Por Michael Löwy
Recuperamos un profundo análisis del sociólogo y filósofo marxista franco-brasileño Michael Löwy, que rescata tres aspectos que expresan la aspiración del Che Guevara y su búsqueda de un nuevo camino para el socialismo: la discusión sobre los métodos de gestión económica, la cuestión de la libre expresión de divergencias y la perspectiva de la democracia socialista.
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En un articulo publicado en 1928, José Carlos Mariátegui -el verdadero fundador del marxismo latinoamericano- escribía las siguientes palabras: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoaméricano. He aquí una misión digna de una generación nueva”. No fue escuchada su advertencia : en este mismo año empezó el movimiento comunista latinoamericano a caer bajo la influencia del paradigma estalinista, que impuso, durante casi medio siglo, el calco y la copia de la ideología de la burocracia soviética y de su llamado “socialismo real”.
No sabemos si el Che conocía este texto de Mariátegui; posiblemente sí lo había leído, puesto que su compañera Hilda Gadea le había prestado los escritos de Mariátegui, durante los años que precedieron a la revolución cubana. De todas las maneras se puede considerar que buena parte de su reflexión y de su práctica política, sobre todo en los años 60, tenía como objetivo salir del callejón sin salida a que llevaba la imitación servil del modelo soviético y Este Europeo. Sus ideas sobre la construcción del socialismo son una tentativa de “creación heroica” de algo nuevo, la búsqueda –interrumpida e inacabada– de un paradigma de socialismo distinto, y en muchos aspectos radicalmente opuesto a la caricatura burocrática “realmente existente”.
De 1959 hasta 1967, el pensamiento del Che evolucionó mucho. Él se alejó cada vez más de las ilusiones iniciales acerca del socialismo soviético y del estilo soviético -es decir, estalinista- de marxismo. En una carta del 1965 a un amigo cubano él critica duramente el “seguidismo ideológico” que se manifiesta en Cuba por la edición de manuales soviéticos para la enseñanza del marxismo. Estos manuales –que el llama “ladrillos soviéticos” – “tienen el inconveniente de no dejarte pensar : el Partido ya lo hace por ti y tú lo debes digerir”. Se percibe de manera cada vez más explícita, sobre todo en sus escritos a partir del 1963, el rechazo al “calco y copia” y la búsqueda de un modelo alternativo, la tentativa de formular otra vía al socialismo, más radical, más igualitaria, más fraternal, más humana, más consecuente con la ética comunista.
Su muerte en octubre del 1967 va a interrumpir un proceso de maduración política y desarrollo intelectual autónomo. Su obra no es un sistema cerrado, un planteamiento acabado que tiene respuesta para todo. Sobre muchas cuestiones – la democracia en la planificación, la lucha contra la burocracia – su reflexión es incompleta.
El motor esencial de esta búsqueda de un nuevo camino –más allá de cuestiones económicas específicas– es la convicción de que el socialismo no tiene sentido –y no puede triunfar– si no representa un proyecto de civilización, una ética social, un modelo de sociedad totalmente antagónico a los valores de individualismo mezquino, de egoísmo feroz, de competencia, de guerra de todos contra todos de la civilización capitalista; este mundo en el cual “el hombre es el lobo del hombre”.
La construcción del socialismo es inseparable de ciertos valores éticos, contrariamente a lo que plantean las concepciones economicistas -de Stalin hasta Kruschov y sus sucesores- que sólo consideran «el desarrollo de las fuerzas productivas» . En la famosa entrevista con el periodista Jean Daniel (julio del 1963) el Che planteaba, en lo que ya era una critica implícita al «socialismo real»: «El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo contra la enajenación. (…) Si el comunismo pasa por alto los hechos de conciencia, podrá ser un método de reparto, pero no es ya una moral revolucionaria».
Si el socialismo pretende luchar contra el capitalismo y vencerlo en sus propio terreno, en el terreno del productivismo y del consumismo, utilizando sus propias armas -la forma mercantil, la competencia, el individualismo egoísta– está condenado al fracaso. No se puede decir que Guevara previó el derrumbe de la URSS, pero de alguna manera él tuvo la intuición de que un sistema «socialista» que no tolera la divergencia, que no representa nuevos valores, que trata de imitar a su adversario, que no tiene otra ambición que «alcanzar y superar» la producción de las metrópolis capitalistas, no tiene futuro.
El socialismo para el Che era el proyecto histórico de una nueva sociedad, basada en valores de igualdad, solidaridad, colectivismo, altruísmo revolucionario, libre discusión y participación popular. Tanto sus críticas –crecientes– al “socialismo real” como su práctica como dirigente y su reflexión sobre la experiencia cubana están inspirados por esta utopía –en el sentido que le da Ernst Bloch a este concepto– comunista.
Tres aspectos traducen concretamente esta aspiración de Guevara y su búsqueda de un nuevo camino: la discusión sobre los métodos de gestión económica, la cuestión de la libre expresión de divergencias y la perspectiva de la democracia socialista. El primero ocupaba, obviamente, el lugar central en la reflexión del Che; los otros dos – que están estrechamente interconectados- están mucho menos desarrollados, con lagunas y contradicciones. Pero no dejan de estar presentes en sus preocupaciones y en su práctica política.
Los métodos de gestión económica
Se trata de la célebre discusión del 1963-64 sobre varios aspectos de la planificación, en confrontación con partidarios del modelo soviético – el Ministro del Comercio Exterior Alberto Mora, el director del Instituto Nacional de Reforma Agraria Carlos Rafael Rodríguez – sostenidos por el conocido economista marxista francés, Charles Bettelheim. Los planteamientos de Ernesto Guevara – que recibieron el apoyo del economista marxista belga (y dirigente de la IV Internacional) Ernest Mandel – constituyen una crítica radical – al principio implícita, después explícita – al «socialismo real». Los principales aspectos del modelo del Este Europeo a los que se oponía el Che eran:
1. la ley del valor como ley objetiva de las economías de transición al socialismo; tesis de Stalin defendida por Charles Bettelheim.
2. la mercancía como base del sistema productivo.
3. la competencia -entre empresas o entre trabajadores- como factor de incremento de la productividad.
4. métodos de incentivo y distribución más individuales que colectivos.
5. privilegios económicos para los gerentes y administradores.
6. criterios mercantiles en las relaciones económicas entre países socialistas.
En su famoso «Discurso de Argel» (febrero del 1965) Ernesto Guevara llamaba a los países que se reclamaban del socialismo a «liquidar su complicidad tácita con los países explotadores del Occidente», que se traducía en las relaciones de intercambio desigual que llevaban con los pueblos en lucha contra el imperialismo. Para el Che «no puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad que se construye o se está construyendo el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista».
Analizando en su ensayo de marzo del 1965, El socialismo y el hombre en Cuba los modelos de construcción del socialismo vigentes en Europa oriental, el Che rechazaba la concepción que pretendía «vencer al capitalismo con sus propios fetiches»:
Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía tomada como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida…Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo.
Uno de los principales peligros del modelo importado de los países del Este europeo es el incremento de la desigualdad social y la formación de una capa privilegiada de tecnócratas y burócratas: en este sistema de retribución “son los directores quienes ganan cada vez más. Basta ver el último proyecto de la RDA, la importancia que adquiere la gestión del director, o mejor, la retribución de la gestión del director”.
El fondo del debate consistía en una confrontación entre una visión economicista – la esfera económica como sistema autónomo, regido por sus propias leyes, como la ley del valor o las leyes del mercado- y una concepción política del socialismo, es decir la toma de decisiones económicas – las prioridades productivas, los precios, etc. – según criterios sociales, éticos y políticos.
Las propuestas económicas del Che –la planificación versus el mercado, el sistema presupuestario de financiación, los incentivos colectivos o «morales» – tenían como objetivo la búsqueda de un modelo de construcción del socialismo fundamentado en estos criterios y, por tanto, distinto del soviético.
Hay que añadir entretanto que Guevara no logró tener una idea clara de la naturaleza del sistema burocrático estalinista. Siguiendo –en mi opinión– una pista equivocada, buscaba en la NEP, más bien que en el Thermidor estalinista, el origen de los problemas y limitaciones de la experiencia soviética.
La libertad de discusión
Un aspecto político importante de la discusión económica del 1963-64, que merece ser sub rayado, es el hecho mismo de la discusión. Es decir, el planteamiento de que la expresión pública de desacuerdos es normal en el proceso de construcción del socialismo. En otras palabras, la legitimación de un cierto pluralismo democrático en la revolución.
Esta problemática está sólo implícita en el debate económico. Guevara nunca la desarrolló de forma explícita o sistemática, y sobre todo no la relacionó con la cuestión de la democracia en la planificación. Pero su actitud, en varias ocasiones en el curso de los años 60, es favorable a la libertad de discusión en el campo revolucionario, y al respeto de la pluralidad de opiniones.
Un ejemplo interesante es su comportamiento hacia los trotskistas cubanos, cuyos análisis él no compartía en absoluto (los criticó duramente en varias ocasiones). En 1961, en una entrevista con un intelectual de izquierda norteamericano, Maurice Zeitlin, Guevara denunció la destrucción por la policía cubana de las placas de La Revolución Permanente de Trotsky como un «error» y algo que «no debería haberse hecho». Y años más tarde, poco antes de dejar Cuba en 1965, logró sacar de la cárcel al dirigente trotskista cubano Roberto Acosta Hechevarría, al cual declara, al despedirse con un abrazo fraternal: «Acosta, las ideas no se matan a palos».
El ejemplo más tajante es su respuesta – en un informe de 1964 a sus compañeros del Ministerio de la Industria – a la critica de «trotskismo» que le achacaron algunos soviéticos:
A este respecto, creo que o poseemos la capacidad de destruir con argumentos la opinión contraria o debemos dejarla expresarse… No es posible destruir una opinión con la fuerza, porque ello bloquea todo desarrollo libre de la inteligencia. También del pensamiento de Trotsky se puede tomar una serie de cosas, incluso si, como creo, se equivocó en sus conceptos fundamentales, y si su acción ulterior fue errónea…
Tal vez no sea por casualidad que la defensa más explícita de la libertad de expresión y la crítica más directa de Guevara al autoritarismo estalinista se manifestara en el terreno del arte. En su conocido ensayo El socialismo y el hombre en Cuba (1965) denuncia el «realismo socialista» de factura soviética como la imposición de una sola forma de arte; la «que entienden los funcionarios». Con este método, subraya, se «anula la auténtica investigación artística», y se pone una verdadera «camisa de fuerza a la expresión artística».
La democracia socialista
Aunque el Che nunca llegó a elaborar una teoría acabada sobre el papel de la democracia en la transición socialista –tal vez la principal laguna de su obra – rechazaba las concepciones autoritarias y dictatoriales que tanto daño hicieron al socialismo en el siglo XX. A los que pretenden, desde arriba, «educar al pueblo» – falsa doctrina ya criticada por Marx en las Tesis sobre Feuerbach («¿quién educa al educador?») – el Che contestaba, en un discurso del 1960:
La primera receta para educar al pueblo…es hacerlo entrar en revolución. Nunca pretendan educar a un pueblo, para que, por medio de la educación solamente, y con un gobierno despótico encima, aprenda a conquistar sus derechos. Enséñele, primero que nada, a conquistar sus derechos, y ese pueblo, cuando esté representado en el gobierno, aprenderá todo lo que se enseñe, y mucho más: será el maestro de todos sin ningún esfuerzo.
En otras palabras: la sola pedagogía emancipadora es la auto-educación de los pueblos por su propia práctica revolucionaria – o, como lo planteaba Marx en la Ideología Alemana, «en la actividad revolucionaria, el cambio de sí mismo coincide con la modificación de las condiciones». En el mismo sentido van unas notas críticas de 1966 a un manual de economía política soviético, que contienen esta formulación política precisa y tajante : «El tremendo crimen histórico de Stalin» fue «el haber despreciado la educación comunista e instituido el culto irrestricto a la autoridad».
El principal límite es la insuficiencia de su reflexión sobre la relación entre democracia y planificación. Sus argumentos en defensa de la planificación y en contra de las categorías mercantiles son muy importantes y ganan una nueva actualidad ante la vulgata neoliberal que domina hoy, con su «religión del mercado». Pero dejan a un lado la cuestión política clave: ¿Quién planifica ? ¿Quién decide las grandes opciones del plan económico ? ¿Quién determina las prioridades de la producción y del consumo? Sin una verdadera democracia –es decir sin a) pluralismo político, b) libre discusión de las prioridades y c) libre opción de la población entre las diversas proposiciones y plataformas económicas propuestas, la planificación se transforma inevitablemente en un sistema burocrático, autoritario e ineficaz de «dictadura sobre las necesidades», como lo demuestra abundantemente la historia de la exURSS. En otras palabras : los problemas económicos de la transición al socialismo son inseparables de la naturaleza del sistema político. La experiencia cubana de los últimos treinta años revela, también ella, las consecuencias negativas de la ausencia de instituciones democrático/socialistas; aun si Cuba logró evitar las peores aberraciones burocráticas y totalitarias de los otros Estados del llamado «socialismo real».
Este debate tiene que ver, por supuesto, con el problema de las instituciones de la revolución. Guevara rechaza la democracia burguesa, pero –a pesar de su sensibilidad anti-burocrática e igualitaria- está lejos de tener una visión clara de la democracia socialista. En El socialismo y el hombre en Cuba el autor reconoce que el Estado revolucionario puede equivocarse, provocando una reacción negativa de las masas que lo obliga a rectificar (el ejemplo que cita es la política sectaria del Partido bajo el liderazgo de Aníbal Escalante en 1961-62). Pero, reconoce, «es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con la masa». En un primer momento, él parece encontrar una solución en una vaga «interrelación dialéctica» entre los dirigentes y la masa. Entretanto, algunas páginas adelante confiesa que el problema está lejos de haber encontrado una solución adecuada, permitiendo un control democrático efectivo : «Esta institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo».
Sabemos que en los últimos dos años de su vida Ernesto Guevara avanzó mucho en su toma de distancia hacia el paradigma soviético, en su rechazo del «calco y copia» del «socialismo real». Pero una buena parte de sus últimos escritos queda aún inédita, por razones inexplicables. Entre estos documentos se encuentra una crítica radical al Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS, redactada en 1966. En un artículo publicado en 1996, Carlos Tablada -autor de un libro importante sobre el pensamiento económico del Che– cita algunos párrafos de este documento, al cual tuvo acceso (pero no la autorización de publicarlo integralmente). Uno de ellos es muy interesante, porque demuestra que en sus últimas reflexiones políticas Guevara se acercaba a la idea de una democracia socialista, de una planificación democrática en la que sea el pueblo mismo, los trabajadores, «las masas» (para utilizar su terminología), los que tomen las grandes decisiones económicas:
En contradicción con una concepción del plan como decisión económica de las masas conscientes de los intereses populares, se ofrece un placebo, en el cual sólo los elementos económicos deciden del destino colectivo. Es un procedimiento mecanicista, antimarxista. Las masas deben de tener la posibilidad de dirigir su destino, de decidir cuál es la parte de la producción que irá a la acumulación y cuál será consumida. La técnica económica debe operar en los límites de estas indicaciones y la consciencia de las masas debe asegurar su implementación.
Las balas de los asesinos de la CIA y de sus socios bolivianos interrumpieron en octubre del 1967 este trabajo de «creación heroica» de un nuevo socialismo revolucionario, de un nuevo comunismo democrático.
Octubre de 2004
(Nota publicada en Jacobin America latina)