De tías y sobrinas en el pañuelazo
Por Mariel Martínez
Mariel Martínez estuvo en el «pañuelazo» por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito que se llevó adelante este lunes frente al Congreso y comparte esta crónica emocionada y emocionante sobre el encuentro transgereneracional que puede propiciar la lucha feminista, sobre el feminismo como posible espacio de mayor libertad y belleza para mujeres de todas las edades.
Vamos al pañuelazo por el aborto legal seguro y gratuito. Vamos de Morón en auto hasta Flores. Yo le propongo dejarlo por ahí estacionado y tomarnos el subte hasta Congreso. Asiente sin ninguna otra propuesta, casi no conoce “la Capital”, como le decimos acá en el barrio. Estaciono y le pido que anote la dirección porque yo siempre pierdo el auto. Me mira, sonríe, que para eso hay una aplicación. Lo suponía, joven milenial. Porque ella tiene 15 y yo 35 y entonces hay cosas que ella no sabe y otras que no sé yo. Y así vamos. Le relato los barrios cercanos a Rivadavia en los que viví o trabajé. Ella me cuenta de System of a Down, me aconseja teñirme el pelo de violeta (ella lo tiene azul eléctrico) y me explica algunos trucos de las redes sociales. Tomamos el subte A y ella va organizando las selfies. Antes, saca un tubito transparente para ponernos brillos en la cara. Hay otras adolescentes con el pañuelo verde y brillos sacándose selfies en el subte y yo pienso en qué distinto es todo ahora y me alegro, y después pienso en los heroicos adolescentes que lucharon en nuestra patria y en las primeras manifestaciones gays llenas de plumas y pienso que todo no es tan distinto y también me alegro. Una nena pasa con un cartel que pide plata para su familia. Nos mira; nos pide que le pongamos brillos en la cara. Así que eso hacemos, Mily y yo, dos cosmetólogas de a pie, si te gusta así, le decimos, espejito espejito, más brillantina. Me entusiasmo, le digo a Mily que cuando en el A te encontrás a tanta gente que va a la misma movilización que vos, quiere decir que va a ser grande. De paso le pido que por favor haga el esfuerzo de no perderse. Advertencia de más. Cuando llegamos al cruce de Rivadavia y Entre Ríos se agarra de mi mano casi sin que se lo pida, parece un pichoncito azul. Es que es su primera movilización. Mily tiene 15 años. Y yo soy su tía.
Su mamá se llama Denis y es mi mejor amiga del barrio, desde chiquititas, un poco más chica ella que yo. Tenía 17 años cuando quedó embarazada y vivíamos en La Matanza. Estábamos muy asustadas, ninguna sabía qué hacer, pero por si acaso ocultamos la situación hasta que el tremendo bombazo de Denis se hizo evidente. El día que su mamá se enteró fuimos las amigas, de a una, a la casa, como en una especie de confesionario, y todas recibíamos el sermón. Éramos chicas, entendíamos poco y decidíamos casi nada. Y sobre todo no sabíamos. Habíamos escuchado muy muy poco sobre anticoncepción -había una ficción mentirosa que se alimentaba entre las parroquias barriales y algunos de nuestros padres y madres que nos suponía vírgenes hasta el matrimonio- y del aborto habíamos oído relatos sangrientos y su vinculación directa con el infierno no lo hacía muy apetecible. Así era allá por La Matanza en los largos noventas y principios del dos mil. Y ahí estuvimos, con Mily, una pulga llena de rulos, mandándonos miles de cagadas y alguno que otro acierto.
Así fue el tiempo, pienso, mientas Mily me agarra la mano y mira el Congreso que se empieza a llenar de pañuelos verdes. Podría haber sido de otra forma, claro que sí. No es eso lo que me importa. Tiene 15 años y mientras me agarra me dice que la ayude a buscar a sus amigos del Centro de Estudiantes y de la Comisión de Género que iban a ir, me muestra que fue en zapatillas por si hay que correr, me explica cómo discute con su papá sobre la legalización del aborto y cómo le gana los debates, se ríe de su mamá con una sonrisa cómplice que agradece cada una de sus contradicciones porque a ella la liberan, y eso es todo lo que me importa y lo que necesito. Ella me importa. Su lucha me importa porque es ahora, como decía Lohana: el tiempo de la revolución. Estalla de risa Mili, me cuenta, aquél dice que es mi mamá la que me pone cosas en la cabeza, aquella que lo que pasa es que todos los adolescentes pensamos igual, aquel otro que es por los videos de Pichot que miro; a nadie se le ocurre que yo ya sé pensar. No rompo en aplausos porque no quiero soltarle la mano, pero la miro y me río con ella. Es la tintura que te pasó al marulo, cabeza huequita. Me gusta estar con Mily, porque ella ya está pensando lo que nosotras tardamos tanto, tanto en pensar.
En efecto, la marcha es grande. Soy muy mala para calcular, pero a la noche chusmeo los diarios y hablan de miles. Tardamos en encontrar a nuestra gente: Mily a sus amigas y yo a mis compañeras de militancia. Pero a cada encuentro efectuábamos orgullosas las presentaciones correspondientes -“mi tía”, “mi sobrina”- y seguíamos viaje, por el placer de dar vueltas entre tanto colorido. Porque a eso también vamos a nuestras concentraciones: pintadas, semidesnudas, disfrazadas. Como si nada Mily se va acostumbrando a esa maravilla, toda azul y toda brillos, tan feminista y tan preciosa. Pienso que es eso lo que la hizo linda. Todas nos fuimos haciendo feministas de a poquito, conociendo tímidamente nuestras posibilidades de libertad y de belleza.
Lola y Charo fueron mis estudiantes y me las encuentro también y cuando las veo me dicen que estaban hablando de mí, que esperaban encontrarme. Me acuerdo mucho de Charo leyendo, siempre con preguntas incisivas. Cómo la extraño en el aula. Me recomiendan poetas, los anoto en mi libretita y Mily vuelve a reírse de mí -ya sé milenial, seguro había una aplicación-. Después aparecen Almudena y Amparo, de las que también fui su docente. Almu me dice que viajó, que recordó textos que leímos juntas. Están grandes y hermosas, y yo ya las recuerdo en el aula discutidoras, decididas, ayudándome a pensar. Más que añorar lo que no pude rondar en mi propia adolescencia, las miro agradecida. Si fueron eso en mí, lo que van a ser en el mundo, cuánto bien van a caminar, cuántas batallas van a ayudar a que ganemos. Cuánto, cuánto bien nos hizo el feminismo.
Y sí, claro. Además de los debates televisivos y el misoprostol nombrado en cámara, tenemos casi 18 años de campaña por el aborto legal y casi siete presentaciones del proyecto de ley que trabaja sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Estas pibas nacieron después de eso. Cuando piensan en aborto no piensan en muerte sino en derechos, porque saben que la muerte se relaciona con el aborto sólo para la mujer que debe efectuarlo en condiciones de ilegalidad y sin acompañamiento. Cuando ni la campaña ni las socorristas existían y nosotras éramos adolescentes, en nuestros barrios, las pibas se morían porque se provocaban con cualquier cosa una infección que generara contracciones. Recuerdo esto ahora porque Mily me cuenta quiénes le dicen que esto es cosa de moderna, cosa de ahora. Qué linda es la cosa de ahora, entonces, y qué lindo que va a ser cuando se vuelvan casi nulas las posibilidades de morir de las mujeres que deciden interrumpir su embarazo. Que hoy, en este mismo año y país, interrumpen su embarazo. Esas más de 500 mil mujeres que el honorable Congreso de las leyes elige no mirar.
Empieza a oscurecer. Es largo el viaje a Morón y estoy con una adolescente. Nos vamos, Mily. Que demos una vueltita más. Asiento. En esa vueltita, frente al Congreso, la Campaña empieza a juntarse. Unas letras luminosas reclaman aborto legal y miles, miles de mujeres se sientan alrededor con sus pañuelos verdes en alto, en la noche, se ve solo eso, los pañuelos y las luces del reclamo, y todas cantan, muchísimas de voces y yo estoy inmóvil, a punto del lagrimón. Mily me tira de la mano, me hace sentarme en el piso; también cantamos y agitamos nuestros pañuelos y yo la miro y trago saliva, porque Mily es libre, libre, más libre de lo que yo pude ser y de lo que pudo ser su madre, mi hermana, como nos decimos. Y a mí me mueve el deseo de que sea siempre así, cada vez más así. Que tenga cada día un corazón más convencido, más preguntón, más risueño. Que tenga cada día un corazón más feminista.
Las fotos que ilustran la nota son de Mily (Milagros González)