Por Violeta Micheloni
El grupo de escritura feminista CABEZA, presenta en el Paco Urondo el semimontado de Un tiro cada uno, un abordaje escénico del femicidio desde la voz de los perpetradores, tres machitos jugando todos los juegos de la legitimidad patriarcal.
Frente a la muerte injustificada, violenta, a destiempo surge siempre la pregunta, la necesidad de entender el porqué. Frente al femicidio, a los femicidios, la pregunta se vuelve grito, herida abierta. ¿Por qué lo hiciste? Hace tiempo que echamos por tierra el relato repetido del sujeto anómalo, del monstruo que está por fuera de la sociedad, por fuera del común de un “nosotros” tranquilizador. Los números hablan por sí solos y ya aprendimos a distinguir en la mano desubicada, en el comentario aparentemente inocuo la semilla de lo que después aparece en los medios como una muerta más. El grupo de teatro feminista CABEZA (Consuelo Iturraspe, Laura Sbdar y Mariana de la Mata) decide encarnar en Un tiro cada uno el cuerpo y, sobre todo, la voz del patriarcado femicida para así visibilizar y sacar de la sombra a ese que nos mata en toda su cotidiana humanidad. Presentada por primera vez en un texto semimontado en el Centro Cultural Paco Urondo, la obra está recién empezando a recorrer el camino, pero tiene muchísimo para decir.
En el 2016, tres varones, jugadores de básquet federados de un club de Bahía Blanca, drogan, violan y matan a Rocío, adolescente, hija de una empleada del club. El cuerpo es encontrado más tarde dentro de una bolsa de consorcio anudada. Un tiro cada uno será el proceso que se despliega al intentar desanudar esa bolsa y ver cómo fue que Rocío terminó ahí. Lo que vemos es a tres machitos jugando todos los juegos de la legitimidad patriarcal: éxito en el deporte de equipos y maltrato a las mujeres que son simples recipientes en la lucha por ver quién es el más potente. Pero de repente, y como producto de un desafío a la autoridad del líder, los juegos se van de las manos y tenemos una muerta más.
Hay una toma de posición en tres mujeres representando arquetipos machistas muy específicos. Es un desafío que hoy se desmarca de la pregunta por el realismo alcanzado, la calidad de la imitación, cuando el género es una convención y ya no una traba, ni para la representación ni para la vida. Una pregunta que el teatro en gran medida tiene resuelta hace años, si pensamos, por ejemplo, en Copi. Sin embargo, en esas voces tan bien recreadas de chabones hablando de mujeres como de deshechos, saliendo de cuerpos, gargantas y miradas de mujeres, se consigue generar una incomodidad, un distanciamiento y una desnaturalización que sin duda son buscados. Es una búsqueda física, ponerle el cuerpo a ese otro que nos mata, pero que también forma parte de nosotros, dejar que nos atraviese y, de algún modo, exorcizarlo, poner el dolor sobre el escenario. ¿Y Rocío? La conocemos a través de entradas de un diario íntimo. Palabras sin gestos, que preanuncian algo. Rocío es sólo una voz que viene de lejos, un fantasma sobre el que se posan los ojos de los varones, una voz que es una y muchas ya que siempre suena triplicada, pero nunca un cuerpo sobre el escenario. Esta decisión es efectiva ya que evita cualquier morbo posible y a la vez resalta lo innegable: Rocío ya no está.
En esta obra las CABEZA apuestan todo. Con un texto producido en el marco de una Beca a la creación otorgada en el 2016 por el Fondo Nacional de las Artes, desde las butacas se intuye el proceso de creación colectiva y sin solución de continuidad entre escritura, dramaturgia, dirección y actuación. En estas primeras presentaciones, el grupo pone a prueba el trabajo y, sobre todo, el texto que, como todo lo que había sido negado, se derrama sin cesar hasta alcanzar las manos mismas del público que al finalizar el último cuadro recibe en mano una hoja con la última escena.
Un tiro cada uno se presenta una vez más este jueves 2 de agosto a las 20 en el Centro Cultural Paco Urondo (25 de Mayo, 201) y la experiencia vale la pena.