Por Marcelo Simonetti
Marcelo Simonetti recomienda Lives Outground, un «incatalogable» disco solista de Beth Gibbons, ex vocalista de Portishead, que logra romper el nicho de sus seguidores y sorprender a sectores de público y crítica «que miraban para otro lado», ofreciendo una experiencia «natural, intimista y amenazadoramente impredecible».
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En proporción, son muchos mas los artistas que sorprenden al comienzo de sus carreras, y que con el tiempo se repiten o se pierden, que aquellos que mejoran con los años, o que se desmarcan y logran sorprender con el tiempo. El primer disco de Portishead fue muy ganchero. Y fue un éxito. Es un muy lindo disco. Pero desde ahí, el camino se hizo sinuoso. La banda recién sacó su tercer disco trece años después de su debut, que había alcanzado un masivo auditorio, y no logró romper el techo del nicho donde había sido ubicada. Pero si bien parecieran ser lo mismo, Beth termina siendo mucho más que su banda inicial de Bristol. Su primer disco sin sus compañeros fue Out Of Season, en 2002, y el nombre (Fuera de temporada) estuvo muy bien. Porque era un disco de folk jazzeado con aromas de Billie Holiday y Nick Drake que se desmarcaba no solo del trip hop, sino de toda la música contemporánea. Otro disco lindo, con riesgos desde el punto de vista comercial, pero pocos en lo artístico. En el medio se despidió Portishead y, mucho más adelante, otra vez se salió de eje: en 2019 se despachó con Henryk Górecki: Symphony No. 3 (Symphony Of Sorrowful Songs) con una orquesta polaca. Un registro conmovedor, que gana en emotividad y fragilidad en la voz de Gibbons, ya que las veces anteriores siempre habían sido cantadas por las clásicas voces operísticas de las soprano. Un esfuerzo sensible, notable, pero que otra vez escribía sobre la huella de alguien, en algo que no fue pensado para interpelar a grandes auditorios.
Y entonces, cinco años después, llegó Lives Outgrown. Si bien es verdad que el rock y todos sus subgéneros ya no gozan de la hegemonía absoluta en la música popular mundial, también lo es que el último trabajo de Gibbons rompe el nicho de sus seguidores y logra sorprender a sectores de público y crítica que miraban para otro lado. Y lo primero que se puede decir es que se trata de un disco que no se puede catalogar. No mira hacia atrás como sus dos trabajos anteriores o, al menos, si lo hace, es para partir de ahí hacia otro lugar. Es un disco que no tiene ni género ni subgénero, en el que ni siquiera se puede seguir el rastro del camino que hizo desde la Gibbons previa. Bueno, se puede hablar de aires folk, pero sobre esa trama de guitarras acústicas hay violines, a veces orquestales y a veces disonantes, y una percusión a cargo del viejo baterista de los preciosistas Talk Talk, Lee Harris, que es también gran protagonista del disco. Si bien éstos instrumentos son la constante sobre la cual se construyen las melodías del disco, se pueden escuchar flautas, vibráfono, clarinete, viola y, por lo que fui a averiguar, un instrumento medieval llamado “dulcimer martillado”, que es a la vez de cuerdas y de percusión.
Según dice la cantante, es un disco que se fue componiendo a lo largo de una década. No soy músico. Pero no parece que fuera música convencionalmente armada sino algo construido a partir de sonidos y ruidos disímiles acá y allá, fragmentos musicales pegados magistralmente, que terminan dándole una inexplicable homogeneidad a la obra. A la vez, la voz que descansa (o no) sobre la música y la forma en que logran acoplarse (o tampoco), lo hacen sonar natural, intimista y amenazadoramente impredecible.
No sería justo, como se suele hacer, el ir tema por tema del álbum. Lo digo porque el disco es un viaje en sí mismo. Un reto. No es un disco de canciones. Ese también es un gran reto, en un tiempo donde ya nadie escucha discos. Si puedo señalar la carga dramática de aroma cinematográfico que despide “Burden Of Life”, la orquestación otoñal que envuelve el lamento de “Loves Changes”. Y en el segundo lado, “Reaching Out” debe ser el único tema que por momentos recuerda a Portishead, los bellísimos arreglos orientales que perlan la trágica y existencialista “For Sale”, que por momento es cantada como un tango, o los ritmos y los coros marciales y épicos de “Beyond The Sun”
Respecto a la voz, claro, es imposible que haya grandes novedades. Beth sigue siendo Beth. Y siguen habiendo misterio y enigma ahí. Sin embargo, el costado reflexivo, melancólico y evocador ganan terreno en una garganta frágil que siempre está a punto de quebrarse.
Pero, ¿de que habla el disco? habla del pasado, lo que remite irremediablemente a la pérdida. Y habla del futuro, o mejor dicho de la falta del mismo. A nivel personal y también como parte de un planeta que se muere. Gibbons dice: “tengo más de cincuenta años. Se me empezó a morir gente”. Más allá de que escuchemos líneas como “la carga de la vida simplemente no nos dejará en paz”, o “Estamos todos perdidos juntos. / Nos estamos engañando unos a otros. / Lo intentamos pero simplemente no lo podemos explicar”, en el disco no se percibe desesperación. Es más denso que deprimente. Si hubiera un color para describirlo, sería el sepia. Y eso es mucho decir, ya que el final de una relación, la pérdida de un ser querido, el fin de los sueños, la salud climática del mundo y, antes que nada, una profunda crisis existencial podrían ser el caldo de cultivo de un apocalipsis. Pero no, Lives Outgrown no es un páramo desolado.
La industria del rock supo dejar de resaltar el “muere joven” a medida que los mas grandes músicos se fueron haciendo grandes, y masticó más o menos a regañadientes las gemas existenciales y obras de despedida de Cash, Cohen, Bowie y otros menores. Éste disco de Gibbons no es exactamente eso, sino más bien el trabajo de una mujer lúcida y sensible que pasa la mediana edad y contempla al pasado y a la propia muerte con los ojos y el corazón abiertos. Claro que no hay una gran cantidad de mujeres que hayan llegado a la edad de Cohen o Bowie haciendo música porque el desbalance genérico era abrumador en aquellos años. Y las pocas que lo hicieron, no incursionaron en los vericuetos de la pérdida y de la muerte inexorable. Ahora Gibbons lo hace con serenidad y brillantez. A pesar de que susurra, como ella sólo sabe hacerlo, que “la pérdida de la fé te llena de dudas. Ningún alivio puede ser encontrado”.