Latinoamérica es un fantasma español
Por Juan Mattio
Juan Mattio reflexiona sobre la circulación de la literatura Latinoamericana y el filtro de los monopolios editoriales. ¿Quién y cómo decide qué autores leemos? ¿Qué literaturas espera Europa de nuestro continente?
1- La literatura y la figura de Roberto Bolaño despertaron un nuevo interés por la literatura latinoamericana fuera de las fronteras de su país (¿qué país sería este? ¿Chile? ¿México? ¿España?) y de su continente. Sus movimientos migratorios, su condición extraterritorial como la llama Ignacio Echeverría, parecen ser una de las características fundamentales de su poética. Las marcas de esos movimientos sobre su lenguaje, también. La oralidad chilena se mezcla con la oralidad mexicana y española creando un nuevo registro que no pertenence a ningún lado. La lengua, como parte de la identidad nacional, entra en crisis.
2- Sin embargo Bolaño impulsa a las literaturas Latinoamericanas. Su generación es la de Juan Villoro, Rodrigo Fresán y Rodrigo Rey Rosa. Todos ellos con un lugar en el mercado español. El problema es que al intentar averiguar qué forma tiene la literatura de nuestro continente en las primeras décadas del siglo XXI nos encontramos con una serie de inconvenientes sobre cómo conseguir esa imagen. La fotografía, como no podía ser de otro modo, nace de los libros a los que accedemos. ¿Cómo nos llegan esos libros? O, mejor: ¿quién los publica?
3- Son los grandes monopolios editoriales los que tienen la capacidad de volver mundial una literatura local. Pero esa capacidad tiene sus reglas. El libro que nace chileno, por ejemplo, primero llega a España y, si tiene mucha suerte, después vuelve a Latinoamérica. La centralidad de Alfaguara, Anagrama y Planeta en este proceso obliga a repetir el camino una y otra y otra vez.
4- El filtro para que un lector argentino tenga a disposición un autor colombiano es el del mercado español. Pongamos un ejemplo: si en España un libro de Andrés Caicedo no funciona, es improbable que llegue a Argentina o México. El escritor chileno Albert Foguet lo dice así: “Es comprensible que un libro de un colombiano no se encuentre en japonés o en polaco, pero lo que no se explica, lo que amarga y finalmente enrabia, es que cualquier libro escrito en español no se encuentre en una librería (o incluso en la calle) de un país en que se habla español (…) Sólo España, la madre patria, puede filtrar y ver qué podemos leer. El itinerario es simple y todos lo conocen: la ruta más corta entre Santiago y Ciudad de México pasa por Madrid y, sobre todo, Barcelona”.
5- Hubo otro tiempo. Una época en que otras instituciones -es decir, otros filtros- disputaban a Barcelona su lugar como capital cultural latinoamericana. Eso fue La Habana con La casa de las Américas. Un polo de discusiones y reflexiones estéticas que, aunque no estemos de acuerdo con sus posiciones, funcionaron como otro eje organizador de la cultura en el continente. Calibán, de Roberto Fernández Retamar, tuvo durante años la fuerza no de un ensayo crítico sino de un programa. Y el fenómeno del boom -también nacido y usufructuado en la capital catalana- se mantuvo en tensión con las reflexiones nacidas en torno a la Casa.
6- Pero que las producciones culturales sigan la misma ruta que el capital no debería asombrar a nadie. El plusvalor que genera Latinoamérica es fugado hacia Europa y los grandes centros económicos desde siempre. ¿Qué podía pasar con las novelas, las canciones o las películas que producimos? La clave está en que las novelas, canciones y películas fugadas son aquellas capaces de generar ganancias. Retengamos este dato.
7- Porque lo que me interesa advertir ahora es otra cosa. Entre los problemas que surgen de esta dinámica es que el éxito de ventas viaja a una velocidad y la novela como campo de experimentación, a otra. Así los monopolios logran invertir el proceso de trabajo en la literatura. Los autores que deben generar su propio público porque están trabajando con nuevas técnicas de escritura -para dar un ejemplo nítido digamos Juan José Saer hace 40 años- aparecen, si es que aparecen, muchos años después en el catálogo de uno de los grandes grupos editoriales de Hispanoamérica. Saer, que fue un contemporáneo y un excluido del boom, se presenta como un hecho literario posterior para los lectores. Mientras que una escritora como Isabel Allende se mundializa de inmediato.
8- De no haber surgido el fenómeno Bolaño uno estaría dispuesto a creer que Isabel Allende y Rosa Montero son la literatura chilena post-dictadura. Porque lo cierto es que Bolaño significó también la posibilidad de leer a Zambra o a Lemebel (aunque todavía es muy difícil o muy caro conseguir sus libros en Argentina). Es decir, abrió la puerta a poéticas contiguas a la suya y a cierta radicalización estética. De más está decir, los libros que tengo en mi biblioteca de Bolaño, Zambra y Lemebel, todos fueron editados por Anagrama.
9- De modo que la imagen que tenemos sobre la literatura latinoamericana es un fantasma generado en España. Y acá deberíamos pensar en la misma clave en la que trabajó Edward Said cuando intentó explicar la representación que Occidente generó de Oriente: “El orientalismo, pues, no es una fantasía que creó Europa acerca de Oriente, sino un cuerpo de teorías y prácticas en el que, durante muchas generaciones, se ha realizado una inversión considerable. Debido a esta continua inversión, el orientalismo ha llegado a ser un sistema para conocer Oriente (…) la forma que adopta esta supremacía cultural es lo que Gramsci llama hegemonía, un concepto indispensable para comprender, de un modo u otro, la vida cultural en el Occidente industrial. Es la hegemonía -o, mejor, los efectos de la hegemonía cultural- lo que da al orientalismo la durablidad y la fuerza de lo que ha estado hablando hasta ahora”.
10- Las preguntas que aparecen, entonces, son ¿cómo genera España -y, por extensión, toda Europa- su imagen de Latinoamérica? ¿Qué imagen necesita de nosotros? ¿Cómo funcionan los productos culturales aceptables? ¿Cómo funcionan los productos inaceptables?
11- Y, al mismo tiempo, entender que nuestra idea de Colombia o Chile o Guatemala, se genera no en la experiencia directa sino en el sistema de representaciones que nos llegan de esas realidades. Es decir, pensamos de Chile lo que el sistema cultural hegemónico nos propone pensar por lo que podríamos llamar la dinámica Santiago-Barcelona-Buenos Aires.
12- Mario Bellatin nació en México, se crió en Perú y pasó algunos años estudiando en Cuba. Es (como Bolaño, como Junot Díaz) otro producto de las diásporas y la experiencia mundializada. En una entrevista para Entre libros, programa de la televisión peruana, dijo: “No sabemos qué estaba pasando por ejemplo en Europa, donde después de la Segunda Guerra Mundial se necesitaba una literatura determinada, y justamente lo que estaban haciendo Robbe-Grillet o Perec, etc, estaba yendo a reflejar esa tragedia, esa destrucción, ese no ir más, y curiosamente nos echaron el pato a nosotros, los latinoamericanos, que teníamos que cumplir el rol de escribir las literaturas que ellos no podían hacer. Entonces Latinoamérica como un espacio de salvación de estas literaturas nos significó retroceder al siglo XIX. Para mí era demasiado curioso y hasta sospechoso que nos obligaran -en esa época- a hacer la literatura que ellos precisamente no podían hacer. Porque si ellos hacían una literatura nacionalista, costumbrista, indigenista, realismo urbano, no sé, todo lo que supuestamente conforma ese canon latinoamericano, devenía en una literatura fascista, porque si eso lo hacían en Alemania pues era fascismo puro”.
13- Lo que me interesa es que Bellatín propone pensar una división mundial de las estéticas. Hay lo que necesita Europa para sí misma, hay lo que necesita de Latinoamérica. Y mientras las vanguardias europeas de los años 60 y 70 se propusieron narrar la desintegración generada por la Segunda Guerra no en el nivel de la representación sino en el nivel del lenguaje (la idea de que el lenguaje no comunica sino que es una materia oscura y caótica de la cual parte Beckett), el código del realismo migró a nuestro continente. Esa es la experiencia que conocemos como realismo mágico.
14- En el fondo creo que está en juego el problema de la legibilidad. Juan José Saer, usando y expandiendo técnicas de la nouveau roman, es decir, de Robbe-Grillet y otros contemporáneos, resultó ilegible como latinoamericano durante esos años. No era lo que se esperaba de un autor argentino. ¿Dónde estaba el café, el viejo general de las guerras de independencia, el clima tropical, la guayabera? ¿Dónde estaba, sobre todo, el código del realismo?
15- El proceso de selctividad sigue funcionando y hoy es Bolaño quien tomó el lugar de modelo de escritor latinoamericano. Esto no inhabilita su literatura sino que abre preguntas sobre las exigencias europeas a los actuales autores del continente. Como sabemos, el mercado pide repetición porque sueña con sostener la demanda.
16- ¿Qué dice Bellatin sobre Bolaño? “De Bolaño puedo decir que lamento su muerte porque los supuestos nuevos fanáticos están destrozando su obra. Me refiero principalmente a los académicos europeos y lectores norteamericanos, quienes quieren seguir viendo en Bolaño escrituras propias de treinta años atrás. Maldita la hora en que se le ocurrió a Bolaño escribir la primera parte de Los detectives salvajes, a partir de esa lectura acabaran destruyéndolo y ocultando ese Bolaño magnifico que no va con este mainstream”.
17- La percepción es que la primera parte de Los detectives salvajes es todavía legible y tranquilizadora para el público europeo. Es la repetición que se espera y lo que responde al modelo. Es en la segunda parte donde la fragmentación invade el lenguaje, destruye la capacidad lineal de representación y se presenta la novela como artefacto o campo de experimentación. Esa propuesta estética que no cumple con las expectativas europeas.
18- Bellatín plantea el problema de las expectativas europeas (el sistema Santiago-Barcelona-Buenos Aires) y propone no responder a ellas. Es posible que eso nos deje un poco más aislados, más solos. Haciendo esfuerzos por encontrar literaturas latinoamericanas que no respondan al modelo. Pero creo que también es necesario seguir ese camino si lo que queremos es debatir de igual a igual con las poéticas europeas y no solo permitirles fugar la ganancia que producen nuestras literaturas.