No te resistas, sentilo

Por Marcelo Simonetti / Foto: Lu Sorichetti
Primal Scream tocó en Argentina y Marcelo Simonetti fue a ver sus presentaciones en el Music Wins Festival, el domingo 2, y en el C Art Media, al día siguiente. Este último fue una experiencia inolvidable, uno de esos shows que te cambia la vida,
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Lo bueno de los festivales es que podés ver a bandas que acá no vienen solas. Lo malo es que un festival nunca es el lugar adecuado para ver a los que valen la pena. O al menos, siempre algo te estás perdiendo en esos lugares. Primal Scream tocó en el Music Wins su set de hora y cuarto para el público festivalero, que es el peor público que puede haber. Y estuvo muy bien. Su setlist fue el usual para estos eventos, equilibrado dentro de la amplia gama de géneros que visita la banda, con personalidad, apoyo explícito a Palestina y contra el genocidio sionista, repudio al “motherfucker with the chainsaw” y buen feeling con el público. Todo resulta al menos gracioso cuando se leen reseñas del festival en los grandes medios y hablan de un gran nivel “a pesar” de las posiciones de los músicos.
No es raro entonces que luego los libertos afectos a ir a festivales sin importar quien toque lloren lágrimas libervirgas por la bajada de línea. Pero es sabido que Bobby Gillespie es un kamikaze al que cada vez que le dan un micrófono, sea cual sea, repite que apoya a Palestina no sólo como parte de una política de derechos humanos en general, sino porque es marxista y como tal repudia los planes imperialistas de las democracias liberales europeas y de Estados Unidos. Hasta se da el lujo de aclarar que es de una izquierda clasista y no de la “nueva izquierda identitaria”. Era fácil saber donde uno iba antes de pagar la entrada, salvo si toda tu formación e información cultural la sacás de las grandes usinas comunicacionales.
Ahora, yendo a lo estrictamente musical, quizás el viento conspiró para que los que estaban más atrás en el campo tuvieran un sonido óptimo (algo de eso escuché), pero para los que estábamos cerquita del escenario fue una bomba de adrenalina y sensualidad. El detalle imposible de resolver, fueron los aviones que despegaban en aeroparque cada cinco minutos y parecía que se estrellaban contra el escenario durante todo el festival.
Pero lo del día siguiente fue otra historia. Un show de Primal Scream anunciado menos de una semana antes, sin arribistas entre un público tan variopinto como la música de la banda, sin topes de tiempo y en un lugar cerrado mucho más chico que el día anterior, pero aun así grande. El show arrancó a las 21, en un Art Media con unas tres mil personas esperando. Una buena marca para un lunes, sobre todo si se considera que se programó para apenas un día después del festival.
El primer tema, igual que el día anterior, fue “Don’t Fight It, Feel It”, del disco insignia Screamadelica, un experimento que fue un género en sí mismo. Los shows suelen tener dos o tres canciones al comienzo que “pagan” el costo de hacerte entrar en clima para que todo funcione. La excepción, son esas bandas que cuentan con un tema, o si tienen mucha suerte dos o tres, que son excelentes “openers”. “Don’t Fight It” te tira de cabeza a la fiesta, como si ya estuvieran en el clímax. ¡Y cómo suena! Screamadelica es un disco de blues, rock psicodélico, soul, dub. Y todo eso metido en una multiprocesadora de ambient, rave y house como nunca antes se vio. En vivo, son esos mismos temas vueltos a pasar por la máquina hacia su versión sanguínea original. La formación actual es con el formato tradicional de batería, bajo, guitarra y voz. Pero con el agregado de dos coristas, saxo y teclados. Y así suena, pero con músicos tan versátiles que te pasean de un estilo a otro con una naturalidad pasmosa.
Siguió “Love Insurrection”, primer tema de siete que sonaron de su último disco, que hicieron de tronco del show. Cuando salió en 2024 intenté masticar Come ahead con paciencia, pero nunca terminó de entrar. Tiene temas lindos, otros interesantes, experimentales hasta para Primal Scream, pero siempre sentí que algo no funcionaba. En vivo, en cambio, los temas se ensamblan muy bien en el setlist. Y éste segundo del recital sostiene dignamente el subidón de la apertura.
Del mismo disco fueron sonando también “Ready To Go Home” (con un aire de soul, funk y disco que se te pegotea en el cuerpo) , “Deep Dark Waters” (que originalmente es oscura y en vivo gana aún más en dramatismo e introspección), “Innocent Money” (sigue la odisea de disco moderno incendiando el auditorio), “Heal Yourself”(una balada clásica típica del cancionero de Primal que quizás fue el punto donde se aflojó un poco la tensión del show), “Love Ain’t Enough” (otra incursión oscura que en vivo suena mucho más tormentosa y poderosa que en el disco) y “The Centre Cannot Hold” (siempre me dio la sensación de tema de relleno en el disco y en el setlist me pareció lo mismo).
Intercalados, “Jailbird” y “Medication”, hechos con la misma fibra de hit rockero, funcionaron los dos como trampolines de adrenalina que se retroalimentaron entre el público y un Gillespie que en sus movimientos oscila entre el predicador inalcanzable que encarna su amigo Nick Cave (aunque más amable que el australiano) y el ícono popular de barrio bajo escocés a la salida de la cancha (de ver al Celtic, por supuesto). Porque es verdad lo que dicen por ahí los que hablan de Bobby como un “working class boy”, como alguien que es uno más como su público. Pero también es cierto que está lleno de músicos que interpretan al muchacho rockero de los sectores populares y que son tan fugaces y sin relieve alguno que con eso no alcanza para trascender. Para ello hace falta también ese algo que no se puede explicar, eso que tienen las grandes personalidades de la música popular desde mediados del siglo XX. Y también se necesita talento, claro. El escocés no tiene un caudal de voz privilegiado, aunque sí un groove y una entonación muy particulares. Y también un magnetismo y un carisma destacables. Todo esto, sumado a ser un compendio vivo de los géneros insignia de la cultura y de la contracultura musical modernas. Todo eso está masticado y escupido en sus discos, Y también en el escenario. Bobby no es pura demagogia, ni tampoco el frío y sufrido muchacho post punk rodeado de libros de sus comienzos. O, mejor dicho, es un poco las dos cosas.
Los que fuimos también formamos una fauna variada y difícil de describir. Pero a medida que el show avanzó, la diversidad se compactó igual que en el crisol generado desde el escenario. Y todos saltamos como punkies, bailamos como en una disco clásica y también moderna, mosheamos, gritamos y lo que haya que hacer según corresponda.
Otro que sonó promediando el setlist fue “I’m Loosing More Than I’ll Ever Have”, de su homónimo segundo disco de 1989. Al igual que “Medication” recuerda a los buenos (y breves) tiempos de los Stones, ésta vez en clave country. Ver en vivo a Primal Scream es asistir a una clase magistral donde te enseñan las mil y una diferencias entre lo sexy y la sensualidad que emanan y que habitaron durante muchísimo tiempo la música popular, y el sexismo vigente.
Lo que vino en el final, fue un delirio. El clásico sampleo de la voz de Peter Fonda anunció “Loaded” y lo que estaba bien arriba se desbordó en una orgía extática de trance chamánico. ¿Cómo puede una banda que bebe de los ritmos más clásicos y tradicionales ser una bomba no sólo de modernidad sino de vanguardia futurista? Yo no sé si alguno de los músicos de la banda tienen una respuesta consciente. Pero nadie traza las líneas del pasado hacia el futuro como Primal Scream. El público reacciona al estímulo y arma una fiesta. Y arriba del escenario, se ven caras de asombro y alegría. Una vez un músico inglés me dijo: quiero editar un disco en vivo en Buenos Aires, porque quiero escucharlos. Acá el clásico ooooh ooooh de la audiencia local emulando los instrumentos shockeó visiblemente a los músicos y luego dibujó una sonrisa de oreja a oreja en Bobby y los demás que duplicaron la energía, y la venue se volvió incendio generalizado hasta el final del concierto.
Siguió “Swastika Eyes”, que originalmente es un industrial marchoso y apocalíptico incluido en el superlativo XTRMNTR, pero en la encarnación actual de la banda suena mucho más oscuro y post punk. Lo cual no frenó a ningún discotequero o rockero más tradicional. Si bien la banda suena como una máquina infernal del primero al último integrante, es justo destacar la guitarra de Andrew Innes. Digo esto porque Primal Scream tuvo innumerables encarnaciones desde sus comienzos en 1982. Pero desde un principio fue con dos guitarras. Andrew se hizo cargo de una de ellas en 1987, siendo hasta hoy el pilar en el que se apoya el cerebro del grupo. Lo remarcable, es que en 2016 tomaron la decisión de prescindir de una, y quedarse sólo con él. Innes no hace grandes ademanes de guitar hero, ni pone cara de reventado. Solo toca y sonríe de principio a fin. Sin apoyo alguno desde hace casi diez años, descolla en la infinidad de géneros en los que se desenvuelven, y cuando le toca dar el paso al frente te deja con la boca abierta.
Ese momento prodigioso, esa magia imposible de describir con palabras, sucedió durante casi todo el show. Pero el segmento final del que hablo fue sin dudas épico, cerrando uno de los shows más conmovedores que me tocó presenciar, y sin dudas el mejor de los ocho que dieron en el país a través de los años. “Movin’ On Up” acrecentó la veta de predicador del escocés, apoyado en una mezcla explosiva de ritmos madchesterianos premonitorios del house, y el gospel, el soul, y un impecable coro. Las manos arriba esperando el exorcismo, el coro que reza “I’m getting out of darkness, my light shines on” repetido y amplificado en tres mil gargantas en llamas. “Country Girl”, del blusero “Riot City Blues” hizo de cierre formal. Un rock clásico, potente, ganchero, estirado hasta el paroxismo.
En los bises primero bajaron un poco los decibeles, quizás por el miedo a que a alguno le de un bobazo arriba o abajo del escenario. Hicieron una exquisita versión de “Damaged”, para que todos tengamos un respiro, y para el lucimiento de Innes en las seis cuerdas.
Pero en los dos últimos volvió a subir la temperatura. “Come Together”, de ese monstruo de siete cabezas del que ya hablé llamado Screamadelica. Parece mentira que semejante obra de ingeniería pueda en vivo tener semejante nervio y espíritu. Igual que en alguno de sus remixes, los instrumentos se fueron integrando a la canción hasta llegar un pandemónium sonoro mientras Gillespie agitaba y miraba embelesado la fiesta que él mismo armó y de la que estaba siendo parte. Finalmente, se fueron con “Rocks”, hit de Give Out But Don’t Give Up, simple y efectista, con estribillo al mentón, dejándonos a todos sin palabras.
Ir a ese show que te espera es una promesa de que después todo va a ser distinto. Una vez ahí te puede ir mejor o peor. Pero cuando termina, todo suele volver a la normalidad. La alienación laboral, o la desesperación por la falta de laburo, el caos y la miseria vuelven a pasarte por arriba. Esa promesa de cambio siempre es mentira. Pero hay unas pocas veces en las que, entre esas cuatro paredes y con esos desconocidos, se puede tener una experiencia transformadora. Si sucede, es la mentira más hermosa del mundo. Una de esas experiencias inolvidables fue la que vivimos, banda y público, este lunes durante dos horas en el Art Media.



