Roberto Arlt: las ficciones del dinero

Por Ricardo Piglia

El dinero -podría decir Arlt- es el mejor novelista del mundo: legisla una economía de las pasiones y organiza -en el misterio de su origen- el interés de una historia donde la arbitrariedad de los canjes, las deudas, las transferencias es el único enigma a descifrar. En este sentido para Arlt esl dinero es una máquina de producir ficciones, o mejor, es la ficción misma porque siempre desrealiza el mundo: primero porque para poder tenerlo hay que inventar, falsificar, estafar, «hacer ficción» y a la vez porque enriquecerse es siempre la ilusión (basta pensar en los sueños de Erdosain, en las búsquedas de Astier) que se construye a partir de todo lo que se podrá tener en el dinero. De hecho los personajes de Arlt no ganan dinero, se lo hacen y en ese trabajo imaginario encuentran la literatura. En un momento de El juguete rabioso, Astier cuenta los billetes de su primer robo: “aquel dinero -dice- nos hablaba con su expresivo lenguaje”. Para ganar esa expresividad y convertirse en el lenguaje -el signo- de la ficción, el dinero debe llevar grabada la historia de una adquisición basada en el delito y en la transgresión. Por un lado, para Arlt es inútil escribir sobre el trabajo, porque el trabajo sólo produce miseria, es decir, miseria de signos narrativos. Los “hombres que viven de su sueldo” son mudos, se aburren, no tienen nada que contar, salvo el dinero que ganan. “El lenguaje expresivo” no puede ser el del “dinero vil y odioso que se abomina porque hay que ganarlo con trabajos penosos, sino el dinero truhanesco y burlón”. Por otro lado, no es casual que la herencia sólo sea posible como fuente de enriquecimiento si la cadena que enlaza la sangre, el dinero y la muerte interrumpe -en el crimen- su intercambio “natural” (“Si al menos hubiera tenido algún pariente rico a quien asesinar”, dice Astier). Del mismo modo, el ahorro es la parodia de esta acumulación prestigiosa. Asociado con la hipocresía, con el silencio y con la sordidez, antes que una aventura es una condena: ese dinero atesorado, que no circula, destruye la ilusión en el encierro ciego del “pequeño ahorrista” (a quien tampoco casualmente Arlt identifica -en  la aguafuerte “Causa y sinrazón de los celos” con el celoso que se satisface ocultando la belleza -del dinero- para ser el único en disfrutarla)

Robos, inventos, falsificaciones, estafas: enriquecerse es siempre una aventura imaginaria, la epopeya de una apropiación mágica y fuera de la ley. El dinero está puesto como causa y como efecto de la ficción: causa, porque es preciso mentir, inventar, hacer “bonitos cuentos” para ganarlo; efecto, porque la postergación siempre repetida de ese enriquecimiento ilusorio alimenta -con palabras- el relato de todo lo que se tendrá con el dinero. En este sentido la sociedad secreta que el Astrólogo construye a su alrededor en Los siete locos es, simultáneamente, una industria de producir “cuentos” y de buscar dinero. El Buscador de Oro, el Rufián Melancólico, Erdosain, todos traen la historia y el secreto del dinero que han ganado, que deben, que buscan o que quieren tener: Barsut articula estos relatos entorno a la ilusión de un signo -la firma del cheque- que enlaza la deuda con la estafa, la falsificación y el crimen.

Para que el dinero hable su “expresivo lenguaje” es preciso conquistarlo: podríamos decir que las relaciones de producción que el dinero encubre se convierten en escenario de uan lucha heroica uqe hace de la economía una guerra personal. (“La struggle for life, la lucha por la vida” de la que se habla en El juguete rabioso) cuya épica está escrita en “los deleites y los afanes de la literatura bandoleresca”. Folletín, novela negra: en el deleite de los robos el enriquecimiento siempre es algo ilegal. Todo el interés de estos relatos (tan decisivos en Arlt) se basa en afirmar los misterios del dinero y de su origen: se consuela al lector ligando la miseria con la honestidad y poniendo a la “buena fortuna” (en todos sus sentidos) como la razón última de la sociedad. En esta dirección, la estructura fundamental de la literatura bandoleresca será siempre el dualismo bien/mal (como ha mostrado Marx analizando Los misterios de París de Edgar Sue) enmascara la oposición ricos/pobres, diluyendo la lucha de clases en una lucha de valores morales. Arlt invierte este procedimiento y levanta la censura de esa trascendencia asociando la riqueza con la transgresión y el delito. Por de pronto en Arlt los ricos tienen siempre algo demoníaco: como Rocambole, pueden hacerlo todo (“Los ricos aburridos de escuchar las quejas de los miserables, construyeron tremendos jaulones que arrastraban cuadrillas de caballos. Verdugos escogidos por su fortaleza, cazaban a los pobres con lazos de acogotar perros” escribe en Los siete locos). Identificada con el poder, esta riqueza es un misterio. O mejor, todo su poder se encierra en el misterio de su origen: enclaustrado detrás de “espesos muros”, el “hombre rico” guarda el secreto de sus crímenes, sin que nadie pueda investigar la historia de esa apropiación. Para los personajes de Arlt el enigma de esa acumulación, al que la “buena sociedad cierra sus puertas enrejadas” es la puesta en duda de la sociedad entera. De este modo, Arlt no asocia -como podría pensarse- el poder del dinero con la verdad, sino con la mentira, el crimen y la falsificación: por de pronto el dinero, signo del oro, obligado a circular sin reposo, no es más que la ficción, el simulacro -o como diría Marx: el enigma- del valor. Al mismo tiempo, en una sociedad que sostiene la ilusión de enriquecerse en el mito de hacer dinero, la falsificación aparece como la metáfora misma del trabajo productivo. De hecho, son los obreros quienes producen el valor, pero como las relaciones de producción están disimuladas en el dinero, la desigualdad no parece afincarse en la propiedad de los medios de producción sino en ese objeto mágico que significa toda posesión. En este sentido, hay una magia y una fatalidad en el dinero: la suerte y el destino son los motores de la distribución y enriquecerse depende de la “buena fortuna” y del azar. La escritura de Arlt no participa de estas creencias: no es casual que ninguno de sus “soñadores” busque la riqueza en el juego: para ellos es “inútil querer escapar de la fatalidad del dinero”. En sus textos no es el azar el que gobierna la riqueza sino el dinero el que legisla el azar  decide el destino. La obsesión por los oráculos y los horóscopos que recorre sus relatos es más bien un modo de conocer el destino que depende del dinero y no a la inversa. De allí que en sus textos enriquecerse sea siempre una empresa en cierto modo metafísica: en Arlt hacer dinero es salvarse.

En relación con esto, existe en sus novelas una ética puritana del esfuerzo que se desplaza del trabajo hacia esas empresas complicadas en las que se busca la riqueza absoluta. No se trata de ganar dinero (con el trabajo o con el juego) sino de hacerlo. Esta tarea (asociada con la falsificación y la estafa, pero también con la magia, con “las artes teosóficas” y la alquimia) se afirma en la ilusión de transformar el vacío en dinero. En Los siete locos, Erdosain “trabaja” de un modo casi religioso para crear dinero de la nada. Sus inventos (como los de Astier) son una forma sublimada, alquímica, del beneficio capitalista: no se maneja con bienes concretos sino ideas de bienes, con esencias de dinero. Su trabajo (concreto como lo demuestra la complicación de sus empresa) se ejerce sobre objetos abstractos (fórmulas, combinaciones químicas): en verdad, trata de sacer todo del vacío. Para Erdosain los inventos son una operación demiúrgica, destinada a encontrar la piedra filosofal moderna, el oro que no lo es, la rosa de cobre.

Inventores, falsificadores, estafadores, estos “soñadores” son los hombres de la magia capitalista: trabajan (y habría que hablar de un “trabajo del sueño”) para sacar dinero de la imaginación. Todas las máquinas, los laboratorios, los aparatos que circulan en la obra de Arlt tienen como objetivo común esa producción imaginaria de riqueza. Falsificación, invención, estafa, la metáfora última de este sueño es la escritura. El poder del dinero se identifica con el poder imaginario de enriquecerse milagrosamente: ilusión de ganar con la escritura ese “poder mágico” que permite tener en el lenguaje, todo lo que el dinero puede dar. O dicho de otro modo: en Arlt la omnipotencia de la literatura (que “tiene la eficacia de un cross a la mandíbula”) sustituye a la omnipotencia del dinero que no se tiene, que se busca, que se quiere ganar imaginariamente. Por otro lado y al mismo tiempo no se trata (únicamente) de tener dinero: se quiere tener el poder del dinero que satisface todos los deseos. Así, en Arlt la riqueza se identifica con la libertad de realizar el deseo: todas las fantasías sexuales de Astier, de Erdosain están ligadas a esas mujeres “ricas” a las que no se tiene acceso porque no se tiene dinero. En una de sus aguafuertes, Arlt hace más clara esta relación y, de hecho critica desde el dinero el mito literario de Don Juan. Abierto a todas las demandas del deseo, este conquistador, sin embargo, fracasa: irrisorio, desvalorizado, es impotente para realizar sus fantasías porque no tiene (ni) “veinte centavos”. La pobreza bloquea, censura: es una carencia que se superpone (como hemos visto al analizar la deuda) con el vacío de la castración. Por su parte, el dinero es el mediador del deseo, o mejor, es el deseo mismo: identificado con la potencia y con la falsificación, expresa, reprime, transforma y es el soporte de la ficción.

Habría que decir entonces que, en el fondo, la literatura, para Arlt, es esa “máquina de fabricar pesos” (de la que habla en una de sus aguafuertes). Juguete rabioso, lanzallamas, se trata -como el mismo la nombra- de “la máquina polifacética de Roberto Arlt” (véase la aguafuerte “Yo no tengo la culpa”): funciona “cuando se le echa una moneda” y a la vez funciona (es decir sirve) cuando se puede hace dinero con ella.

 

Este ensayó se publicó en el número 7 de la revista Hispamerica en julio de 1974.