir los costos y generar dificultades en la valorización de capital. Leyendo el fragmento de las máquinas de Marx con la teoría de la “sociedad del costo marginal cero” de Jeremy Riffkin, Mason argumenta que la tecnología tiende a minimizar el tiempo de trabajo empleado en la producción, lo que implica en el largo plazo dificultades para valorizar capital. Con los últimos cambios tecnológicos, la principal fuerza productiva tiende a ser el conocimiento global acumulado. Pero la información es reproducible en escalas enormes a un costo casi nulo. “Una vez que puedes copiar y pegar algo, se lo puede reproducir gratis” (Mason, 2015: 131). Con esta tendencia el capital se volvería cada vez más incompatible con sus propios resultados. “La organización y el conocimiento, en otras palabras, hacen una mayor contribución a las fuerzas productivas que el trabajo de fabricar y hacer funcionar las máquinas” (Mason, 2015: 312). El capitalismo conduce a una contradicción entre sus resultados tecnológicos y sus bases sociales. Depende del permanente gasto de trabajo humano como fuente del valor, pero a la vez expulsa al trabajo de la producción, volviendo cada vez más absurda la medición de la riqueza por el tiempo de trabajo. Esto, a su turno, estrangula la tasa de ganancia y conduce a crisis sistémicas:
Hay una tendencia inherente a reemplazar el trabajo con maquinaria (…) Por cuanto el trabajo es la fuente última del beneficio, esto va a tender, a medida que la mecanización se expande a lo largo de toda la economía, a erosionar la tasa de beneficio (Mason, 2015: 145).
Las economías colaborativas serían los gérmenes del postcapitalismo, creciendo en los poros de la sociedad capitalista, así como la economía capitalista se desarrolló en los intersticios de la sociedad feudal. “Si la tesis del postcapitalismo es correcta, lo que estamos por atravesar va a ser mucho más como la transición del feudalismo al capitalismo, de lo que imaginaron los planificadores soviéticos” (Mason, 2015: 527-528). Esta transición lenta se expresaría en las inestabilidades económicas agudizadas y en el lento pero sostenido crecimiento de economías basadas en principios postcapitalistas como la colaboración, la información libremente compartida, etc.
Sin embargo, el postcapitalismo no va a surgir nada más por dejar correr las tendencias en curso. Es necesario pasar a la política y “dar forma al resultado del proceso que empezó espontáneamente” (Mason, 20150: 547). Esta combinación de acción política y procesos objetivos vuelve sobre la tesis postoperaista de la multitud como nuevo sujeto del cambio social:
En los últimos veinte años el capitalismo ha reunido una nueva fuerza social que será su enterradora (…) Son las personas en red que acamparon en las plazas de las ciudades, bloquearon los sitios de fracking, tocaron punk-rock en las terrazas de las catedrales rusas (…) Son la clase trabajadora ‘superada’, mejorada y reemplazada. (Mason, 2015: 485).
La acción política (y estatal) sería indispensable para construir el postcapitalismo. Ya no se trataría de tomar el poder en el modelo bolchevique, sino de proteger y amplificar las economías colaborativas, reorganizar las finanzas y destruir los monopolios informáticos desde el Estado. En un mundo al borde de la crisis climática y financiera, donde hay “motivos racionales para el pánico” (Mason, 2015: 551), sería preciso trabajar desde las instituciones sobre cuatro metas políticas: reducir las emisiones de carbono, estabilizar el sistema financiero socializándolo, elevar la productividad priorizando tecnologías ricas en información y orientar la economía hacia la reducción del trabajo necesario y la automatización (Mason, 2015: 605). Estas cuatro metas serían las “condiciones de victoria” para la estrategia postcapitalista. Tal vez no sea posible concretarlas todas a la vez, pero trabajar en ese sentido nos acercaría al triunfo. Finalmente, los “viejos” derechos laborales avasallados en el neoliberalismo deberían recuperarse y ampliarse por la acción estatal, forzando a las corporaciones a implementar políticas de incremento de la productividad antes que bajas de salarios (Mason, 2015: 622).
Mason podría caracterizarse como un reformista postcapitalista. Propone una estrategia ecléctica para propulsar el postcapitalismo a partir de las tendencias tecnológicas desplegadas por el capital, el crecimiento intersticial de economías colaborativas, el acceso libre a la información, la automatización de la producción y la acción estatal protectora. Medidas tendientes a abolir el trabajo como forma de integración social, como el ingreso básico universal, no son en sí mismas anticapitalistas (Mason, 2015: 637). Sin embargo un amplio y diferenciado paquete de políticas de Estado, impulsadas también por diversos movimientos sociales, en interacción con procesos económicos objetivos, podría propulsar rupturas decisivas con el capitalismo o al menos acercarnos a ello. La alternativa, desde su punto de vista, es la desesperación racionalmente fundamentada: la resignación a la crisis climática, financiera y social.
Comunismo de lujo totalmente automatizado
Aaron Bastani publicó recientemente Fully Automated Luxury Communism. El texto, considerado un manifiesto por el autor, tiene tal vez menos elaboración teórica y énfasis más panfletarios que los anteriores. Construido en torno a narrativas sobre innovaciones tecnológicas, a veces desplegando gran entusiasmo por las figuras individuales de los inventores, el libro de Bastani es el más tecnológicamente orientado de la serie. Los puntos de partida del autor son muy afines al aceleracionismo: crítica a las políticas folk, preocupación por abrir la imaginación histórica y romper con el realismo capitalista, entusiasmo por el futuro en el marco de un proyecto de izquierdas tecnológicamente afirmativo. Vivimos una era de crisis multidimensional: cambio climático, escasez de recursos, envejecimiento de la población, incremento de la pobreza, desempleo tecnológico. La combinación y retroalimentación de estas dimensiones de la crisis exige un esfuerzo desesperado por recuperar ideas fuertes de futuro, porque no hay posibilidades deseables de una gestión capitalista normalizadora de la crisis.
Bastani reconstruye tres grandes “disrupciones” históricas en los modos de producción material con consecuencias sociales de largo alcance: la revolución neolítica, la revolución industrial y la revolución en las tecnologías de la información, en curso actualmente. La tendencia del capital “a innovar perpetuamente como resultado de la competencia, a suplantar el trabajo realizado por humanos y maximizar la productividad, llevaría al final a una Tercera Disrupción” (Bastani, 2019: 37). El circuito integrado tendría el poder técnico-revolucionario que en su momento tuvieran el motor a vapor de Watt o la agricultura, dando lugar a una época de abundancia de la información y, por extensión, posibilidad de abundancia material con menor gasto de trabajo humano. Frente a la crisis capitalista, es posible imaginar una nueva sociedad que ya no gestione la escasez: el comunismo de lujo totalmente automatizado.
Bastanti se considera “literalmente un comunista” antes que un socialista, entendiendo por comunismo “una sociedad en la que el trabajo es eliminado, la escasez reemplazada por abundancia y donde el trabajo y el ocio se mezclan el uno con el otro” (Bastani, 2019: 50). Al igual que Mason, se recuesta sobre el fragmento de las máquinas de los Grundrisse para entender las precondiciones históricas capitalistas que harían posible el comunismo. Hoy, con la Tercera Disrupción en curso, las condiciones para construir el comunismo estarían mucho más cerca (Batani, 2019: 192). Las propuestas de Marx se habrían adelantado un siglo y medio a las posibilidades de su concreción. La información, una vez que la producción se ha tecnificado, se convierte en el principal factor productivo, que ahora es reproducible casi a costo cero e infinitamente. Esto rompe con los presupuestos de la economía de la escasez y el beneficio capitalista. La salida del capital para sobrevivir a la disrupción informática ha sido la creación de monopolios, arquitecturas informáticas cerradas y nuevas leyes de copyright que limitan la circulación de información.
En los pasajes más especulativos del libro, Bastani reconstruye las grandes novedades tecnológicas que, bajo una nueva perspectiva política, harían posible el comunismo: la automatización (no solo de la producción industrial sino del conjunto de la vida), la decarbonización y el pasaje al a energía solar, la minería de asteroides (hoy ya en la mira de varios proyectos empresariales) para obtener recursos, la difusión de las terapias genéticas como forma de prevención y tratamiento de enfermedades, el abandono de la ganadería industrial y el desarrollo de nuevas formas de alimentación altamente tecnificadas (por ejemplo, la agricultura celular, que permite fabricar carne en laboratorios sin criar –ni matar– animales). La Parte II del libro, New Travellers, donde despliega varios ejercicios de imaginación utópica comunista con las nuevas tecnologías, es sin duda la más estimulante y productiva para el pensamiento. Reabre una imaginación de izquierdas creativa, ambiciosa, amplia de miras y capaz de pensar futuros tecnológicos y sociales propositivamente.
La tercera sección del libro intenta delinear una estrategia política. Propone una política populista, que desafíe la tecnocracia de las élites incorporando a amplios sectores en la discusión pública (Bastani, 2019: 188). Este giro populista implica una clara ruptura con la tradición revolucionaria bolchevique: “El comunismo de lujo totalmente automatizado no es el comunismo del temprano siglo XX, ni va a ser conquistado asaltando el Palacio de Invierno” (Batani, 2019: 192).
La política electoral es vital para el proyecto populista-comunista de Bastani, que toma nota de la imposibilidad de que las personas participen en política de manera directa y constante en nuestra sociedad (2019: 195). La política electoral debería orientarse hacia reforjar el Estado capitalista, modificar las políticas bancarias (alejándolas de las medidas anti-inflacionarias y girando hacia objetivos de salarios altos), reprimir la especulación financiera con nuevas regulaciones legales y socializar el mercado de capitales. Antes que el ingreso básico universal, Bastani propone medidas de acceso universal, libre y gratuito a servicios públicos como la salud o el transporte, que podrían rediseñarse con nuevas tecnologías de bajo costo y gestionarse desde marcos municipales (servicios básicos universales).
Bastani, al igual que Mason, es un anticapitalista reformista antes que un revolucionario. Y, al igual que Srnicek y Williams, un populista de izquierdas. Su proyecto es construir el comunismo a partir de la combinación de tendencias económicas en curso y acción estatal organizada desde los niveles municipales hasta internacionales. En el proceso nos ofrece poderosos ejercicios de imaginación utópica, sugiriendo una sociedad comunista basada en la energía solar, la medicina genética, la agricultura celular y la minería espacial, entre otras cosas.
Elementos de balance
Las propuestas “postcapitalistas” en torno al fin del trabajo han recibido una recepción relativamente amplia, concentrada especialmente en los medios anglosajones del corbynismo y el Labor Party, pero con ecos a nivel global. En este breve artículo no voy a reseñar el debate completo. En cambio, voy a tratar de discutir algunas lecturas distorsivas usuales y aclarar algunos nudos y dificultades.
¿Un determinismo tecnológico?
A veces, se entiende que el postcapitalismo propugnaría el retorno a un “determinismo tecnológico” parecido al marxismo tradicional (primacía de las fuerzas productivas en la historia, etc.). Este tipo de crítica es sin más injustificado. Las tesis postcapitalistas se basan en una premisa materialista elemental: no hay discusión política que no abarque especialmente a las bases materiales de la sociedad, incluida su tecnológica. No se trata de que el progreso tecnológico, en un movimiento independiente, determine las demás cuestiones sociales. Tampoco de pensar una aceleración prometeica que desconozca la finitud de la naturaleza o la probable inminencia de la crisis ecológica. Por el contrario: estas propuestas tecnológicamente orientadas se basan en la constatación de los problemas y peligros del presente, todos plasmados en discusiones tecnológico-políticas sobre la producción material, la transformación de la naturaleza y los peligros de la acumulación de capital para la vida en la tierra. Es la urgencia de estos problemas que nos obliga a abandonar la indiferencia a los problemas materiales y tecnológicos. Hoy, muchos problemas sociales son inmediatamente materiales en cuanto remiten a la modificación tecnológica de la naturaleza: las energías renovables, el cambio climático, la aparición de nuevas tecnologías en nuestra vida cotidiana, así como en la producción y la valorización. El giro tecnomaterialista de estos pensadores es una respuesta a esta situación, que asume que el cambio tecnológico es socialmente endógeno y debe comprenderse como parte central de dinámicas sociopolíticas mayores. Las tecnologías no determinan a la política, pero no hay política que no contenga y presuponga una tecnología. Nuestros artefactos, la manera como modificamos nuestros cuerpos y el medio, las múltiples maneras en las que la sociedad se inserta en la naturaleza y se enmarca en ella materialmente son instancias fundamentales de su política. La tecnología no determina a la política desde afuera porque toda tecnología es en sí política. Decidir qué producimos, qué consumimos y cómo ello altera al trozo de naturaleza que somos es probablemente la primera discusión política de nuestro momento.
La tecnología ahorradora de trabajo, en el marco del capitalismo, es diseñada desde el punto de vista de la disciplina de clase y la ampliación de beneficios. No es una base neutra sobre la que construir una sociedad emancipada, sino un aspecto de las formas materiales de dominación social en el capitalismo. Sin embargo, esa misma foma tecnológica es susceptible de refuncionalización para proyectos postcapitalistas. Esta posibilidad se basa en una contradicción básica: el capitalismo permanece como una sociedad basada en el trabajo y a la vez tiende a hacer del trabajo humano directo algo cada vez menos importante en la producción. Esta tesis incluye dos afirmaciones normativas, una funcional y una de imaginación utópica. El capital es funcionalmente fallido: tiende a generar crisis en su capacidad para reproducirse, en cuanto presupone y a la vez socava la integración social mediante el trabajo. En términos de imaginación utópica, la idea de refuncionalización emancipatoria de la tecnología nos permite imaginar futuros no gobernados por el trabajo asalariado y la explotación, donde las posibilidades creadas por las formas productivas en el capitalismo sean transformadas en sentidos renovados y alternativos.
¿El capitalismo se caerá por sí mismo?
En otros casos se lee el postcapitalismo como una invitación a acelerar la dinámica capitalista hasta que se caiga por sí sola, desconociendo la necesidad de la acción política y la discusión estratégica, reemplazándolas por el progreso tecnológico o la dinámica económica sin más. Como si el capitalismo fuera a morir dándose tiros en los pies y para destruirlo bastara con acelerarlo y nadar con la corriente. Es evidente que ninguno de los postcapitalistas desconoce la necesidad de la acción política. En cambio, intentan diseñar cursos de acción para movernos más allá del capitalismo, aprovechando y direccionando, pero no resistiendo las dinámicas social-objetivas en curso. Se trata de recuperar el pensamiento estratégico anticapitalista, no de confiar en la inevitabilidad de los procesos objetivos. Sin embargo, hay un problema con la estrategia postcapitalista: en ninguna de sus versiones parece tener en cuenta la resistencia de la clase dominante (y su Estado) a las medidas que afectan sus intereses. Nos hablan de reducir la jornada laboral sin bajar los salarios, ofrecer servicios públicos gratuitos, garantizar un ingreso básico universal que afloje la compulsión al empleo, socializar las finanzas e imponer protecciones laborales. Todas esas medidas, en ciertos contextos, pueden organizar confrontaciones decisivas y plantear situaciones transicionales o de ruptura con el capitalismo. Pero no parece claro que la sola construcción populista de direcciones hegemónicas o la acción desde el Estado puedan evitar la reacción violenta de la clase dominante, que ha estropeado todos los sueños emancipatorios basados en ideas de progreso gradual y cambio social pacífico hasta el momento. Las élites globales no se dejarán despojar de sus privilegios sociales y materiales sin dar pelea. En este punto, las propuestas postcapitalistas son importantes pero insuficientes. Hoy la agenda de la izquierda anticapitalista necesita ser materialista. tecnológicamente orientada, políticamente capaz de dar cuenta de la pluralidad de lo social y dotada de una perspectiva hegemónica. Ahora bien, eso no justifica que demos por superado el viejo (y pendiente) debate entre reforma y revolución, ni que desconozcamos que no existe resolución de los conflictos de la época sin el pasaje indispensable de la construcción hegemónica y la imaginación de futuros alternativos a la confrontación abierta con la clase dominante y su Estado. Ignorar sin más este problema es sin duda el punto más débil del postcapitalismo.
Lxs otrxs del trabajo
Finalmente, es necesario pensar en los ámbitos donde la innovación tecnológica es menos espectacular y tiene efectos más mediatizados, evitando asumir una comprensión de la sociedad masculinista y centrada en el Norte global. En el trabajo de reproducción social, realizado mayoritariamente por mujeres y no reconocido en el capitalismo como trabajo, la incorporación de tecnología tiene ritmos y efectos diferentes. Los aceleracionistas han avanzado algunas definiciones al respecto, sugiriendo que terminar con la inclusión social mediante el empleo asestaría también un golpe al patriarcado capitalista basado en el trabajo. El ingreso básico universal, según Srnicek y Williams, “reconoce y politiza la manera en que todxs somos responsables por reproducir la sociedad” (2015: 122). Esta aproximación es importante, porque la agenda de abolición del trabajo debe pensar más allá del androcentrismo del empleo asalariado, poniendo eje en el trabajo reproductivo. Para una discusión más completa (de la que me ocuparé en un artículo independiente), todo el debate debería estructurarse desde una comprensión global de la imbricación entre trabajo asalariado y trabajo reproductivo.
También es preciso interrogarse por las brechas tecnológicas producidas por el capitalismo, que crea continuamente ramas de la producción basadas en la explotación del trabajo humano antes que en la automatización. Estas empresas “trabajo-intensivas” se dan especialmente en las periferias, en territorios donde la clase trabajadora global es más débil para resistir los embates del capital. Es necesario analizar la solidaridad interna entre el desarrollo tecnológico en el centro global y el “atraso” sistémicamente inducido en las periferias. De momento, falta pensar qué perspectiva postcapitalista podríamos abrazar desde las latitudes condenadas y excluidas por el propio “progreso” capitalista del Norte global.
El postcapitalismo tiene que vérselas, entonces, con los problemas de la ruptura con la clase dominante y con las posibilidades del fin del trabajo en contextos no sometidos a la aceleración tecnológica del empleo formal, realizado mayormente por varones del centro global. Es necesario discutir, en suma, la lucha de clases, las desigualdades en torno a la reproducción social y las brechas políticas y tecnológicas neocoloniales. Sin abrir estos tres tres debates, la agenda postcapitalista corre el riesgo de mirar el mundo (e intentar cambiarlo) con ojos parciales y privilegiados. Estas cuestiones permanecen, por lo menos, pendientes en el debate.
Artículo publicado originalmente en la revista Intersecciones en agosto de 2019.
Bibliografía
Bastani, Aaron (2019) Fully Automated Luxury Communism. Londres: Verso.
Mason, Paul (2015) Postcapitalism. A Guid to our Future. Londres: Penguin.
Srnicek, Nick y Williams, Alex (2015) Inventing the Future. Postcapitalism and a world without work. Londres: Verso.
1 Repuse con más detalle las tesis de Inventar el futuro en un artículo previo: https://www.intersecciones.com.ar/2018/04/17/la-izquierda-ante-el-proyecto-de-la-modernidad-una-discusion-aceleracionista/
2 Se puede leer una reseña completa de su libro en “La izquierda ante el proyecto de la modernidad” en esta misma revista.