Ezequiel Adamovsky: “La inestabilidad Argentina es un signo de su vitalidad democrática”
Por Leandro Falcón
Leandro Falcón charló con el historiador, docente, investigador y ensayista Ezequiel Adamovsky sobre su libro más reciente, Historia de la Argentina, biografía de un país (desde la conquista española hasta nuestros días), publicado por Editorial Crítica en 2020, texto que afronta valientemente «la titánica tarea de contar, en menos de 400 páginas, la historia de nuestra tierra».
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“Quienes no conocen la historia están condenados a repetirla” es una frase tan gastada como cierta. Dejando de lado la mitología del eterno retorno, podemos encontrar las razones del inexplicable presente en el relato del pasado. Ezequiel Adamovsky viene dedicando su trabajo a estas explicaciones: lo hizo con las clases sociales como protagonistas en Historia de la clase media argentina (2009) y con Historia de las clases populares en Argentina (2012). En Historia de la Argentina, biografía de un país (desde la conquista española hasta nuestros días) (2020) se propuso la titánica tarea de contar, en menos de 400 páginas, la historia de nuestra tierra.
-¿Cómo surgió la idea de hacer este libro y cómo fue su proceso de escritura?
-Es un libro que tenía la fantasía de hacer hace mucho. Me llevó 2 años de escritura muy intensa, escribía casi todos los días.
-¿Cuál fue la metodología de trabajo que usaste?
-Es un trabajo mayormente de síntesis de investigaciones de otros autores. Como cubre cinco siglos de historia, es poca la investigación propia. Traté de tomar lo más actualizado posible de cada período y de cada problema, y traté de construir con eso una narración de la historia del país que tuviera un hilo narrativo.
-¿Y cual es ese hilo?
-El eje de la narración es cómo, a partir de la conquista española, se reorganizó este territorio para anexarlo al mercado internacional que estaba creando el capitalismo en sus inicios. Cómo eso transformó los vínculos sociales y qué hicieron las personas que habitaban este suelo, a partir de eso. Cómo se construyeron los vínculos de comunidad y de resistencia a partir de ese impulso inicial. Ese es uno de los hilos narrativos esenciales del libro.
-Como novedad, está la presencia de temáticas a veces relegadas en los libros de historia argentina…
-Sí, los ejes étnico, racial, ecológico y de género están presentes en toda la obra. En todos esos temas hay gente trabajando hace tiempo, pero lo novedoso acá sería su integración en una historia general del país.
-¿Cuál es el lugar que ocupan tradicionalmente estos ejes en las narraciones históricas generales sobre Argentina?
-Bueno, a los pueblos originarios se les suele dedicar un capítulo en la época colonial y luego desaparecen del mapa. Pasa lo mismo con los afroargentinos: se les hace referencia en la colonia o en la independencia y luego nada. El eje étnico racial suele ser descuidado en las narrativas de la historia. Y no me refiero solo a las minorías, sino a la presencia de diferencias en el color de piel y en el origen étnico entre los argentinos.
El eje ecológico es el más raro de encontrar en las narrativas de la historia, pero estoy seguro de que va a ocupar un lugar central en la política y en la cultura del futuro. La lectura de género también tenía que estar presente de principio a fin. Quizás es lo que más me costó, porque es de lo que tenía menos formación. Y en mi libro hay una atención puesta en la cultura, que normalmente suele ser relegada.
A la Argentina no le faltan historiadores. Leyendo algunos trabajos inclusive podríamos argumentar que le sobran. Pero, más allá de las valoraciones personales, la historia como objeto de estudio se está reescribiendo constantemente. Cada generación aporta una relectura, deshecha las interpretaciones injustas y reivindica los personajes olvidados.
-¿Cómo se formó la generación de historiadores de la que formás parte?
-Yo formo parte de una generación de historiadores que nos formamos en un momento en el cual había un divorcio casi completo entre la academia y el público masivo. En los años 90, la profesionalización de la labor del historiador implicó un ensimismamiento de la academia y una desconexión casi total del público masivo.
Fuimos los que empezamos a insistir con la necesidad de traspasar ese límite y varios nos mandamos a hacerlo sin formación específica, aprendiendo al andar. Mi camino personal me lo hice con ejercicios de divulgación, o con colectivos con los que hicimos hasta acciones callejeras de divulgación histórica.
–¿Y cuándo empezó a materializarse esta idea de “divulgar la historia” por fuera de la academia?
-Cerca del 2001 empezaron a haber historiadores divulgadores en los medios de comunicación. Ahí se demostró que había una avidez del público por conocer la historia, un deseo con el que los académicos no estaban conectando.
-¿No había antes del 2001 historiadores argentinos que escribieran divulgación?
-Pienso en Luis Alberto Romero, como una excepción. En los años 90 fue prácticamente el único que escribió obras para el público masivo. Yo no estoy para nada de acuerdo con su visión de la historia, pero siempre rescato la vocación que tuvo de plantear una narrativa general, por lo menos de la historia contemporánea. Y fue lo único disponible en divulgación desde el campo académico durante mucho tiempo.
-¿Y cómo se caracteriza este libro bajo el formato divulgación? ¿En qué se diferencia a uno académico?
-En este caso, este libro está hecho con un formato sin notas al pie y sin una lista de bibliografía al final. Eso fue decisión editorial. Lo que hice entonces, a cambio, fue nombrar con nombre y apellido a los principales historiadores e historiadoras de los que tomé conocimientos a la hora de escribir. En libros como “Historia de la clase media argentina” hice el cuerpo central del texto en estilo de divulgación por un lado, pero pude poner el aparato crítico en las notas al pie por el otro, con todas las referencias a los autores y una discusión más compleja.
-¿Prescindir de las notas al pie y del aparato crítico no aliviana la profundidad del contenido?
-Sí, pero es uno de los costos del estilo de divulgación. Los colegas no siempre entienden que los textos académicos y los de divulgación son cosas distintas: tienen otras reglas de escritura, otro pacto con el lector. Por ejemplo: es muy común en el cuerpo del texto académico mencionar a los colegas de los que uno toma ideas. En divulgación eso no se hace porque abrumás al lector con nombres que en realidad no le dicen nada.
-Claro, una persona que no sabe de historia tampoco conocería a los nombres de los historiadores…
-Exacto. Cada estilo tiene sus reglas y esa es una de la divulgación. También hay una ventaja económica: que tenga una cantidad de hojas manejable hace que no sea carísimo de comprar y de editar. Si yo hubiera puesto el equivalente en notas al pie que puse en Historia de la Clase Media el libro tendría el doble de páginas. Sería más costoso y por eso más inaccesible para el público masivo. Es todo un reto, porque escribir fácil es más difícil que escribir difícil.
Leer (y escribir) historia implica un deseo por conectarse con la esencia de los lugares, las personas y los momentos. Generaciones enteras nacen sin saber del todo qué tipo de herencia social están recibiendo, o de qué peligros recurrentes deberían cuidarse. Y el análisis de los hechos que desembocaron en lo que hoy nos rodea, puede traer alguna que otra pista.
-¿Qué patrones vemos repetirse en el transcurso de la historia de la Argentina?
-Bueno, nuestra condición periférica implica que los conflictos económicos, sociales y culturales están acentuados. Eso es común a todas las periferias, pero dentro de ese marco general, nuestro país se caracteriza por una inestabilidad política particularmente marcada. Golpes de Estado hubo en todo Latinoamérica, pero hay pocos en donde se hayan dado tantos como en Argentina. Inestabilidad económica hubo en toda América Latina, pero es raro encontrar lugares donde se hayan dado tantas fluctuaciones constantes de un modelo económico a otro, de forma tan rápida.
-¿Y a qué podemos atribuir esa presencia constante de la inestabilidad?
-Por un lado en los problemas que tenía el modelo de país que dejó instalada la Organización nacional y la Generación del ’80. Y junto con ello, con otra cosa que nos caracteriza: acá las clases dominantes no han conseguido una hegemonía duradera. No han conseguido proponer una visión de país que sea lo suficientemente seductora o inclusiva como para arrinconar a las disidencias.
La contracara de eso es que las clases populares, desde muy temprano, han ganado un protagonismo político evidente y central. Ante esa falta de hegemonía de la clase dominante aparece a cambio la fuerza desnuda, los golpes de estado o los golpes de timón de las políticas económicas. Eso ha impedido que existan modelos económicos que se mantengan lo suficiente como para estabilizarse y generar un orden flexible y duradero.
-¿Existe una estabilidad posible en los modelos económicos que se proponen desde la derecha?
-Si, quizás, a condición de que uno retire de la ecuación cosas como la democracia. Pero eso no es posible, porque la gente de este país ha definido una y otra vez que no quiere vivir sin derechos laborales elementales y con niveles de desigualdad escandalosos, como los que se están viviendo ahora.
Si pudieran prescindir de la opinión de la mayoría, esos modelos podrían funcionar, al menos en lo que respecta a traer una cierta estabilidad económica. Pero el hecho es que la democracia existe y la única manera de quitar ese dato de en medio es por la fuerza brutal, como hizo la dictadura que por cierto también fracasó. Hay una colisión entre los intereses de la mayoría y los de los grupos financieros y exportadores (que son los que controlan los principales resortes de la economía) que ningún gobierno hasta ahora ha podido resolver.
-¿A qué podemos atribuir que estos “modelos de la derecha” hayan funcionado en otros países latinoamericanos pero acá no?
-Por un lado acá hay una resistencia y una cultura que hacen que no sea un terreno fértil a esas propuestas, pero por otro lado hay un factor económico. Argentina tiene características económicas muy complicadas, que hace que el tipo de modelo que pueda funcionar en Chile en Argentina se vuelva más complejo.
–¿Cómo es esa configuración económica argentina?
-Acá tenemos una economía muy dependiente de la exportación de materias primas, en ramas que requieren poca mano de obra, y eso significa que es un modelo que deja afuera a gran parte de la población. Además es un modelo muy desbalanceado a nivel geográfico, muy centrado en la pampa húmeda, y que deja fuera a otras regiones.
-¿No ha habido modelos de país que hayan controlado esa disparidad?
-Por el lado de los modelos ortodoxos, se les complicó a los militares teniendo la suma del poder público, se le complicó a Menem, que tenía algo parecido a la suma del poder público y se le complicó a Macri. No es una tarea sencilla. Y tampoco pudieron encontrar una alternativa las experiencias heterodoxas, como las de Perón o el kirchnerismo.
Argentina es un país semiperiférico, lo suficientemente importante como para aspirar a tener políticas propias, pero no lo suficientemente importante como para poder garantizar que las puede sostener. Eso es un dato estructural, no es opcional tenerlo en cuenta o no. Las políticas tienen que estar pensadas para este país, no hay modelos universales que vayan a servir.
La Argentina, entonces, es una tierra inestable. Una puja entre fuerzas que se disputan. Hay eco de esto en la cultura de los antagonismos a la que somos adictos: el River y Boca, unitarios y federales, la Capital y el Interior, el campo y la ciudad…
-¿Entonces estamos condenados a la inestabilidad?
-La inestabilidad argentina es un signo de su vitalidad democrática. Hay inestabilidad porque no ha habido un grupo social minoritario que pueda imponer reglas de juego que todos deban seguir, como ha sucedido en otros sitios. En ese sentido, que este país sea turbulento es signo de que tiene un elemento democrático vivo, poderoso y que se niega a desaparecer.
-Distinto a la estabilidad que muchos envidian del mal llamado Primer Mundo…
-En Europa o Estados Unidos se encuentra mayor estabilidad pero con un sistema político bipartidista que te deja elegir entre la derecha y la centro derecha. Son regímenes donde el dominio del capital es casi completo, donde la política no tiene mucho más lugar que administrar un tipo de modelo de sociedad que ya ha sido definido. En ese sentido, su estabilidad es un signo de que son menos democráticas, al menos en sentido sustantivo (no en el sentido procedimental, obviamente).
-Compararse con el primer mundo parecería ser otra tradición nacional…
-Y en esa comparación solemos salir perdiendo, por razones evidentes. No se está poniendo en la balanza la vitalidad democrática de nuestra sociedad. Además, como dice un amigo, el mundo se argentiniza. Las tensiones económicas, sociales y políticas que caracterizan a nuestro país desde siempre, son cada vez más el estado general del mundo.
-¿La crisis que nos caracteriza está caracterizando al mundo?
-Algo así. Lo bueno, entre comillas, del momento histórico que estamos viviendo, es que ya no hay fiscalía de la normalidad frente a la cual rendir cuentas. El mundo es un desquicio. Estados Unidos es un desquicio con Trump, y con las idas y venidas de sus modelos económicos. Europa otro tanto. El mundo está bastante desquiciado en lo político y con un orden económico que está sostenido cada vez más precariamente.
-Parece poco alentadora la situación…
-No quiero sonar pesimista, pero es difícil que aparezca un tipo de gobierno que tenga la clave de la felicidad y la estabilidad, en un mundo donde la vida colectiva se organiza de forma inviable. Es inviable que las sociedades tengan la obligación de crecer a un ritmo económico enorme para satisfacer las expectativas de ganancia de un puñado de personas. Es inviable seguir consumiendo este nivel de materias primas y contaminando de esta manera.
No es viable y eso conduce a mayores tensiones y mayor inestabilidad. No hay un gobierno ideal que tenga la clave del cambio en este contexto. Ni acá ni en ningún lado. Algunos gobiernos consiguen detener la velocidad del declive, pero no veo que haya alguno que esté reorientando la vida social en un sentido más razonable que el que propone el capital.
Zambullirse en la historia puede ser educativo, si se tiene presente el momento histórico que se atraviesa cuando se lee. El siglo XXI nos recibió con anarquía, nos estabilizó un poco y ya nos volvió a tumbar. 21 años es poco en perspectiva histórica, pero nos toca entender las lógicas de aquello con lo que vamos a lidiar.
–Ya llegando al final del libro, durante el siglo XXI aparece el fenómeno de la “derecha popular”, ¿es exclusivamente argentino?
-Es un fenómeno mundial, que surge por el tipo de subjetividad que ha promovido el liberalismo como civilización: la fantasía de alcanzar la felicidad cortando todo vínculo colectivo. Ese tipo de subjetividad ha avanzado mucho en todas partes. Es una subjetividad que se vuelve no solo contra la izquierda o el populismo, sino contra cualquier visión colectiva de la política.
-¿Como un culto del individuo?
-Como una visión fuertemente individualista: por un lado, el individuo debe ser dejado a su completa libertad sin ser molestado por el Estado en ningún sentido. Por otro lado, el Estado tiene que ser liderado por alguien que barra a balazo limpio a la disidencia de esa fantasía individualista… un Trump, un Bolsonaro, una Patricia Bullrich. Al que no le gusta: bala.
-Completa libertad, pero completa represión
-Sí, como si el estado tuviera que retirarse completamente de la vida colectiva, pero con un autoritarismo a flor de piel. Le llamo “liberalismo autoritario”, porque combina esos dos elementos. La expectativa de libertad individual total y la de un sheriff que garantice que nadie moleste a esa visión. Es muy preocupante y va a avanzar en la medida en que no haya proyectos políticos colectivos que propongan una visión del futuro alternativa o diferente, cosa que hoy no hay. Avanza la derecha sobre un terreno donde no hay una visión política alternativa del futuro que sea atractiva y viable.