Memorias de los cuerpos que nos faltan: Diez lecturas sobre el terrorismo de Estado en la Argentina

Dolores Reyes propone una reflexión sobre lo que puede significar hoy la memoria sobre la barbarie de la dictadura militar y recomienda diez textos de autores argentinos «que hablan de la herida que son nuestros desaparecidos». «Cuando el Estado calla, cuando el silencio y el terror obturan todo sentido posible, cuando no hay explicación de lo que está pasando porque animarse a decir sobre los acontecimientos supone una amenaza sobre el cuerpo, cuando la violencia estatal astilla el lenguaje hasta pulverizarlo, queda a la escritura juntar los restos y generar relatos que puedan poner a circular discursos alternativos».

 

“¿A partir de qué edad se puede empesar a torturar a un niño?”.
Martín Kohan, Dos veces junio

 

Hace días circula por internet la foto de las hermanas Oesterheld. Cuatro muchachas hermosas, de pelo largo y ojos oscuros que sonríen hacia algo que puede pensarse el futuro. Algunas muestran los dientes hermosos que sólo tienen las chicas de pelo negro. Han dejado de ser niñas hace poco y militan en la UES. Las miro una y mil veces. De tan hermosas, magnéticas. Pienso en mis cuatro hijas, a las que nunca les saqué una foto así. Hoy dos van a marchar conmigo. Pienso en Walsh cuando recibe la noticia de la muerte de Victoria: “Sufrir tanto que lo único que se quiere es dormir un año seguido”. Pero después, inmediato, la voz: “Ustedes no me matan, me mato yo”.

El 24 de marzo también es eso: una mezcla de rostros, voces, testimonios, fragmentos que recuperamos de todos aquellos que no están. Nada parece ser tan inamovible como su ausencia.

Después de relativizar de todas las formas posibles a los 30000 desaparecidos, el gobierno que asesinó a Santiago, a Nahuel y a Facundo recibe a Chocobar en la Casa Rosada. Como continuidad, en estos días se elaboró una lista de cien genocidas que podrían recibir prisión domiciliaria. Son culpables de los crímenes más atroces que puedan llegar a imaginarse. Pero no vamos a quedarnos de brazos cruzados: Etchecolatz se fue a su casa, pero terminó repudiado por una ciudad entera y tuvo que volver a la cárcel común. Parece un cuento de final feliz, pero nada termina.

Nuestro eterno asesino en serie es el Estado, mata a través de todas sus fuerzas de represión. Dice que Astiz es un abuelito que tiene cáncer, como parte del discurso que legitima el accionar de la violencia de los uniformes y las armas estatales. Desde niveles de cinismo superlativo, nos degrada.

¿Qué tiene qué narrar la literatura acerca del terrorismo de Estado? ¿Puede un libro influir en la realidad?

Cuando el Estado calla, cuando el silencio y el terror obturan todo sentido posible, cuando no hay explicación de lo que está pasando porque animarse a decir sobre los acontecimientos supone una amenaza sobre el cuerpo, cuando la violencia estatal astilla el lenguaje hasta pulverizarlo, queda a la escritura juntar los restos y generar relatos que puedan poner a circular discursos alternativos.

Nuestros desaparecidos vuelven a hacerse presentes en las movilizaciones y en cada una de las luchas. Sus fotos son bandera. ¿Qué hubieran querido decirnos si les hubiesen permitido conservar ese mínimo resto: la palabra? Pienso de nuevo en la circulación de testimonios, cartas, pequeños textos, poemarios y relatos de gente a la que se quiso borrar. Siempre vuelven.

Después de la marcha, cuando la Sonámbula regrese de reclamar memoria, verdad y justicia, propone compartir estas lecturas que hablan de la herida que son nuestros desaparecidos, de la ausencia de sus pelos largos, de sus luchas, de sus alegrías, pero sobre todo, de la ausencia de sus cuerpos y la vigencia de sus luchas.

 

 

1- Rodolfo Walsh: Carta Abierta a la Junta Militar

Entre enero y marzo de 1977 Rodolfo Walsh escribe la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar. La firma en el primer aniversario del Golpe. Sabemos que también había terminado un cuento, «Juan se iba por el río», irremediablemente perdido. La Carta tiene otra suerte. Walsh llega a distribuir algunas copias y, horas después es asesinado por un grupo de tareas que intenta secuestrarlo. Como iba armado, resiste.

Durante meses, y años, el texto prohibido circula de mano en mano y se transforma, con el paso de cuatro décadas, en una de las primeras lecturas lúcidas sobre el terrorismo y la política económica del  Gobierno Militar : “La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años”.

 

 

 

2- Martin Kohan: Dos veces junio

“El cuaderno de notas estaba abierto, en medio de la mesa. Había una sola frase escrita en esas dos páginas que quedaban a la vista. Decía: “¿A partir de qué edad se puede empesar a torturar a un niño?”.

Publicada por primera vez en 2002, Dos veces junio es protagonizada por un conscripto (en junio del 78) cuyos recuerdos conforman la primera parte de la novela “Diez del seis”. Este personaje, una suerte de sirviente -un colimba- que ve desde adentro el mundo de los que encarnaron la represión  y reencuentra, cuatro años después, al médico militar del que era el chofer, en “Treinta del seis (epílogo)” .  El tiempo de la novela se encuentra desdoblado entre esos dos momentos,  10 de junio de 1978 y 30 de junio de 1982.

En el mensaje, la mirada será puesta sobre la falta de ortografía. La corrección del sistema llega hasta ahí, la ética no existe. Sólo se trata de cumplir órdenes dentro de una cadena de mando y subordinaciones. El niño ha nacido sano, hay una larga lista de solicitantes. La patria requiere, no hay límites. Es necesario contestar a la pregunta inicial sin miramientos éticos.

En la larga noche de la dictadura militar, en sus junios lúgubres, sólo el azar de un partido de fútbol de la selección permitirá que el recién nacido sea amamantado por su madre por una única vez. Porque lo que quieren los torturadores, también adentro de la ficción, es silencio.

 

 

3- Daniel Moyano: El vuelo del tigre

Daniel Moyano escribió una primera versión de esta novela en La Rioja, inmediatamente antes del golpe de estado de marzo de 1976. Mientras estaba en la cárcel, un sacerdote amigo suyo fue a su casa y enterró el manuscrito en el jardín, temiendo que las fuerzas militares realizaran un allanamiento. Ese manuscrito nunca se recuperó.

El vuelo del tigre cuenta la historia de los Aballay -el viejo Aballay, su hijo, su nuera y seis nietos- que forman una familia de tejedores de Hualacato, un pueblo perdido entre la cordillera, el mar y las desgracias, como el texto se ocupa de definir. El relato comienza en el momento en que el pueblo es invadido por los percusionistas. Entre ellos, Nabu, que  se instala en la casa de los Aballay, por haberse negado a tocar.  Los Aballay son acusado de haber participado en un movimiento de resistencia. La familia entera es encerrada en su casa, bajo la vigilancia estricta y un régimen de hiper control implementado por Nabu.

El terror se dibuja en esos seres que invaden todo, lo controlan, contabilizan y catalogan, haciendo obedecer a toda la familia que en ningún momento comprende lo que pasa más allá de la atmósfera de amenaza y encierro en la que viven.

 

 

4- Juan José Saer: Glosa

Durante la caminata de 21 cuadras, el andar lento de ambos personajes será interrumpido por la imagen futura de un Leto colocando la pastilla de cianuro debajo de la lengua.

¿Cómo se narra la experiencia política? ¿Cómo se narra la violencia, el terror, el exilio, la muerte?

Para Saer no hay nada que no sea lenguaje. Narra por medio de un trabajo minucioso que lleva, por momentos, la lengua al límite de sus posibilidades descriptivas, en medio de una estructura dialógica en la que se pone permanentemente en duda la posibilidad misma del realismo, de la representación, del testimonio. En medio de ese desplazamiento mayor, la caminata de Ángel y el Matemático, descompuesta en miles y miles de movimientos más pequeños, irrumpe, como si fuera una ráfaga de ametralladora, la historia política reciente, con una potencia literaria enorme.

Ángel, varios años más grande, llevándose el cianuro a la boca.

Así como irrumpe en el conjunto de su obra, la mujer del matemático, con la que se encuentra clandestinamente en una casita que tiene en Córdoba. Su militancia revolucionaria, en una agrupación trotskista, su paso a la clandestinidad, su desaparición y muerte. El final de la relación del gato y Elisa, desaparecidos quizás porque no tenían televisor, al decir irónico de Tomatis.

El cumpleaños del poeta, al cual ninguno de los dos fue invitado ni asistió, presente en todos sus detalles y discusiones hasta el mínimo detalle, porque la experiencia del diálogo que comparten en ese andar, en la que se incrustan los relatos de los otros, sus glosas, para ir conformando la experiencia propia de una forma imborrable.

 

 

5- Luis Guzman: Villa

«En junio murió Gardel, en junio bombardearon la Plaza de Mayo.

Junio es un mes trágico para los que vivimos en este país»

Publicada por primera vez en 1995, Villa constituyó un giro narrativo en la novela de la memoria debido a su elección como protagonista: un médico cómplice de los torturadores de la Triple A.

Villa narra la tragedia de un hombre que hasta el final,  ignora su terrible destino. Es también un relato de la Argentina del terrorismo de los grupos de tareas, al final del gobierno de Isabel Perón y  luego de la dictadura militar. Gusmán sugiere que el mal que puede causar un cobarde, un ser insignificante y amoral,  es tan grande como el que puede causar un criminal sofisticado o un sistema. Incluso que los sistemas criminales pueden desplegarse despliegan gracias a los Villa.

Pero Villa no está solo, la novela permite asomar al lector a un universo de militares, represores, torturadores, matones, cómplices que aparentan ser inocentes pero son asesinos agazapados en la periferia dictatorial. Villa es un hombre común, con todas las terribles connotaciones que esto conlleva.

Pareciera que villa es una víctima de los sucesos que lo exceden, pero sin hombres como villa no hubiese sido posible gestar y sostener los crímenes mayores del terrorismo de estado .

 

 

6- Leopoldo Brizuela: Una misma noche

Un robo en un barrio de La Plata en 2010 desencadena en el narrador e investigador de Una misma noche el recuerdo de un episodio violento vivido en 1976. La hipótesis central del libro es tan sobria como su estilo: Nadie estaba del todo ajeno a lo que estaba sucediendo.

En ese momento, Leonardo Bazán era un niño, su experiencia individual no lograba significar la presencia de las fuerzas policiales en su casa, el rol colaboracionista de su padre, el silencio de todos, permanente y tan difícil de atravesar como si se tratase de una lápida. Pero adulto, ese  asalto en una casa vecina lo desplaza brutalmente al episodio del año 76, para desacomodarlo todo, incluso la identidad de Bazán.

El recuerdo de ese incidente lo convierte en una suerte de detective de sí mismo, y a medida que avanza en su pesquisa, el protagonista profundiza en la indagación del rol de los civiles, de los hombres y mujeres comunes, durante la última dictadura militar.

 

 

 

 

7- Humberto Costantini: La larga noche de Francisco Sanctis

Publicada en 1984, a poco del regreso de Costantini al país, luego de un exilio en México que duró siete años, siete meses y siete días, La larga noche de Francisco Sanctis volvió a cobrar fama hace dos años, con el estreno de una película basada en la novela.

¿Qué hacer en una Buenos Aires de pesadilla si te dan un par de nombres y direcciones y te dicen que esta noche los van a ir a chupar fuerzas del  Ejército? ¿Vas a avisarles o no? ¿Intentás salvar a esos desconocidos a riesgo de tu propia vida? ¿No será una trampa? De Sanctis, un tipo común, oficinista gris con un lejano y casi olvidado pasado militante, va. Con todas sus dudas, sus miedos, sus torpezas, va.

Una tremenda novela de suspenso que ha descrito como pocos otros textos argentinos la oscuridad de la noche en aquellos años de plomo. Un texto que recrea la intensidad del horror dictatorial de manera tal vez sólo comparable a otro puñado de relatos de ese gran olvidado de la literatura argentina que es Constantini, agrupados en el libro de cuentos que se llama, precisamente, En la noche.

 

 

 

8- Inés Garland: Piedra papel o tijera

La identidad se juega en este hermoso relato de Garland orientado al público adolescente. Alma va todos los fines de semana, con los padres, a su casa en el Tigre. En ese espacio anhelado conoce a Carmen y a Marito, dos hermanos que viven con su abuela. Empatizan enseguida dando lugar a aventuras por el Delta, el primer amor y el fin de la mirada adolescente es el marco en el que los tres personajes generan lazos profundos.

El libro tiene como contexto histórico la dictadura militar argentina en la que Alma, de una familia acomodada, se aproxima cada vez con mayor intensidad a esos vecinos de la casa en la que pasa sus fines de semana. Creciendo juntos, pero la adolescencia traerá desacuerdos con la propia familia y oportunidades y caminos muy distintos para los personajes que abandonan su infancia.

 

 

 

 

 

9- Julián López: Una muchacha muy bella

Mi madre era una muchacha muy bella, dice una y otra vez la voz del hijo de la novela, y lo repite como si fuese un fragmento en una letanía.

“Mi madre era una muchacha bella y voluptuosamente delicada; aun cuando pasáramos la vida que vivimos en una casi absoluta soledad, tenía un modo extraordinariamente sensual de ser para sí y, claro, ahí estaba yo con mis siete años, también para mí.”

¿Quién era esa muchacha tan bella?

Lo sabemos por la evocación de un narrador que se sabe hijo amado y también, en las pocas ocasiones en las que es dejado solo, la molestia del niño pegado a las faldas maternas. Esa madre habla a veces por teléfono y no se sabe con quién o mantiene con el tío Rodolfo una “charla de grandes”. Deja pequeños espacios de su vida incomprensibles para la subjetividad de un niño de siete. Esas pequeñas ausencias de significado van a reconfigurarse y a adquirir un sentido pleno cuando la gran ausencia, involutaria y brutal, irrumpa para dejar “la casa rota”.

Ese narrador que a través de su mirada fascinada reconstruye la cotidianeidad y narra la vida de a dos, configura un universo amoroso en el que gravitan postales, chocolatines Jack, Topolinos, cigarrillos 43/70, Casa Suiza y las estampillas de la Caja Nacional de Ahorro; hasta la intromisión final del policía en la puerta, de la luz que se filtra por la cortina levantada de forma inusual para herirle los ojos, el día que su relación de intimidad extrema sea arrasada para siempre por la orfandad que impuso el terrorismo de Estado.

“No voy a volver a leer, nunca, pensé mientras Elvira me abrazaba desde atrás”

 

 

10- Marta Dillon, Aparecida

¿Cuándo se está preparado para que el cuerpo de una madre aparezca?

Deshacer una desaparición forzada, en principio, implica un llamado del Equipo Argentino de Antropología Forense comunicando la noticia del hallazgo. Un lector ingenuo podría pensar que Dillon comenzó a escribir el libro en ese momento, pero se lee toda una vida de maduración en cada palabra, en cada imagen o pensamiento que se ha gestado, desarrollado y reposado para ser retomado en la escritura, desde que esa madre desapareció, cuando la autora era una niña de diez años.

Mezcla de autobiografía, crónica, investigación, novela, y poesía, Aparecida se gesta como libro que desborda los géneros para configurar un universo libre, vital, de una belleza muy presente  frente a la oscuridad de la desaparición. La madre que es llevada siendo mujer es devuelta como restos, en el medio hay décadas para armar, reposar y macerar una cadena de significados que Dillon teje con la madurez extrema de quien ha tenido que perseguir huesos como rastros por morgues, cementerios y hospitales, pero también, por los retazos de la memoria.

 

 

#Plus-Perlita-Bonus track. Néstor Perlongher: Cadáveres

Bajo las matas
En los pajonales
Sobre los puentes
En los canales
Hay Cadáveres

En la trilla de un tren que nunca se detiene
En la estela de un barco que naufraga
En una olilla, que se desvanece
En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones
Hay Cadáveres…