Trabajadores del subte: un solo puño

Por Kike Ferrari 

Crónica de un día de lucha para los trabajadores del subte. Kike Ferrari narra los hechos del martes 22 de mayo: represión, huelga y asamblea en el subsuelo de la ciudad. Una escritura que sirve de enlace entre la experiencia y la reflexión.

Hace una semana que no estoy en casa y quiero estar con los chicos, despertarme con ellos. Además en dos días paramos de nuevo. Mejor guardar energías para lo que sigue. Así que me acuesto: no voy al paro de la H, la E y el Premetro.

A las 8 me despierto y antes de levantarme miro el teléfono. En varios grupos los compañeros advierten que la estación Las Heras de la H está llena de canas, que estemos atentos. Tranquilos, aclaran, pero atentos.

Y yo durmiendo, pienso. Ya son las 8, pienso también, si no la pudrieron temprano no va a pasar nada. Craso error.

Llego a la estación –Uruguay, de la linea B–  a las 10 y todo es nerviosismo. Que bajó gendarmería; que quieren mover los trenes con los hombres de negro –los patos, el personal de seguridad de Metrovías–; que hay forcejeos, algunos golpes; que preparan la represión. Se cruzan los mensajes: ¿Vamos? No, no vengan. Hay que estar en los puestos de trabajo, tranquilos y atentos, por si pasa algo.

Poco después de las 11 pasa. Los compañeros empiezan a acomodar los trenes para poder reanudar el servicio y entonces la policía ataca: balas de goma, golpes, empujones, la policía avanza separando a nuestra gente. Algunos compañeros se encierran en una formación. Ellos tiran gases lacrimógenos. El paro está por terminar. Pero la patronal y el gobierno tienen otro plan.

La tensión crece y la policía, a los golpes, se lleva a 16 compañeros detenidos. Ahora sí, y a pesar nuestro, hay que salir a una acción sin anunciar y por tiempo indefinido. Ese era su plan: obligarnos a una medida que nos enfrente con los pasajeros. Pero ellos también se equivocan.

A partir de las 12 paran todas las líneas hasta que liberen a los compañeros. Empezamos a anunciarlo veinte minutos antes. Le explicamos a los pasajeros con toda la amabilidad de que somos capaces: no queríamos esto, hace 25 días que protestamos sin cortar totalmente el servicio, abriendo molinetes y con paros parciales, siempre anunciamos las medidas, pero ante la represión y los compañeros detenidos nos vemos obligados a defendernos. Hay protestas, algún gorila que pide que nos fusilen, pero sobre todo muestras de apoyo. Llegan las 12. En Uruguay queda una formación. La recorremos avisando. Se repite el esquema. Sólo cuatro pasajeros nos insultan y tres de ellos, después de escucharnos, nos piden disculpas.

Cuando la estación está paralizada y vacía nos vamos a Rosas, cabecera de la Linea B. Ahí, de a poco, van llegando más y más compañeros. Tomamos mate, miramos en los teléfonos y en la televisión del cuarto de Tráfico las barbaridades que dice el periodismo, los vemos quedar en ridículo cada vez que hablan con uno de los compañeros. Lo de Beto con Majul, a última hora, es el mejor ejemplo. Sabemos que nuestros detenidos van en dos comisarías distintas, que no los bajan de los camiones y que retrasan las declaraciones, que reprimen a compañeros de ATE que habían ido a llevarnos su apoyo a una de las comisarías. A las 18 largan al primer grupo.

Y a media tarde se arma una asamblea. Tiene más el valor de la elaboración y la discusión colectiva, la tradición de los laburantes del subte de discutirlo y decidirlo todo entre todos que la de elaborar mandato: hay apenas un par de compañeros de Taller, un sólo Nochero, nadie de Instalaciones ni Señales, la mayoría somos de Trafico y Estaciones. La discusión es fraterna y las diferencias son tácticas. Somos, como aprendimos hace tantos años, un sólo puño. Y sabemos que al mismo tiempo, escenas similares se repiten en las otras líneas.

Casi doce horas después de la detención sueltan a los últimos detenidos. Levantamos el paro y volvemos a nuestras casas. Al día siguiente tenemos apertura de molinetes, de 10 a 12, acompañados por UTE, ATE y la CTEP. A las 6 de la tarde habrá plenario para definir cómo seguimos. Porque hay dos cosas que no estamos dispuestos a abandonar: la lucha y nuestros métodos, los de la democracia obrera.